(Lucas 2, 37)
Este título, en esta fiesta de la Presentación del Señor en el Templo, y día de la Candelaria, advocación mariana cuya representación muestra a María con una vela encendida en su mano derecha, a la vez sosteniendo una canasta con dos tórtolas, es una enunciación apuntada por Lucas de la anciana profetisa Ana, una vez que José, María y Jesús entran en el pórtico del Templo, para ofrecer el sacrificio prescrito por la ley de Moisés.
Por supuesto, antes de la descripción del ánimo reverente de esta abuela, Lucas también relata la noble personalidad de Simeón: justo y piadoso, y el Espíritu Santo estaba con él (v.25).
Lucas elogia la devoción franca de estas dos figuras israelitas, de las cuales parte las mejores exhortaciones afines al niño Jesús, y, rotuladas en el texto sagrado, desde ellas concentrarnos, no en una extraña disposición de espíritu, sino en la paciencia y fortaleza del mismo, para por él, a ejemplo de Ana y Simeón, (coloco antes a Ana con el fin de resaltar lo dicho de Lucas: uno de los escritores sagrados del Nuevo Testamento que le da un puesto privilegiado a la mujer en su manuscrito), transmitir la armonía y alegría del Espíritu Santo en un mundo, y especialmente en Venezuela, en donde los conflictos son particularmente agudos, y en donde, lamentablemente, muchas veces luchamos con el afán de defender nuestras solas ideas, privilegios y bienes.
Ahora, esta fiesta de la Presentación del Señor en el Templo, día de la Candelaria, nos acentúa la luz del amor de Dios por su pueblo, y esta luz, auténtica, que hiere sanando finamente la córnea y pupila de nuestros ojos, así como la visión de nuestros corazones, nos aclara la incoherencia entre lo que decimos y lo que hacemos, pues, de acuerdo al paradigma bíblico de Ana y Simeón, podemos comunicar eficazmente lo que obramos y vivimos.
Por ende, son muchos hombres y mujeres, niños, adolescentes, jóvenes, adultos, ancianos, a los que encontrándoles nos sentimos de estar frente a personas que dan la impresión de vivir con frecuencia custodiados por alguien; personas a cuyo lado descubrimos siempre la presencia de quien Simeón exclamó: luz para alumbrar a las naciones (v.32).
A esta luz la Iglesia Católica pide irradiarla sin discriminación. Antes de la Misa se acostumbra la tradicional procesión de las velas, la cual ilustra el itinerario de José, María y Jesús hacia el Templo; entonces, la luz de Cristo, llevada en comunión, irradiada sin discriminación, significa que cuando aleccionemos de palabra y obra, estemos convencidos que estas acciones iluminan a muchos, porque son prueba de nuestra ascendencia divina; de hecho, nos recapitulan, «noten que tiende una mano –Jesús– a los hijos de Abrahán, no a los ángeles» (Hebreos 2, 16).
La Virgen de la Candelaria, advocación mariana que en el siglo VII revestía una importancia casi igual a la Asunción, celebrada con fervor y solemnidad aquí en la Arquidiócesis de Mérida, refiere al júbilo de la riqueza de la fertilidad, y ésta además de vincularse a los vientres femeninos, a los animales, a la tierra, asimismo alude a todo hombre y mujer en cuya forma de ser esparce una profusión de justicia, respeto y solidaridad, sin las cuales no puede dar sentido a la fe, la esperanza y la compasión.
Pbro. Dr. Horacio R. Carrero C.
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02-02-25