Señora, la más pequeña de mis hijas, niña mía
Rechazar la naturaleza humana de Cristo es rebatir la genuina maternidad
de María; rechazar la divinidad de Cristo es rehusar a María, Madre de Dios.
Aceptar la verdad, alegada en la historia de la salvación, a la cual considero
estrechamente unida a la historia del hombre, es obra más de los humildes,
María, Isabel, José, Juan el Bautista, Juan Diego, etc., que de los colmados
de erudición.
Han analizado un símbolo en la imagen de la virgen de Guadalupe, —la
cinta negra atada alrededor del vientre—, que, según los estudiosos, es típico
de una mujer embarazada; de hecho afirman que, de tal modo se presentaba
la mujer indígena al estar encinta.
Este símbolo rememora algo estimado e innegable: María, mujer madre,
contribuyó a la generación de la naturaleza humana de Cristo; ella, como
mujer, ocasionó todo lo relacionado a la normal gestación, tal como muchas
otras mujeres lo hacen con quien está ascendiendo en sus entrañas.
Antes mencioné a los humildes, y lo hago en función de esta frase de
Isabel, la cual, llena del Espíritu Santo, alza su voz y exclama: bendita tu
entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre (Lc 1, 42).
María es la Madre de Dios; ella no causa a Dios, no lo duplica, esto sería
un grave error; parió al Hijo de Dios en cuanto a la naturaleza humana que
había asumido, no ocupado; ¿quién soy yo, se cuestiona Isabel, para que la
madre de mi Señor venga a verme? (v.42). En ello tañen las palabras del
profeta Isaías, he aquí que la virgen concebirá y parirá un hijo, y llamarán
su nombre Emmanuel (7, 14).
En dos frases leídas en el evangelio del pasado viernes, solemnidad de la
Inmaculada Concepción, el ángel Gabriel comunica; primera, vas a concebir
y a dar a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús (Lc 1, 31); y segunda,
directamente dirigida a la cualidad de madre de Dios, el santo, que va a nacer
de ti, será llamado Hijo de Dios (v.35).
Estas proposiciones del evangelio de Lucas, datadas entre los años 80 y
90 d.C., vuelven a rememorarse, no ya en Palestina, lugar originario, pero sí
en el cerro del Tepeyac, México, del 9 al 12 de diciembre de 1531, recontadas
en las apariciones de la Virgen, en cuatro ocasiones a Juan Diego y una a su
tío Juan Bernardino.
Cierto, aquella María a la que fueron notificadas directamente, ella misma
las hace evidente ante un aborigen de la etnia chichimeca; es decir, Dios no
ha dejado de refrescarle al hombre esa gran verdad. No se la esconde sólo
para sí y para la madre de su Hijo; quiere que la conozcan, que sus designios,
aunque inescrutables, tampoco los dejen a lo totalmente inalcanzable; eso sí,
con toda reverencia y respeto, cercanos a la creatura humana, accesibles.
Desde luego, María goza de una excelente dignidad, superior a la del
ángel, a la del hombre, caracterizada en una concisa razón: su condición de
sierva y de Madre del Creador.
Sierva, porque, narra el evangelio, se fue presurosa a ayudar a su prima
Isabel; recorrió un largo trayecto, una travesía asediada de asaltantes; y, sin
embargo, probando inmenso regocijo en el corazón, marchó; además, sierva
de la alegría, de los pequeños y de los grandes, constatada y manifestada en
Isabel misma, apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en
mi seno (Lc 1, 44).
Juan Diego, hablándose a sí, sorprendido por las apariciones, enfocándose
a la Virgen, cuestiona: «“¿es acaso merecimiento mío lo que escucho? ¿Tal
vez estoy sólo soñando? ¿Acaso sólo me levanto del sueño? ¿Dónde estoy?
¿Dónde me veo? ¿Tal vez donde dejaron dicho los ancianos […] en la tierra
florida, en la tierra de nuestro sustento, tal vez allá en la tierra celeste?”» (VON.
WOBESER, Gisela, Mitos y realidades sobre el origen del culto a la Virgen de Guadalupe, en:
http://www.fuac.edu.co/recursos_web/descargas/grafia/grafia10/08.pdf; artículo aprobado en mayo 13 de 2013, p. 156, nota 30, donde
cita a: M. León-Portillo, Tanantzin Guadalupe…, pág. 57) [Visto diciembre 2020]
El libro del Eclesiástico 24, 23-31, primera lectura de este día, subraya:
Yo soy como una vid de fragantes hojas y mis flores son producto de gloria
y de riqueza. Yo soy la madre del amor, del temor, del conocimiento y de la
santa esperanza. En mi está toda la gracia del camino y de la verdad, toda
esperanza de vida y de virtud.
Sin duda, están inspiradas en la sabiduría de Dios, pero en las mismas
puede apreciarse también un estupendo cumplido a María, al que enlazo con
esta originaria descripción de factores propios a las apariciones de la virgen
de Guadalupe, en cuanto a lo conceptual, incorpora elementos del antiguo pensamiento náhuatl.
El relato se desarrolla en un tepetl (monte), que en el pensamiento indígena era un
sitio sagrado “donde habitaba el dios que con sus aguas hace germinar y da vida
a cuanto brota en la tierra”. El lugar en el que se encuentran las flores es la morada
del Tioque Nahaque (el dueño del cerca y del junto). Los nombres con los que se
presenta la Virgen como madre de Dios son: Ipalnehmohuani (aquel por quien se
vive) y Tlalticpacque (el dueño de cuanto hay en la tierra). Lo que contempla Juan
Diego al ver las flores en la cima de la montaña y posteriormente describe al
obispo [Juan de Zumárraga], coincide con lo que era en el pensamiento indígena
Xochitlalpan (la tierra florida) y Tonacatlalpan (la tierra de nuestro sustento),
donde según la tradición habitaba el señor de la lluvia. Las flores se califican
mediante conceptos tradicionales: “bellas y olorosas, fragantes, gustosas y que
daban contento” y en cuanto al canto de los pájaros se mencionan distintos tipos
de aves nativas, como la tzitzcan, la coyoltatotl y el colibrí (VON. WOBESER, G, Op-cit).
Estas narraciones, tanto las de la Sagrada Escritura, principalmente, como
las citadas en relación a la virgen de Guadalupe, llevan la mente y el corazón,
a esas majestuosas exclamaciones con que María describe la dicha ante su
prima Isabel, mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se llena de júbilo en
Dios mi salvador, porque puso sus ojos en la humildad de su esclava (Lc 1,
46)
Con estas palabras, enlazando lo apuntado al inicio de la reflexión, aceptar
la verdad, tal como testifica la historia de la salvación, a la cual considero
estrechamente unida a la historia del hombre, es obra más de los humildes,
María, Isabel, José, Juan el Bautista, Juan Diego, etc., que de los colmados
de erudición, a su vez evocan las que Juan Diego expresó a la Virgen, luego
de regresar de la entrevista con el prelado:«Señora, la más pequeña de mis hijas, niña mía, expuse tu mensaje al
Obispo, pero pareció que no lo tuvo por cierto. Por lo cual te ruego que le
encargues a alguno de los principales que lleve tu mensaje para que le crean,
porque yo soy sólo un hombrecillo» (Liturgia de la horas, día 12: nuestra
señora de Guadalupe, Tomo I, p. 1036).
Finalizo aclarando: esta humildad, vivenciada en Juan Diego, tampoco ha
de emplearse para reconvenir la postura del Obispo Juan de Zumárraga.
Recordemos que a Dios le encanta la claridad, no las cosas a medias tintas.
México apenas estaba conociendo el Evangelio; en 1520 los españoles
fueron derrotados por los aborígenes. Estaba experimentando el paso de una
mentalidad idolátrica, divinidades autóctonas, a la verdadera fe. Por ende, el
prelado debía preocuparse, esperar no ebrio de agnosticismo, sino que fuera
Dios quien tuviese la última palabra.
De hecho, fueron cuatro apariciones a Juan Diego, y en la última se sabe
que al desplegar la tilma, donde llevaba las flores, la imagen de la Guadalupe
quedó impresa en ella.
En el evangelio se glosa la historia de José, esposo de María; al saber que
estaba encinta, el mismo evangelio dice, además de ser un hombre justo,
pensó repudiarla en secreto. Pero, recalco, Dios tiene la última palabra,
porque en esta ocasión ÉL mismo envió al ángel, el cual, en sueños, notifica
al Carpintero, José, hijo de David, no dudes en recibir en tu casa a María,
tu esposa, porque ella ha concebido por obra del Espíritu Santo (Mt 1, 20).
Nuestra Señora de Guadalupe, presente en la historia de nuestra querida
América Latina, enséñanos a no desgastar nuestra fe en las ambigüedades,
en las incoherencias, sino en la precisa verdad que el Señor quiere siempre
esclarecer.
Dios nos bendiga y obsequie una fructífera festividad de Nuestra Señora
de Guadalupe, hoy en el 128º aniversario de su coronación pontificia,
concedida por León XIII el 12 de octubre de 1895, y 113º aniversario de ser
patrona de la América Latina, proclamada así por Pío X en 1910.
Amén.
Martes 12 de diciembre de 2023
Pbro. Horacio R. Carrero C.