Por la calle real: Vuelta a casa

Por: Fortunato González Cruz…

Vuelve monseñor Baltazar Porras, ahora Cardenal Porras,  a sus lugares serranos donde gobierna su iglesia local, integrante del grupo de los escogidos de Dios en el Sacro Colegio Cardenalicio.  El Papa Francisco lo acerca a su lado para velar por la Iglesia Universal  y el cuidado de la casa común. Ahora nuestro Arzobispo debe continuar al frente de sus responsabilidades en Mérida y dedicarle tiempo y esfuerzo a pensar más en el ámbito global, ir colocándose en la más amplia perspectiva mundial. No es ajeno a esos desafíos puesto que tiene la experiencia de compartir con sus pares latinoamericanos en el CELAM, la Conferencia Episcopal Latino Americana, y también en algún dicasterio romano en particular en el que se ocupa de los bienes culturales de la Iglesia.

Quizás le ayude seguir apoyando su cayado en la fértil tierra merideña y en la dura roca de la Sierra Nevada. Los Andes fueron calificados por Juan Pablo II como una reserva espiritual. Lo es por la fidelidad  de los andinos a Cristo y a su Iglesia, por su carácter noble y sencillo, porque practica la religiosidad y la desarrolla a su manera al incorporar modos y expresiones propias resultado de una larga evolución histórica y cultural. El Cardenal Porras conoce a Venezuela y a Los Andes palmo a palmo, ha sentido muy cerca el latir de los corazones andinos y llaneros, conoce la sabiduría que comparten académicos y campesinos, los primeros producto del quehacer científico y los segundos del conocimiento de la naturaleza y de sus enseñanzas. Sabe y disfruta el calorcito de los fogones amables que le han hecho un poco más liviana su cruz. Ha sido víctima del más despiadado y cruel ataque de agentes de la política del odio, resentidos, militantes de una ideología que desprecia la dignidad humana. Jamás ha respondido. No soportan su altísima calidad humana, ni su palabra de verdad, ni su mensaje de paz. Si su cercanía lo coloca al alcance de las piedras, su sólida espiritualidad y su probada valentía lo protegen y de allí el amor y la fidelidad de su pueblo.

Le ha correspondido pastorear un esquilmado y sufrido rebaño que también ha sabido sortear sus desventuras y encontrar tranquilidad en la familia, en el trabajo y en el paisaje bajo el manto protector de sus santos patronos. No se sabe cuánto tiempo más permanecerá entre nosotros porque es de suponer que tendrá otras responsabilidades cerca de Roma. Lo que sí se sabe es que podemos contar con Dios, con la Iglesia y con nuestro querido monseñor Porras, ahora Cardenal. Ayudará a Venezuela a curar la pestilencia y encontrar un nuevo tiempo como en su momento el Pueblo Elegido. Así canta el salmista: “Señor, que tu amor descienda sobre nosotros, conforme a la esperanza que tenemos en ti”.