Por: Fernando Luis Egaña
La pregunta es pertinente porque la debilidad de Maduro es ostensible. Y él mismo se ha encargado de ello, al decirse, desdecirse, anunciar “consultas” y dar la impresión de depender mucho más de otros que de sí mismo. Además, su arribo al poder está en el contexto de una sucesión forzada al llamado “hiper-líder” que, luego de fallecido, continúa omnipresente por el culto de Estado al “comandante supremo”.
Entre 1999 y 2012 esa misma pregunta no tenía cabida en la dinámica venezolana. Se sabía muy bien quién mandaba o abusaba del mando, y se sabía también quién ejercía una poderosa influencia habanera en las entendederas y erarios del mandatario. Pero ahora en el 2013, la situación es distinta ya que el posesionado jefe de Estado no parece haberse posesionado del poder de la hegemonía roja.
En la jerga oficialista se habla mucho de la “dirección político-militar de la revolución”, suerte de cogollo máximo que desborda los límites del Estado, el partido y la FAN. Pero aunque se la mencione mucho, se la explica poco, y la “instancia” permanece oculta por las brumas del secretismo o de la imaginación. Puede que sea un primer anillo de poder, que impera sobre todo lo demás, incluyendo el CNE.
Pero la procesión bolivarista ya no va por dentro sino muy a la vista. Diosdado Cabello anda esmerado en resaltar su importancia política y en especial, castrense. Al igual que otros gobernadores del Psuv y en particular los que se niegan a colgar el uniforme. En las academias y los cuarteles deben haber muchos soñando con ser los “nuevos Chávez”, y no creo que aprecien a Maduro como un modelo a seguir.
El gabinete recién anunciado, por cierto, parece el producto de un equilibrista, y si bien debe señalarse una cierta virada hacia menos dogmatismo o delirio en lo económico-financiero, es obvio que trata de representar a varias de las corrientes o clanes que se cruzan en la jungla del chavismo, no pudiéndose subestimar la significación de la familia epónima.
Todo lo cual acrecienta la influencia castrista en el Estado revolucionario. Tanto porque Maduro es un aliado de vieja data, como porque el castrismo es una fuerza homogénea en comparación con la diversidad liosa del oficialismo interno. Lo que no sucede es que poderes públicos formales como el TSJ, CNE o Fiscalía tengan espacios para la autonomía institucional, siquiera en grados limitados. Eso no se vislumbra en el horizonte.
De allí que las fuerzas alternativas a la hegemonía deban redoblar su lucha democrática, no bajar la guardia y no caer en la trampa del complejo golpista o violentista de la propaganda estatal. La debilidad de Maduro es consecuencia del vacío de liderazgo, de las contradicciones internas y del aparatoso y prolongado desgobierno.
Y también lo es de las aspiraciones y esperanzas de millones de venezolanos que no aceptan que el futuro sea como el presente. Si alguien no manda en Venezuela es el pueblo, porque los jerarcas del poder se atropellan por poseerlo y depredarlo. ¿O no?
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