Se cruzó un puente

Por: Fernando Luis Egaña

No hace mucho se sentía el peso de un conformismo que le estaba secando la esperanza a gran parte de los venezolanos y en especial a los más jóvenes. Y eso ha ido cambiando para bien con el empuje de la protesta social y ciudadana. Además la barbárica represión a muchas de las protestas ha hecho más notoria la naturaleza despótica de la hegemonía roja, y no sólo en Venezuela sino sobre todo fuera de ella.

Reivindicar la «naturaleza democrática» del régimen de Maduro es ya tan difícil como encontrar los alimentos y medicinas básicas en la asolada economía venezolana. La represión para-militar, socio-económica y comunicacional, da muy poco margen de maniobra para las cabriolas propagandísticas que pretenden mantener la farsa de la pretendida «revolución democrática» en Venezuela. Y si hasta Jimmy Carter fue comparsa de ello en el pasado, espero que no lo siga siendo en el presente.

La guerra de intimidación, depauperación y desesperanza que la hegemonía ha venido imponiendo sobre el conjunto de la nación, está generando un gran clamor que se expresa en las protestas propiamente dichas, pero también en el ánimo y compromiso por ellas. Las analogías con situaciones y eventos precedentes son muy difíciles de aceptar, porque ahora la mega-crisis ya ha rebasado los linderos de la política, la economía o lo social-cultural, para cobrar un alcance existencial.

Sí, en efecto, lo que está en juego es la viabilidad de Venezuela como sociedad capaz de ofrecer y dar un futuro humano a sus habitantes. La gente joven lo percibe de forma más aguda, porque a ellos el futuro les concierne mucho más. De allí la perseverancia que demuestran. Lo que Maduro representa no puede ofrecer nada nuevo ni mucho menos promisorio. Todo lo contrario. De hecho, el deterioro de todo ha llegado a niveles que son insoportables para amplios sectores.

Con el espejismo de la «institucionalidad democrática», el poder establecido ha hecho y deshecho a sus anchas, atropellando cualquier frontera constitucional y abusando del control del Estado sin otro límite que la obliteración de los recursos públicos. En otras palabras, hacer lo que venga en gana hasta que se acabe la plata; lo que en buena medida es lo que ha venido ocurriendo durante años, sólo que ahora se nota más, tanto por las carencias de Maduro como por la expoliación fiscal y financiera del Estado venezolano.

Y quieren continuar en lo mismo a través de pretendidas «conferencias de paz» o «comisiones de la verdad» que se sabe de sobra son tramoyas de conocidos veteranos para oxigenar al poder ante la presión popular. Un diálogo verdadero sólo puede darse a partir de que Maduro y compañía aceptaran las normas del sistema constitucional formal y dejaran de desempeñarse despóticamente. ¿Están dispuestos a hacerlo? Por motivo propio, no lo creo.

He aquí un desafío central de los que luchan por la democracia como modelo de convivencia y pluralismo. Lucha que es compatible con la protesta de calle y con la presión social. La política reclama disposición, activismo, esfuerzo y conducción. La anti-política favorece la pasividad, la reducción de las expectativas, el conformismo. Las protestas cruzan un puente. El puente del conformismo.

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