Por: Antonio José Monagas…
La llamada “revolución” a la que apellidaron “bolivariana”, si bien ilusionó a muchos, también desilusionó a otros cuantos. Pero incomodó a tantos más, pues apenas sirvió para enriquecer excesiva y vulgarmente a unos pocos.
Mucho se ha disertado sobre el significado e implicaciones del concepto “revolución”. Término éste cuya interpretación a estas alturas del siglo XXI, pareciera tener una connotación que apartara su acepción de lo que políticamente se ha entendido desde que comenzó a utilizarse como apelativo de lo que toda tensión social estimula. En consecuencia, deberá reconocerse que tan excitante palabra se ha empleado con descuido. O sea, a desdén de lo que la historia exalta ante su naturaleza. O de lo que sus contenidos alcanzan a comprometer. Poca importancia se le ha prestado a la ilación que se establece entre lo que motiva su ocurrencia, vista desde el plano de las circunstancias que la induce, y sus intenciones, métodos, recursos de lucha y efectos que genera.
A diferencia de lo que ha pretendido imponerse en Venezuela bajo el nombre de “revolución”, las realidades dan cuenta de acontecimientos que no guardan ninguna relación con lo que en verdad representa una revolución auténtica. Lejos de haber apostado a transformar los hechos -en principio- bastante cuestionados, dado el estado de indolencia y anomalía que a juicio de quienes se arrogaron la condición de “revolucionarios” presentaban, los resultados que con los años fueron advirtiéndose, contrariaban lo que sus promesas electorales y posteriores discursos referían.
Lo que podía catalogarse como condiciones funcionales que caracterizaban al país a inicios de la década de los noventa del siglo XX: factores de organización, dirección, coordinación y control de las instituciones de las cuales dependía la funcionalidad nacional, nunca fueron objeto de debida atención. Mucho menos de consideraciones que se tradujeran en su adecuación a las realidades imperantes. De manera que, a decir de la teoría política, las condiciones objetivas asociadas a las coyunturas a las cuales se sujetaban las capacidades y potencialidades del país, se mostraron antagónicas al propósito verdaderamente revolucionario. O sea, la excusa de invocar el hecho revolucionario, no exponía los cualidades que justificarían una aventura política que comprometiera el llamado de una “revolución”, tal como fue argumentada en tanto que razón del programa ideológico de gobierno aplicado desde 1999. Y luego, radicalizado a partir de 2008. Ni una conciencia política madura llegó a fijarse como apoyo de una política realmente revolucionaria, así como tampoco se logró un desarrollo plausible de la organización y de la dirección política tal como es requerido por las pautas de un proceso exacto y cabalmente revolucionario.
Por consiguiente, la mal llamada “revolución” a la que le endilgaron el apellido “bolivariana”, aunque ilusionó a muchos, desilusionó a otros cuantos, incomodó a tantos más, sólo sirvió para enriquecer excesiva y vulgarmente a unos pocos. No conforme con tan apesadumbrado logro, el equivocado “proceso revolucionario” confundió todo, al extremo que dicho barullo terminó desfigurando códigos de ética pública y de moralidad que luego de tantas trapisondas, descompusieron al país social, económica, cultural, administrativa, financiera y políticamente. Se impusieron los abusos como orden del día, tanto que muchos de ellos se institucionalizaron con el concurso de un Poder Nacional que, arbitrariamente, fusionó todos los poderes. A excepción del Poder Legislativo. Tan pronto como el gobierno abandonó el principio según el cual se debe respeto a la dignidad y desarrollo del venezolano, así como al ejercicio democrático de la voluntad popular, terminó haciendo todo lo contrario. Es decir, terminó imponiendo un descompuesto socialismo con el fin de encubrir desafueros de todo tamaño y sentido. También, ese mismo gobierno omnipotente, terminó erosionando la Constitución Nacional valiéndose de la complicidad de un tribunal supremo de (In)Justicia en conexión con un poder militar enfermizo al cual le confirió una ilegal autonomía a cambio de su apoyo a cuantas fechorías fuera posible. De este modo, tuvo que tramar ejecutorias fuera de toda ley que rindiera el usufructo necesario y suficiente para seguir alienando el pensamiento y desvergonzada actitud del mayor número de ilusos capaces de prestarse a ser y a actuar como los tontos útiles de la revolución.
“Nunca han dejado de existir pléyades de aduladores que a sabiendas que la represión gubernamental encauza demagogia a fuerza de humillaciones, vejaciones, sustracciones y violaciones, venden sus ideas a costa de su dignidad. De ello se valen regímenes así para sabotear libertades e inhibir derechos humanos. Son tontos útiles al servicio de una desvirtuada noción de patria”
AJMonagas