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Razones y pasiones: La ilusión del diálogo

7 julio, 2019
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    Eleazar Ontiveros

    Por: Eleazar Ontiveros Paolini…

    En oportunidades anteriores hemos hecho algunas consideraciones sobre las posibilidades ciertas o no de que entre el régimen y la oposición pueda haber un diálogo que concluya en algo concreto. Es decir, que en él se determinen con objetividad, sin sectarismos, con honestidad, con miras  a la salud social, los problemas que nos acosan y   que a todos les resulta obvio que deben ser resueltos por vía más expedita. Es decir, que los correctivos se establezcan  sin que ninguna de las partes anteponga  condiciones sectarias en lo social, económico, político, cultural y en las formas de enfrentar las relaciones internacionales.

    Ahora bien, siendo coherentes con nosotros mismos, considerar que se cocreten las posibilidades indicadas con anterioridad, es desde todo punto de vista ingenuo, pues también es ingenuo sobre valorar lo que se desea  alcanzar si  todo  navega en las nubes de una lejanía indeterminada.

    De nuevo se ha vendido la idea de que las soluciones se pueden alcanzar con el diálogo que se hace en un país  como Noruega, que sin duda es mediador es respetable, incapaz de inclinarse preferencialmente por algo que no sea razonable. Pero esa tentativa ya nos está mostrando, en especial por la falta de continuidad en los encuentros, que será un nuevo y singular saludo a la bandera. Consecuencialmente, con la intención clara de distracción, los “feudalistas” del régimen y  quienes de la oposición, uncidos al carro de la incapacidad de afrontar como es debido las soluciones  participan a coro y hasta se rasgan las vestiduras alabando el esfuerzo que hacen, convierten todo  en una opereta disonante.

    Dada esa situación que para nosotros es diáfanamente apreciable, creemos necesario que de una vez por todas dimensionemos a cabalidad lo que es en verdad un diálogo y con ello nos demos cuenta de si se puede entablar adecuadamente entre posiciones radicalmente antagónicas. El diálogo, como decía Paulo Freire, “Es el encuentro entre interlocutores de la misma importancia que son capaces de pronunciar el mundo  y al pronunciarlo lo humanizan”. En otras palabras, es mentira que hay diálogo cuando una o ambas partes sectariamente consideran que son dueños de verdades o procedimientos incontrovertibles, lo que impide la humanización, es decir, la concordia, la comprensión, la tolerancia y procura de soluciones comunes.

    En otras palabras, el diálogo es una comunicación recíproca entre seres que debe conducir a  un entre ▬Interpersonal, es decir, a posiciones comunes, similares, opuestas a las solas aportaciones particulares, aunque muchas de estas puedan ser determinantes en los acuerdos. Es entonces, un acuerdo de doble dirección, en virtud de la cual y de la unificación de lo opuesto, se convierte en dialéctica de la libertad.

    El diálogo es útil y beneficioso cuando hay una elevada calidad de la comunicación, resultado de la confianza mutua entre quienes enfrentan la actitud dialógica. Y ahí esta pate del meollo del problema; no creemos que régimen y oposición se tengan confianza. Si esta no existe, será imposible la profundización del diálogo. La confianza no es gratuita, surge de la veracidad percibida en el otro, lo cual solo es posible si el diálogo fluye sin que existan posturas previamente definidas como puntos de honor. Y, sin la menor duda, régimen y oposición tienen “puntos de honor” inamovibles.

    Por último, el diálogo debe conducir a un aumento recíproco de conocimientos  y experiencias, partiendo del hecho fundamental  de que la otra parte posee indefectiblemente un espectro cognitivo, ideas, que se deben respetar ¿La ideas de la oposición serán respetadas por el régimen y viceversa? Claro que no, de ninguna manera, lo que hace que los encuentros nunca sean diálogos en el sentido en que lo hemos conceptualizado.

    Lo analizado, si es que el lector le da alguna validez, nos lleva a sopesar el hecho de que muchos pregonan, solicitan, exigen el diálogo entre régimen y oposición, sin considerar que los encuentros no  se harán con los principios que hemos considerado como indispensables. Por eso, a veces da la impresión de que quienes exigen el diálogo, lo que están es sacándole el cuerpo a enfrentar lo que en verdad se necesita para  lograr los cambios deseados.

    Ahora, en estos días, dado el contundente pronunciamiento de la Bachelet sobre la violación de los Derechos Humanos por el fementido régimen de Maduro, las “posiciones” se hacen necesariamente más radicales pues en el caso de la oposición, el espectro de aspectos que se consideran “de honor” se hace más inobjetable.

    Por eso, olvidémonos ya de reuniones de cascarón, de abrazos fingidos, de compartir la misma mesa de discusión sin ninguna convicción, de eliminar los besitos en la mejilla y de respetar a quien no se lo merece.

    Leo Leon
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