Solemnidad de la Asunción de la Virgen María 2024

Un signo grandioso apareció en el cielo: Una mujer vestida de sol (Apocalipsis 12, 1)

En todos los dogmas relacionados a María, Madre de Dios (Éfeso 432), Virginidad perpetua (Constantinopla 553), Inmaculada Concepción (Pío IX 1854), Asunción (Pío XII 1950), revelados por Dios a la Iglesia, ésta ha querido revelar, como María, el único y particular rostro de Cristo a la humanidad. En ellos, bajo el “gran signo” de la “mujer vestida de sol” como describe la primera lectura tomada del libro del Apocalipsis 11, 19a-12, 1-6a.10ab, dedicada tal figura a María, nos aclara su imperecedera actividad de intercesora y, fundamentalmente con el dogma de la Asunción, de mediadora entre Dios y los hombres.

De intercesora, porque por el paso del evangelio de Lucas leído en esta solemnidad (1, 39-57) comprendemos, «María se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas de Judea», es decir, esta disponibilidad presta de la Madre de Dios y nuestra nos invita continuamente a dar forma cristiana a la vida de cada día, inspirados en la novedad del Evangelio, porque la nuestra, a ejemplo de la Virgen, es una fe que sirve al otro y un servicio que cree con el fin de ser libre, puro y fuerte.

Por otra parte, María es “mediadora” entre Dios y los hombres, y en esta comunión de auxilio, nosotros, hombres y mujeres de estos tiempos de incertidumbres por las guerras, las manipulaciones indebidas del mapa genético, los gobiernos opresores y la disparidad aún más desequilibrante entre ricos y pobres, al sentirnos desanimados y desorientados, encontramos en María, asunta en cuerpo y alma al cielo como declaró el papa Pio XII en la Constitución Munificentisimus Deus, dos características muy propias a su papel de madre y feminidad: dulzura y ternura.

De dulzura, porque rotula la primera lectura del Apocalipsis de San Juan en referencia a la “mujer vestida de sol”: «estaba encinta y a punto de dar a luz con los dolores de parto»; además del evangelio de Lucas proprio de esta suntuosa fiesta, en el versículo 41 del capítulo 1, leemos: «en cuanto [Isabel] oyó el saludo de María, la creatura saltó en su seno». Esta alegría de la creatura que “salta en el seno de Isabel”, prima de María, es la de Juan Bautista y es también el resultado del regocijo de una mujer, Isabel, que en su ancianidad e infertilidad el Todopoderoso le concedió la gracia de la concepción; por eso, el ritmo de esta alegría que provoca la Madre de Dios en el seno de este mundo, no es un vago optimismo, mucho menos “un simple hacer algo”, sino acoger al Señor Jesús, porque Él actúa inacabadamente a nuestro favor al momento de irradiar su luz en el actual contexto mundial, social y cultural.

De ternura, porque en este “actual contexto mundial, social y cultural”, topamos con ésos que operan de modo semejante al “enorme dragón, color fuego”, así detallado en la primera lectura, el cual parado delante de la mujer que iba a dar a luz, pretende devorarle al niño en cuanto nazca. Entonces con esta imagen del Apocalipsis entendemos que, muchas veces en nuestras iglesias particulares nos convertimos en individuos aislados y puntillosos o en individuos aislados y escondiendo variedad de trastadas, separados los unos de los otros, devorando en el egoísmo el júbilo de ser iluminados por el Señor en un pueblo en el que cada uno ha de ser protagonista de unidad, justicia y concordia.

En conclusión, es conveniente humana, espiritual y eclesialmente tornar la mirada al comienzo de la actividad pública de Jesús, ambientada por San Juan evangelista con su primer milagro en la Bodas de Caná (2, 1-11), y hallar a María que obsequia su maternal intercesión, su mediación dulce y tierna, en esta breve y canora dicción, «“hagan lo que él les diga”» (v.5); y, asimismo recordar un paso de la biografía de San Maximiliano María Kolbe, muerto en Auschwitz el 14 de agosto de 1941, nueve años antes de la institución del dogma de la Asunción, y acertar en ella esta frase dedicada a la Inmaculada, o sea, a la misma María Madre de Dios y nuestra, asunta en cuerpo y alma al cielo, «“por la Inmaculada a Jesús, he aquí nuestra palabra de orden”».

Bibliografia:

Massimiliano Maria Kolbe (1894-1941) presbitero, martire, O. F. M. Conv., en: https//:www.vatican.va (Visto 11-08-24)

15-08-24

Pbro. Horacio R. Carrero C.

horaraf1976@gmail.com