Por Antonio José Monagas…
No hay que permitir que la vida deje de animar tantas utopías como ideales puedan brotar del mundo interno del ser humano.
Desde que el filósofo, teólogo e historiador inglés, Thomas More o Tomás Moro, acuñó el neologismo “utopía”, (1516) el mundo político se ha aprovechado de la acepción ensayada para construir visiones idealizadas de una sociedad perfecta. Así se han explorado nuevas formas de incitar el ejercicio de la política a conquistar los espacios suficientes a partir de los cuales pretenden consolidarse cuadros políticos en sitiales vinculados al poder político. Por tanto, en asegurar el arraigo necesario de los mismos equipos políticos en las mayores instancias del burocratismo gubernamental.
Pero al final de tantos esfuerzos, muchos de los planes proyectados terminan convertidos en sueños. Es ahí cuando emerge la utopía no sólo como sentido. También como posibles cimientos de nuevas realidades. Aunque la complejidad emocional, espiritual e intelectual no pasa de ser el porvenir en el cual sus elementos forcejean por nacer. Aunque nunca nacen. Y de conseguirlo, la idea muere neonata.
Un ensayo de concepto
De manera que el aludido sueño esperanzador, o “utopía”, por sus mismas complicaciones, es inalcanzable. Sólo alienta inspiraciones situadas en un fantasioso horizonte. Aunque su inmortalidad es casi inmediata. Pudiera acá tener cabida una tentativa de definir “utopía”. Podría anotarse que: es el resultado de pensar y anhelar algo que, aún cuando pudiera verse como digno de la vida del ser humano, parecería imposible de alcanzar como objetivo. Tal cual, es lo que triste y contrario al esfuerzo de partida, sucede.
Aun así, la vida no deja de animar tantas utopías como ideales puedan brotar del ser humano. Por eso, el escritor norteamericano, Thornton Niven Wilder, decía que “sin utopías el mundo no cambiaría”.
Justo, he ahí el problema que ha tenido un mundo como el existente. O sea, un mundo prendido a sesgos cuyas virtudes son prisioneras de ideologías que no habrían sido reveladas en otras circunstancias distintas. Es decir, realidades diferentes de las que lograron surgir, particularmente, al amparo de la dinámica política, social, cultural y económica.
Si bien, se ha dicho que la utopía “es el principio de todo progreso y el diseño de un futuro mejor” tal como lo expresó Anatole Franc, Premio Nobel de Literatura, 1921, al mismo tiempo se ha estimado como contraparte de las aludidas realidades. Buena culpa de tan contrapuesta o antagónica contemplación, la suscribe la envidia inherente al ser humano. Incluso, se habla del egoísmo emergente del egocentrismo. Sobre todo, cuando se vuelve “criterio político”. Especialmente, al momento de diferenciarse las condiciones que formalizan el contenido de doctrinas políticas adversas entre sí. (El capitalismo vs. el socialismo)
Una comparación válida
Los problemas que afectan las utopías, suelen por igual padecerlo los paradigmas. De ahí que las utopías que animaron esperanzas siglos atrás, increíblemente lucen luego como cuestionadas presunciones o meras concepciones dogmáticas. Son consideradas ideas absurdas que, por extrañas presunciones, tiende a verse despreciadas. O percibidas como obsoletas o vulgares idealizaciones.
Aunque cualquier utopía puede caer en desgracia social, política o cultural. Ello, de ser concebida obtusa en cuanto a verse como un sueño de perversión e irreverencia a la vida. Cabría acá preguntarse ¿cómo podría entonces entenderse la esperanza? ¿Acaso como olvido o tristeza?
La utopía, un derecho
A pesar de lo que pueda manifestarse en contrario a los valores que exaltan y ennoblecen la vida en todos sus sentidos, la utopía nunca dejará de ser un derecho emocional, espiritual y perceptible. Innegablemente, deberá reconocerse como un derecho irrenunciable ya que en su esencia se afianza la esperanza toda vez que la misma vive como razón funcional de la utopía.
Y es que, de renunciarse al derecho que tiene todo individuo de aferrarse a alguna utopía, no hay duda de que habrá renunciado a vivir apegado a alguna esperanza de superación, corrección o de adelanto respecto de algo que puede limitar el derecho de trascender en la vida hacia estadios superiores.
Ante tan importante consideración, se ha hablado de “la utopía del conocimiento”. O bien, como lo habría explicado el filósofo alemán, Theodor Adorno, con su Teoría Crítica. Señaló que “(…) es atravesar con conceptos lo que es o no es conceptual, sin que por ello deba acomodarse esto a aquello” (Crítica de la cultura y sociedad I, Edic. Akal, 2008)
Inferencias finales
Sería improbable dudar de que las utopías construidas, contribuyeron a edificar las realidades sobre las cuales se depararon los escenarios que hoy cimientan la movilidad del mundo actual. Inclusive, los problemas que afectan la vida. Podría decirse que la historia que hoy se escribe, traduce o interpreta el contenido de pasadas utopías. Aunque la historia igual da cuenta de flujos y contraflujos que han estructurado las realidades. Lo que siempre ha sucedido no es de negar que está relacionado con la utopía pues al ser referida o comentada por algún canal comunicacional, es natural de haber dejado un aire de cambio que más luego ha animado disposiciones e ideales de vida.
Nada ni nadie podría impedir que la utopía vuele tan alto, que jamás podría atajarse. Ni la intimidación, las bayonetas, los improperios, la coacción, o la opresión podrían lograrlo. Tampoco, la impudicia, el abuso de poder, o alguna ley que obstruya libertades y derechos humanos. Mucho menos, la amenaza de muerte.
Por eso, es imposible vivir en ausencia de la utopía, pues en su existencia motiva el sentido de la razón de ser. Justo ahí es donde crecen los sueños de dignidad. Y donde radica el significado y la necesidad de no dejar nunca de perseguir utopías.
“Pasearse por el fantasioso mundo de las utopías, es vivir la proyección de volar más allá de los límites del cielo que cobija las ansiedades y proyectos de vida del ser humano”
AJMonagas
03-11-2024