Presentación de María Santísima en el templo

El Señor es amigo de su pueblo Salmo 149, 4

La frase del título de esta reflexión corresponde a la última estrofa del Salmo 149 proclamado en la misa de este día de la Presentación de María Santísima en el templo de Jerusalén. Todo el fragmento exclama: «El Señor es amigo de su pueblo y otorga la victoria a los humildes».

¿Cómo entendemos este versículo bíblico en relación a esta festividad relativa a la Virgen? El Protoevangelio de Santiago (apócrifo) describe la presentación de María en el templo por sus padres Joaquín y Ana. Ella subió las escaleras para ingresar al recinto sagrado rebosante de alegría. Apreciamos en esta pequeña y santa niña el gozo por el logro del talante divino trazado por el salmista: el Señor es amigo de su pueblo. Al talante divino la Virgen acopla un corazón totalmente consagrado al éxito de la obra redentora de Jesús, hijo de Dios y suyo. Obra también comunicada a José cuando el ángel le refirió: «“lo llamarás Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados”» (Mt 1, 21).

Con seguridad, en el cariñoso corazón de la niña María también resplandeció esta afirmación: «el principio de la sabiduría es: adquiere la sabiduría» (Pr 4, 7). Esto significó para ella un magnánimo respaldo humano y espiritual, a partir del cual enunciará en casa de Zacarías e Isabel, «“derribó a los poderosos de sus tronos y exaltó a los humildes”» (Lc 1, 52), y en Caná de Galilea, durante el festejo de una boda, y ante el hijo de sus entrañas, «“hagan lo que él les diga”» (Jn 2, 5).

En María, ya desde la niñez, el Verbo no ha quedado inexpresivo, porque ella distendió su ser al crecimiento en la calidad de la instrucción procedente de lo alto, de la cual depende el perfeccionamiento de cómo, con tal instrucción, contribuir y conseguir la mejoría de hombres y mujeres que la veneran como madre y maestra, cercana y solícita, pues, desde ella escuchamos la repercusión de este párrafo, «“todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”» (Mt 12, 50).

En el Apocalipsis Juan manifiesta del Dios todopoderoso, «el que era, el que es y el que ha de venir» (4, 8). De ÉL hablan con claridad los evangelios, representados en los cuatro seres vivientes según la visión de Juan, el toro, el león, el que tiene cara de hombre y el águila en vuelo (vv. 6-7); en los evangelios el rol de María, aunque no especifican nada de su niñez, es el de una joven obediente y solidaria, la cual hace de sí misma la autora de sus decisiones; y tal destreza la depone, no en una presunta autoridad, sino en la del Poderoso que ha hecho grandes cosas (cfr. Lc 1, 49).

Para ella, el objetivo de proteger la vida, igual que el de la Iglesia, —de hecho, Juan en su visión nota cuatro seres vivientes—, desde la concepción hasta la muerte natural, es una brega implícita y explícita de quien “hace grandes cosas”, y en alusión al cual le notifican, «“el Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer de ti será santo y será llamado Hijo de Dios”» (Lc 1, 35).

A la persona destinataria de estas palabras, la Virgen María, ellas no le obsequian cualquier sustento; más bien instituyen la garantía de una diferencia esencial entre Dios y ella, porque recibió del mismo Verbo encarnado, verbo del Dios vivo, este complejo rol: madre de la humanidad, en efecto, «“mujer ahí tienes a tu hijo” […] “Hijo, ahí tienes a tu madre”» (Jn 19, 26-27).

El 8 de septiembre ensalzamos la Natividad de María; el 12 de septiembre loamos su santísimo Nombre; este 21 de noviembre, conmemoramos la Presentación en el templo, con la cual nos encauzamos al 8 de diciembre, solemnidad de la Inmaculada Concepción, patrona de la arquidiócesis de Mérida.

La Presentación comenzó a pregonarse en Oriente en el 543, dedicación de la Iglesia Santa María Nueva en Jerusalén. El emperador bizantino, Miguel Commenus la indica en su edicto de 1166. Para su extensión al Occidente influyó el caballero francés Felipe de Mazières. El papa Gregorio XI la introdujo en Aviñón. Sixto V en 1585 la estableció con carácter obligatorio para toda la Iglesia. Clemente VIII la elevó al grado “doble mayor”. El calendario litúrgico de 1969, pertinentemente conservó esta memoria.

Además, desde 1953, por voluntad de Pío XII, cada 21 de noviembre, la Iglesia lo evoca como día de la vida consagrada claustral; por ende, a esos hombres y mujeres, cuya misión sigilosa en el silencio de sus conventos, radica en ofrecer, como María, la cautela tenuemente rumorosa de una oración elevada cual fina fragancia hasta el trono del Cordero, desde el cual desciende para la humanidad, bendición, amparo y bondad, dedicamos estas frases de la oración a la Virgen que Dante coloca en labios de San Bernardo en el Canto XXXIII del Paraíso, «y tu bondad no sólo viene en auxilio del que la demanda, sino que muchas veces se anticipa generosamente a todo ruego».

Pbro. Dr. Horacio R. Carrero C.

horaraf1976@gmail.com

21-11-24