Pido la Palabra: Completamente equivocado

El ejercicio de la política demanda mucho más que razones que sólo impliquen la intervención del poder por la sola satisfacción de arrogarse el poder ante un buen número de situaciones.

Por Antonio José Monagas.

La historia de la política, remonta a épocas en que la vida de la sociedad estaba considerada como extensión de todo cuanto abarcaba la responsabilidad del gobierno por condicionar el comportamiento social que podía suscitarse como reacción ante medidas adoptadas desde el poder y por el poder. 

El asunto comienza a complicarse cuando la figura del Estado-Nación, adquiere la potestad que el manejo del poder político permite ante circunstancias convertidas en atascos para la movilidad del gobierno. Es así que entonces la política alcanza a situarse de tal modo en la jerarquización de la vida del hombre, en todos sus aspectos e implicaciones, que la dinámica social y económica de los pueblos se supeditó a las exigencias de la política. 

Sólo que los intereses sobre los cuales pivota o buscó equilibrarse la política, no siempre coincidieron con los intereses del pueblo. Por consiguiente, se crean brechas tan hondas entre unos y otros, que la política es, en consecuencia, objeto de manipulaciones por apasionamientos y sandeces de quienes gobiernan. Por lo que los resultados tergiversaron todo compromiso trazado como parte del ofrecimiento que se granjeaba el apoyo que servía de soporte para apalancar la causa política propuesta.

Fue así como el Estado comienza a invadir todo. Igualmente sucede con la política. Copa todos los espacios de la vida del hombre. Y por consiguiente, emergen problemas para los cuales los operadores de la política, activistas y quienes ejercen la política desde los escaños y curules del poder, no estaban formados ni preparados para enfrentar los mismos. Ya en torno a los años 1500, Nicolás Maquiavelo, dejó ver este dilema cuando su oficio consistió en brindarle al Magnífico Lorenzo de Medici los consejos que lo ayudarían a conservar el poder que requería conducir su Estado. Y en efecto, Maquiavelo así lo hizo tarea ésta que fundamentó en su conocimiento de la administración pública, tanto como en su “lectura continua de la historia antigua”. Así fungió como el consejero que bien supo hablar del Estado, del Gobierno y del poder. Pero sobre todo, de cómo ejercerlo.

Más de cinco siglos, no han sido suficientes para haber entendido que gobernar no es un asunto sencillo. Tampoco de militares, ni de fanáticos. Creyeron que gobernar era una cuestión tan “plana”, que oscilaba entre dos o tres variables de inmediata solicitud y rápido amaño. Lejos de tan precaria acepción, Carlos Matus Romo, reconocido estudioso en Planificación y Gobierno, explicó que “gobernar es cada vez un problema más complejo. Y gobernar en democracia lo es más aún”. Latinoamérica y países allende del meridiano de Greenwich, han presumido que la política se resuelve solamente en el ejercicio del poder. Suponen que el poder es la prueba suprema que gradúa al dirigente político de gobernante. Indistintamente si el gobierno se configura a desdén de cualquier sistema político adoptado. 

Y aún cuando hay algo de acertado en tan crudo argumento, el ejercicio de la política demanda mucho más que razones que implican la intervención del poder sólo por el hecho que significa arrogarse, de modo soberbio, el poder por el poder. Y es que las coincidencias que pudieran darse entre política y gobierno, no suelen advertirse en situaciones en las que no se conciba que gobernar en dirección de una línea política compromete “(…) un sistema complejo, dinámico, creativo, resistente y plagado de elementos de incertidumbre” (Aut. cit.)

De forma tal que es inconcebible, en el fragor de una dinámica política colmada de conflictos de infinitas causas, tomar decisiones sin considerar la opinión de quienes tienen el manejo más exacto de la tecnopolítica. O sea, de profesionales de la ciencia política atentos y entendidos de la incidencia de problemas de intereses en el horizonte contiguo que visualiza el gobierno en su función de actuar desde la política en su más eximio concepto. Es decir, contar con individuos conscientes de las discordancias entre factores de poder. Asimismo, de la repercusión de abruptas diferencias entre contextos político-partidistas. De reticencias en cuanto a consideraciones postuladas desde la praxis económica. De frustraciones convertidas en hilarantes tergiversaciones sobre el discurrir de la política. De incompatibilidades inducidas por aplicaciones de medidas formuladas de manera unilateral: De la ausencia de razones que infunden un conocimiento sobre situaciones difusas en materia de gobierno. Del manejo sesgado de información crítica capaz de desvirtuar procesos de elaboración y toma de decisiones. Esto, entre problemas con la fuerza necesaria para generar el perfecto caos del cual -en términos de tiempo y recursos de toda índole- resulta complicado escapar. 

Es inadmisible que un escaño de gobierno, de cuyas decisiones depende la línea política que rige el discurrir de una nación, no cuente con personas conscientes de la responsabilidad que acarrea la asesoría, o consultoría de gobierno. Sólo individuos formados bajo tal égida política, son capaces de reconocer que gobernar implica ordenar realidades cuya producción social existe en un mundo de múltiples recursos escasos, tanto como de múltiples criterios de eficacia que bien pueden estructurar un ámbito abierto a la pluralidad de posturas políticas, condiciones sociales e intereses económicos. 

Lo contrario, es una burda apuesta al caos. Su aproximación, a todas luces, es resultado de disquisiciones que tienden a pasearse por parajes obstinados (autocráticos) o egoístas (totalitarios). Y que por la dominación que engendra el poder como recurso envolvente de sometimiento y control, no considera necesario, muchos menos exigente, el aporte de estos profesionales por cuya formación se hace posible superar escollos, arbitrariedades, improvisaciones y divergencias políticas que hacen de un gobierno una mutación funcional, atrasada y represiva. O sea, una desalmada dictadura. O una ensangrentada tiranía.

De ahí que gobernar en la dirección del progreso social y del repunte económico, debe apoyarse en consultores con el talento y la sensibilidad capaz de reconocer los problemas que son clamados, más allá de las sandeces reclamadas por el proselitismo populista. No entender esto, lleva inexorablemente a retroceder una gestión de gobierno en el tiempo de manera injustificada y costosa en todos los sentidos. Por tanto puede inferirse, que lo contrario es arrogarse capacidades omnímodas para así, cual torcido proceder, entender la política y en consecuencia gobernar, de modo completamente equivocado.