El tema de la fiesta
Llama la atención que a la pregunta explícita de Pilato «¿Eres tú rey?», Jesús responda «Tú lo dices: yo soy rey». La respuesta suena inesperada, porque en el capítulo sexto del mismo Evangelio, el lector había asistido a otra escena: ante la multitud extasiada por la multiplicación de los panes, sabiendo que habían venido a prenderle y hacerle rey, Jesús había huido.
Quizá el sentido profundo de la fiesta de hoy resida precisamente en esta antinomia: por una parte, Jesús rehúye la voluntad de los poderosos, pero por otra -frente al poder de Roma presente bajo la apariencia de su representante oficial- afirma su realeza: «Yo soy rey, y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad». La yuxtaposición de «realeza» y «verdad» hace que el discurso resulte sumamente fascinante, porque el lector vislumbra en él un aspecto subversivo que trastorna los criterios en los que se basan los reinos de este mundo.
Primera lectura: Dan 7,13-14
La soberanía de Jesús se basa ante todo en su solidaridad con los hombres. La figura del hijo del hombre de la que habla el profeta Daniel sigue siendo bastante misteriosa incluso para los entendidos. La expresión aramea que lo define es bar enosh, que también podría traducirse como hijo de la humanidad. Algunos estudiosos reconocen a un individuo, otros a un colectivo; algunos lo interpretan como una figura mesiánica, para otros representaría al pueblo de los santos de Dios.
Una cosa es cierta: en el libro de Daniel, la figura del hijo del hombre se contrapone a las bestias que representan los reinos de la tierra: astutos, arrogantes y enemigos del Altísimo. La gloria y el reino que recibe el hijo del hombre no son en modo alguno comparables al poder de esos señores, porque su reino no se funda en la ambición ni en la competencia, sino sólo en el amor salvador. Esto lo entendió bien el Evangelio de Mateo, que en la última escena presenta a Jesús, el hijo del hombre, enviando a sus discípulos a proclamar la salvación. Para los creyentes en Cristo, Jesús es verdaderamente el hijo del hombre, que se hizo uno con los hombres hasta la muerte y muerte de cruz. Por eso Dios lo ha exaltado… (Flp 2,8-9). Al fin y al cabo, ¿no es precisamente la solidaridad con los últimos de la tierra lo que nos hace hijos de los hombres?
El Evangelio: Jn 18,33b-37
La escena del diálogo entre Jesús y Pilato se sitúa dentro de una estructura narrativa determinada por las idas y venidas de Pilato del interior al exterior de su palacio. En un agudo simbolismo joánico, las idas y venidas denotan la ambigüedad del poder, encarnado por un hombre oscilante, que sólo piensa en defenderse a sí mismo y al lugar que ocupa. Fuerte ironía, a cargo de un personaje que sólo aparentemente detenta el poder de salvar o dar muerte a Jesús, mientras que el verdadero protagonista es otro: el prisionero impotente en sus manos. No se trata sólo de un elemento de fina psicología, sino de un hecho fuertemente teológico, que pone de relieve la inversión de los papeles cuando parece prevalecer el poder del hombre.
La teología del Reino expresada en el diálogo es provocadora, porque Jesús no niega que es rey y tiene poder, sino que cuestiona el poder que le atribuye el gobernador romano. San Agustín había entendido bien la proclamación de Jesús: mi Reino de este mundo, comentando: «Jesús no dice: mi Reino no está ‘aquí’, sino que no es ‘de aquí'». El texto griego, en efecto, utiliza el adverbio enteuthen que tiene un sentido de origen. El diálogo entre Jesús y Pilato, en efecto, trata del origen y, por tanto, de la naturaleza de la realeza. Jesús no niega que sea rey, pero niega que sea «ese rey particular», sometido a los juegos humanos. Esto equivale a decir que la realeza de Cristo no prescinde de la tierra y que el cristiano no huye de los problemas que acosan a los seres humanos, refugiándose en el reino de la fantasía, sino que huye de los «juegos de poder».
Las palabras de Bonhoeffer, que dijo: «Estamos encadenados a esta tierra. Es el lugar donde nos paramos y caemos. De lo que ocurre en la tierra es de lo que tenemos que dar cuenta. Y ay de nosotros, los cristianos, si esto fuera ocasión de avergonzarnos, si al final tuviéramos que decir del ateo ‘siervo bueno y fiel…’ por el hecho de haber sido fiel a las tareas terrenales que tiene ante sí… Hoy es muy decisivo si los cristianos tenemos o no la fuerza suficiente para testimoniar al mundo que no somos soñadores y caminantes, que no somos indiferentes a la marcha de las cosas, que nuestra fe no es en realidad el opio que nos contenta en medio de un mundo injusto. Por el contrario, nosotros, los mismos que pensamos en las cosas de arriba, protestamos de palabra y de obra para intentar a cualquier precio sacar las cosas adelante».
El cristiano da testimonio de la realeza de Jesús cuando se hace caminante de la tierra, en medio de los reinos humanos, haciendo justicia, verdad y misericordia. Sin embargo, las palabras de Jesús a Pilato muestran también la otra cara del poder: el que se llena de bellas palabras como justicia y paz, pero que en realidad persigue fines propios. El poder humano se genera casi siempre por la competencia y el deseo de sobresalir, a costa de todo y de todos. El reino de Dios, en cambio, se establece a través de la verdad y no tiene otro fin que el servicio de la verdad de Dios y del ser humano. De hecho, Jesús describe su función real en términos de testimonio de la verdad: ahí reside la gran novedad cristiana.
La verdad, para Juan, es la revelación del misterio de salvación de Dios, por el que los hombres no son súbditos, sino hijos. La verdad de Dios revelada por Jesús no llega a través de la dominación y la coacción, la manipulación de las conciencias y el miedo, sino que se revela a través de la invitación al seguimiento. Jesús se convierte en rey a través de la escucha de su voz. Pilato representa la realeza que se cierra en defensa de sus propios privilegios e intereses; Jesús da testimonio de una realeza que hace de la cruz el signo distintivo de un amor gratuito, que no se busca a sí mismo, sino al hombre. No es casualidad que el Evangelio de Juan proclame la plena realeza de Jesús sólo en la cruz. Es la cruz, vivida por amor, la que revela plenamente el verdadero significado del poder de Cristo.
Pbro. Dr. Ramón Paredes Rz.
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24-11-2024