En otros tiempos mejores la conducta de los venezolanos era respetuosa, amable, solidaria. Nos caracterizábamos por ser cordiales y siempre estar dispuestos a tenderle una mano a quien lo necesitara. Hoy en día, sumidos en una gran cantidad de problemas de toda índole, el carácter de los venezolanos ha cambiado radicalmente ahora, en medio de las pandemias que nos azotan: coronavirus, inflación, diatribas políticas, pobreza generalizada, falta de servicios públicos y pare usted de contar, nuestros compatriotas han optado por amarrar sus caras y su corazón y vivimos en una especia de “sálvese quien pueda”, sin importar la suerte de tu vecino. Pero, donde más se observa este tipo de conductas antisociales es en los hombres y mujeres que portan un uniforme, cualquiera sea la fuerza del orden a la que pertenezcan. Con muy pocas excepciones, a estos servidores públicos se les ha olvidado o nunca las aprendieron, las normas de cortesía para tratar a su prójimo. Tener el infortunio de pasar por una alcabala y que nos detengan, es una pesadilla, es como protagonizar una película de terror, donde nuestro papel es el de ser las víctimas y no llega caballería a rescatarnos.
Al pasar por una de los miles de puntos de control que ahora están sembrados a lo largo y ancho de nuestro estado Mérida, sentimos miedo y desearíamos ser invisibles para que los funcionarios allí apostados ni nos miren y, no es que estemos al margen de la ley, No. Se trata más bien de que es imposible saber, cuál será la conducta de quien nos dice sin ni siquiera, saludar “párese a la derecha “o métase allí que lo vamos a revisar”. Entonces, a las víctimas nos empieza a latir fuerte el corazón, las manos nos sudan y a duras penas podemos entregar los documentos que con tales malas maneras nos exigen, porque sabemos que dependiendo del humor de ese día podremos o no, salir airosos de la inspección.
Todos lo saben y nadie hace nada.
Bien sea por propia experiencia o por referencias de amigos, vecinos o conocidos sabemos que ante una detención de este tipo corremos un peligro inminente porque aunque no tengamos nada qué temer, algo encontrarán los funcionarios para hacernos pasar un momento de tribulación. Por ejemplo, lo que le sucedió, a una joven señora con su hijita a la que había tenido que llevar al médico por un fuerte dolor de oídos. Cuando pasaban por una de esas alcabalas las detuvieron sin haber cometido ninguna infracción, solamente iban de regreso a su casa. Entonces al pedirle los papeles, se dieron cuenta, que el carro estaba a nombre del esposo, y no del de ella. Así que sin ninguna consideración hacia la señora y su hijita enferma la amenazaron con quitarle el vehículo, ponerle una multa, y miles de castigos más. De nada valieron las explicaciones, todas razonables; de nada sirvió que ella insistiera en que por la premura de llevar su hija al médico, había tenido que salir con la urgencia del caso en el único carro que tenía gasolina. Se sintió vulnerable y con ganas de llorar, mientras que la niña seguía quejándose por su dolor y le comenzaba a subir la fiebre. Situaciones como estas tan indignantes e inmisericordes, hacen hervir la sangre de las personas de buena voluntad y noble comportamiento, pero para aquellos, que en ese momento decidieron “hacer cumplir la ley”, la condición humana de esa madre y esa hija, no les importó, para someterlas a una vejación que jamás la hubieran sufrido en otro país del mundo. ¡Qué maravilloso hubiera sido que en vez de ensañarse, el o los funcionarios que hicieron la detención, le hubieran explicado con respeto, lo que debía hacer de ahora en adelante para estar en regla. Pero no hubo compasión, comprensión ni posibilidades de diálogo, solamente hubo maltrato y un total desinterés por la salud de la niña. Afortunadamente, para ambas, con el cambio de guardia, apareció un alma de Dios, también uniformada, quien sí se puso en los zapatos de esa madre desesperada, y pidiendo disculpas por el comportamiento de sus compañeros, las dejó seguir.
Si porta un uniforme, dé el ejemplo
El hecho de portar un uniforme debe ser motivo de orgullo, debe llevarse con dignidad y hacer de su trabajo, que es muy importante, un verdadero apostolado por el bien de los ciudadanos a quienes necesitan proteger. Hay que educar a la población que desconoce las leyes, hay que explicarle las razones de alguna medida, con extrema consideración. Hay que saber interpretar cuándo un caso es realmente una amenaza o una infracción que amerita un castigo severo, por ejemplo, manejar en estado de embriaguez, pero hay otros casos, que simplemente se pueden arreglar con una buena explicación, con algunos consejos de cómo hacer las cosas. Los cuerpos policiales deben servir para educar en los buenos comportamientos, no para ser punitivos y mal educados.
Estas actitudes despóticas por partes de las fuerzas del orden público, están logrando que la gente sienta rechazo y animadversión. Debería ser totalmente lo contrario, porque ellos son quienes tienen la misión de proteger a la ciudadanía y ofrecer seguridad. El llamado que hacemos, es a que recuerden siempre la máxima para el comportamiento social “no hagas a otros lo que no quieres que te hagan a ti”.
Redacción C.C.Fotos referencial
22-11-2020