Pido la Palabra: Atrocidades con aroma a gasolina

Por: Antonio José Monagas…

La política sabe disfrazarse cuando las coyunturas lo exigen. Es ahí cuando el engaño surge como criterio político para justificar la intención en curso. Indistintamente de la condición que envuelve la susodicha intención. Por eso la política se presta para lo posible. Y hasta para lo imposible. Aunque también se vale del disimulo para alcanzar el objetivo trazado. 

En tiempos de autoritarismo, el ejercicio de la política se alza con mayor desenfreno. En medio de sus cometidos, esta política juega a sobreponerse a las circunstancias. A pesar de tenerlas del lado contrario. Es lo que caracteriza realidades en consternación a causa de la ingesta ideológica de gobernantes desesperados por enquistarse en el poder. De hecho, la historia política contemporánea ilustra episodios que dibujan con detalle las controversias derivadas de situaciones políticas empañadas por la codicia de gobernantes-tiranos. 

El caso Venezuela es testigo de cuantas historias encharcadas de estiércol, puedan ser imaginadas. Cuando el régimen no inventa alguna historia, procede a decidir algo sobre la primera ocurrencia. Sin que entre el discurso y las realidades, pueda mediar alguna protesta que impida el alcance de la medida tomada. De lo contrario y de inmediato, estos sistemas políticos apelan a la fuerza. Así la represión se luce como estructura oficiosa para anular o mermar toda intención de obstaculizar las pataletas, necedades o antojos gubernamentales. 

Asimismo, Venezuela es testigo de excepción de historias con aroma a gasolina. Historias todas cundidas de los más urdidos delitos de moral, de civilidad, de ética. Incluso, administrativos y financieros que comprometen individuos de cuanto ámbito funcional existe. Tan igual unos que otros. Pero mucha más, de quienes se permiten en nombre de la “revolución”, actuar a su favor. Denominándose “priorizados”.

Sin duda, esta situación de crisis revela serias grietas. No sólo en los estamentos de gobierno. También, a nivel de la población cuya cultura política evidencia los desequilibrios que vienen arrastrándose desde el siglo XX. Tienen que ver con la fisura de la democracia cuya concepción pende de un hilo. De un hilo bastante fatigado por las abruptas tensiones recibidas tanto de arriba como de abajo. Igualmente, el problema se fundamenta en la praxis de democracia. 

La relación del venezolano con el sistema político se desvirtuó hace buen número de años. No fue desde 1999 con el arribo del militarismo dogmático y arrogante al poder político. Fue tiempo atrás. Pudiera decirse que marcó el inicio de la explotación petrolera en 1922. Sin embargo, más allá de lo que este problema pudo provocar, debe contarse que el mismo fue también inducido por la manera individual del venezolano de manifestarse de cara a las realidades. La comodidad, el machismo, la viveza, entre otras mañas, lo perfiló.

Estos problemas definieron su cultura política. Con el discurrir de tiempos confusos y conflictivos, al margen de un sentido firme de identidad y ciudadanía, dicha cultura política le imprimió a Venezuela una égida que rozaba contravalores. Y desgraciadamente, se convirtieron en características conductuales del venezolano.

En consecuencia, así fue perfilándose el comportamiento del venezolano que sirvió de maravillas al populismo, pues terminó mellando la idiosincrasia de una sociedad apegada a tradiciones de culta praxis. Pero al mismo tiempo, tan insolentes actitudes de muchos coadyuvaron a la extinción de importantes esfuerzos llevados adelante en aras de acentuar el desarrollo y evolución del sistema político.

Fue entonces como ese venezolano, comenzó a asumir una conducta desviada de toda consideración de ciudadanía y de ciudadano. Fue así como ayudado por la demagogia, confabulada con la impunidad y la impudicia, adquirió hábitos que desdicen de razones de moralidad, ética y civismo. Y en un país asediado por crisis de todo orden, dimensión y dirección, ese mismo venezolano se vulgarizó. Al extremo, que adoptó formas carentes de la más elemental urbanidad que bien dejó como legado el académico y ejemplar venezolano Manuel Antonio Carreño desde el siglo XIX. 

En concordancia con los tiempos, Venezuela vino retrocediendo. Tanto, que ya entrada la tercera década del siglo XXI, la crisis de servicios públicos, terminó ofuscando y complicando la escena nacional. Basta con atender y entender lo que está sucediendo alrededor del agua, la electricidad, los alimentos, los medicamentos, repuestos de todo género, gas doméstico y gasolina, para reconocer el tamaño del caos en que el ejercicio de la política sumió al país. Forzó al venezolano a actuar no del mejor modo. 

Tanto así, que en lo particular, hoy Venezuela padece de serias carencias y problemas caracterizados por la basura, la corrupción, el militarismo endiosado, la intimidación gubernamental, la pérdida de valores. Y ahora, la crisis de salud. Pero lo que más ennegrece las actuales realidades, son las atrocidades con aroma a gasolina.

“Cuando no hay educación ni moral ni cívica, el hombre queda a expensas de lo que las circunstancias decidan por él”