Por: Antonio José Monagas…
El desastre en que se convirtió Venezuela, dada la crasa permisividad gubernamental y la falta de criterio en la aplicación de la norma constitucional y de leyes orgánicas, se adueñó de sus realidades sin que fuera percibido como problema estructural.
Desde sus inicios, el hombre ha contravenido leyes de la naturaleza con el fin de imponer su voluntad. Pero no siempre, tales pretensiones le han resultado favorables tal como en principio se lo ha planteado. O sea, en la dirección que sus ambiciones y afán de poder han demandado de su accionamiento. Por esta condición de endémica atención, el desarrollo de la humanidad fue bastante caprichoso. Se logró, a costa de inmensos costos que derivaron en serias contradicciones y graves problemas. Las discrecionalidades, desigualdades, rivalidades, convencionalismos, formalismos y hasta prejuicios sociales y obsesiones morales, se convirtieron en factores de acoso y retención al desarrollo humano.
Sin embargo, y a pesar de las contravenciones, se impuso la racionalidad como razón propia que finalmente determinó el crecimiento social, el discernimiento económico y el progreso político. Aunque dichas realidades no marcaron un desarrollo ni perfecto, ni mucho menos perseverante. Siempre estuvieron reñidas con serias adversidades. Sólo que muchas de estos infortunios se enquistaron a consecuencia de equivocadas o deliberadas decisiones que originaron problemas tan profundos, que muchos gobernantes prefirieron instituirlos a erradicarlos. Es decir, primó aquello de que “la política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados” (Groucho Marx). De manera que los problemas siempre estuvieron ahí, perturbando cualquier realidad o realización posible. Incluso, algunas veces, con más desacierto y salvajismo que otras.
Quizás, una consideración que en algo ayuda a entender esta situación basada un tanto en la equivocada comprensión de la tolerancia, la propiedad y la igualdad como valores morales, es la llamada “teoría de los cristales rotos”. La misma explica cómo un vidrio roto en un auto abandonado, como en efecto consistió el objeto del experimento que apalancó la teoría referida, transmite una idea de deterioro, desinterés y despreocupación. A tal punto, que induce un comportamiento social incontrolable. Actitudes así, comienzan a romper códigos de convivencia, tanto de ausencia de ley, como de normas y reglas de socialización hasta que la escalada de violencia cada vez se vuelve incontenible, desembocando en actos de absoluta irracionalidad.
Decía Jean Jacques Rousseau, filósofo político, que el origen de la desigualdad entre los hombres, no es de orden político, sino económico. Sin duda que esta referencia, contribuyó a dilucidar parte de la ofuscación que hace de la violencia un modo del proceder que históricamente ha caracterizado al hombre en su devenir social. Justamente el problema que ha atascado el desarrollo de los pueblos. Sobre todo de pueblos que han pretendido afincar su ascenso en ideologías obtusas para permitirse sus gobernantes la manipulación de intereses y situaciones que devengan en el vulgar engrosamiento de su peculio.
Lamentablemente Venezuela, es un patético ejemplo de lo arriba descrito. El país cayó en la debacle que representa el caso de los “cristales rotos”. Todo ello a consecuencia de la permisividad, la impunidad, la complacencia, la complicidad, el derroche y del resentimiento que han servido de criterio de gobierno, de política de Estado, para que el régimen, con su cuento de socialismo del siglo XXI, haya animado un cuadro de vida “republicana” delimitado por la corrupción, la desorganización, la flojera, la indolencia, la ilegalidad, la arbitrariedad, la humillación y el atropello.
En medio de estos signos de deterioro, el régimen bolivariano ha pretendido “refundar la república” para que sobre tan mugrientas bases, pudiera “establecer una sociedad democrática, participativa y protagónica” lo cual suena atractivo. Pero a decir por lo que las realidades acusan, fue de un absurdo desvergonzado. Aún así, esto parece no haberle importado. A sabiendas de que éstas razones han sido los motivos por los cuales se ha sucedido el desastre que hoy es Venezuela. Desastre éste donde la falta de criterio en la aplicación de la norma constitucional y del resto de leyes orgánicas, se adueñó de las realidades sin que fuera percibido como problema. O aún peor, sin que ninguna instancia gubernamental le pusiera remedio instalándose así el caos sobre el cual se fraguó la crisis que hoy se conoce y padece. Luego de permitirse algunas indulgencias o favoritismos a funcionarios o militantes del partido de gobierno, o ligeras libertades a quienes convencían con piadosas excusas, comenzaron transgresiones mayores y los procedimientos que un día regulaban la convivencia se convirtieron en molestos obstáculos que terminaron azorando y revolviendo todo. Así, Venezuela se volvió un “país roto”.
“Cuando un gobierno permite una acepción de “propiedad” o de “igualdad” ahogadas por la indolencia de una ideología populista, las realidades se entumecen tanto que eldesorden se convierte en la perdición que arrastra todo a su paso”
AJMonagas



