Por: Ramón Sosa Pérez…
Mérida ostenta puesto de vanguardia en reservas forestales y fuentes de agua. El gobierno conoce esta realidad aunque parece ignorarlo, sobre todo si nos detenemos en acciones tan concretas como la eliminación del Ministerio del Ambiente y el solapado visado que instancias oficiales dan a la saqueo del hábitat para invasiones, ocupaciones insensatas o intrusiones.
La cota ambiental se reduce hoy día a pasos agigantados para asombro de ecologistas, biólogos y defensores del ecosistema por estos razonamientos. En palabras de a centavo, la ruina comienza a ser preocupante y es que a falta de gas doméstico, las familias emigran a los prados de su cercanía física para proveerse de la madera que genere el fuego y suplantar así la lumbre hogareña.
Otros, y no pocos ya, arrasan árboles de vida útil y arrasan la coexistencia natural en la voraz huida hacia el materialismo desatinado que anula a vecinos, amigos o compañeros, es decir que nos ensañamos contra la naturaleza para satisfacer el bolsillo. Se han dado casos en que la leña desaparece una vez cortada y amontonada para su uso porque los amigos de lo ajeno hacen de las suyas.
La crisis atroz los lleva a arruinar el ambiente y nada los detiene en su afán de destrucción. No hay gas doméstico y la impotencia se mete por los intersticios buscando la salida. El Gobierno caducó en la respuesta sensata aun cuando las reservas nacionales dicen otra cosa y la cantera es surtida para proveernos. Qué ocurre entonces? Cómo a la cuestión surgen mil réplicas, sumo la mía para darle un solo calificativo: ineptitud.
El campo nuestro tiene cultura razonada hacia la naturaleza. Usa y no abusa porque replanta, resiembra, cuida sus arbustales y se esmera en mantener sus bosques en sensato equilibrio. Nada le es ajeno porque su modo de vida está ligado al entorno. En cambio, el citadino injuria a diestra y siniestra si el agua le sabe distinto porque el humo atosiga sus pulmones. Tendrá que acostumbrarse porque al gobierno se le acabó el gas.