Herirá al violento con la vara de su boca Isaías 11, 4

Esta frase forma parte de la descripción hecha por el profeta Isaías del Emmanuel, Dios-con-nosotros, o, del “renuevo del tronco de Jesé” (cfr. 7, 10-14; 8, 10; 11, 1-9). El reinado de Cristo, Dios-con-nosotros, es precisamente “con nosotros” y no “sin nosotros”. Es una de las atribuciones de la solemnidad de Cristo rey, celebrada hoy en toda la Iglesia. La frase de Isaías de ningún modo significa, ni mucho menos incita, la aniquilación del cruel. Al contrario, “con la vara de su boca”, es una alegoría que representa la Palabra que salida de la “boca de Dios” corrige y robustece el modo de habérnoslas con nuestra propia vida y la del otro. Así, mejor es configurarnos a las enmiendas solicitadas por el verbo divino, porque significa configuración no a una mera información, sino a la mansedumbre del que estas líneas presentan de esta forma: «aquel que nos amó y nos purificó de nuestros pecados con su sangre» (Ap 1, 6).

Por ejemplo, inspirados en tal mansedumbre preguntamos: ¿qué impresión genera en nosotros el diálogo de Jesús con Pilato relatado en el evangelio de este domingo (Jn 18, 33-37)?

No debemos admitir que este diálogo transcurre en los renglones evangélicos sin que nos esté afectando. Él marca el motivo de una determinante respuesta a esta interpelación: «“¿eso lo preguntas por tu cuenta o te lo han dicho otros?”» (v.34). Por nuestra cuenta nos cuestionamos: ¿vemos la mansedumbre de Jesús —manso pero firme ante Pilato— en la violación de los derechos humanos, en la negación o anulación de las elementales garantías de quienes no están conformes con aquella injusticia, evidenciando un parecer completamente opuesto, pero a la vez evitando maltratar la humildad de Jesús en una réplica a tal deslealtad de igual manera o hasta peor?

Algunos pensadores de la filosofía y la ciencia política, dentro de sus sistemas han desarrollado este principio: el príncipe ha de aparentar ser cristiano cuando le sean perentorias las adhesiones; porque al momento de recurrir a la fuerza con el fin de lograr la obediencia de sus súbditos, la compasión por el semejante ha de serle casi totalmente ajena a su sensibilidad, de modo que evite mostrarse cual blandengue.

No creamos la mansedumbre de nuestro rey, Cristo, otra para quien piensa y actúa tal estrategia política, y otra para quien, en el poder, asume con gallardía y sinceridad de ningún modo observar esta visión «él viene entre las nubes, y todos lo verán, aun aquellos que lo traspasaron» (Ap 1, 7), como insuficiente y “pasada de moda” en comparación con sus sofisticadas teorías y prácticas gubernamentales. Utilizar a Jesús, la Iglesia, la religión, cuales escuetos elementos de una función estatal, es aceptar que “hay algunos vivarachos” únicamente interesados por dicha función extrínsecamente añadida, más no una distinción medular y profunda que les haga resonar esta diferencia, al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios (Cfr. Mt 22, 21), apoyada en esta parte de la primera lectura, «su poder nunca se acabará [el del Hijo del Hombre], porque es un poder eterno, y su reino jamás será destruido» (Dn 7, 13-14).

Es innegable el momento de tiranías y despotismos vivenciados por la humanidad tanto en 1899, año en que León XIII con la carta encíclica Annum Sacrum, consagró la Iglesia y la humanidad al Sagrado Corazón de Jesús, como en 1925, período de la institución, aclamada por diversidad de cardenales, obispos y superiores religiosos, de la solemnidad de Cristo Rey del universo, establecida por Pío XI con la encíclica Quas Primas. Esta solemnidad nos pide a unos y otros volver a la calidad humana y divina del corazón de Cristo. A esa calidad que gusta de la autonomía, de la grandeza de la dignidad de todo hombre y mujer, a la que el rey Jesucristo para nada le constriñe a descuidarla o a permitir ingenuamente que otros se apropien de algo que en realidad le pertenece “en propio”. Cimentados en ella, nosotros pertenecemos al Soberano al que, dirigida esta pregunta, «“¿con que tú eres rey?”» (Jn 18, 37), responde esta elocuente y perenne definición, «“tú lo has dicho. Soy rey”» (v.37).

Entonces, «el Señor Dios, el que es, el que era y el que ha de venir, el Todopoderoso» (Ap 1, 8), es «rey de todos los reyes» y está «revestido de poder y majestad» (Salmo 92).

Bibliografía:

HOLYBLOG, «Solennità di Cristo Re: ecco il significato della festa», 20-11-23, en: https://www.holyart.it/solennita-di-cristo-re-ecco-il-significato-della-festa/ [Visto: 23-11-24]

Pbro. Dr. Horacio R. Carrero C.

horaraf1976@gmail.com

24-11-24