Puso sus ojos en la humildad de su esclava. (Lc 1, 48)
Cumplir la voluntad de Dios significó para María demostrar el porqué de sus palabras ante el ángel Gabriel, «hágase en mí lo que has dicho» (v.38). Por eso, en ella observa todo hombre y mujer, además de la actitud del silencio, la aptitud para la disponibilidad (vv.39-40).
La Virgen del Carmen, ¿a qué invita? A acoger su disponibilidad de auxiliar a las almas y conducirlas a Dios; es decir, a ver en Dios, en su Hijo amado, el promotor y consumador de toda tarea compasiva y desinteresada en beneficio de quienes se esfuerzan por reconocerle como su único salvador.
María nos enseña a alabar al Padre, como subraya Jesús en el evangelio de San Juan, «en espíritu y verdad» (4, 23-24); María nos enseña, al principio de la vida pública de Jesús con el milagro de las Bodas de Caná de Galilea, a «hacer lo que él les diga» (2, 5), pues en el mismo escrito sagrado ÉL se nos ofrece como «camino, verdad y vida» (14, 6).
Para adorar a Cristo en espíritu y verdad, para aceptar su propuesta de camino, verdad y vida, se pide un corazón simbolizado en el significado sencillo y profundo del nombre del “Carmen”; en hebreo él lo componen dos vocablos Karm y El, o sea, viñedo o jardín del Señor; en la primera reflexión expresé, “a Dios gusta pasearse en el ser de los de corazón puro”; y este ser, “jardín del Señor”, son los corazones por los que ÉL continúa su labor, en los que a ÉL le agrada llamar, entrar y cenar con ellos (Cf. Ap 3, 20); no es en el corazón como el de Herodes, el gran árbitro de Palestina al momento del nacimiento de Cristo o como el de César Augusto, el gran emperador y árbitro del mundo hasta entonces conocido, en los que el Altísimo gusta detenerse para estar con ellos, porque asemeja al corazón de aquellos que por su poder presumen hasta de ser Dios, y tanta es su arrogancia que al verdadero lo marginan y lo desfavorecen.
¿Cuántas veces pasaría la familia de Nazaret, —María con el niño Dios en los brazos—, frente a éstas u otras autoridades representativas de Israel o de Roma? Pero no lograron reconocerlo, porque al Dios que esperaban no lo veían sino acomodado a sus palacios, a sus lujos, a su poder, a su arrogancia, pero jamás al que se encarnó, nació y se levantó por amor a la pobre humanidad, —aun la de ellos—, en una minúscula pesebrera de Belén (Cf. Lc 2, 7 y Mt 2, 1).
Asimismo, en esta última reflexión de esta festividad hago eco de esta descripción que Mons. Juan Bautista Castro hacía de la Virgen, «¡quién hubiera creído que la pobre hija de Judá llevaba en aquel momento en su seno los destinos del mundo, y que llegaría el día en que la tierra, que la oprimía y rechazaba, no tendría espacio bastante para su grandeza y su gloria» (J.B., Castro, «NOCHE BUENA», en: Diario la Religión, Caracas, jueves 24 de diciembre de 1891, 163); además, transcribo este verso de un antiguo poema español titulado Milagros de Nuestra Señora, el cual encomia, «Ca nunca hubo mácula la su virginidad, Post partum et in partu fue Virgen de verdad, Ilesa, incorrupta en su integridad. Los cuatro evangelios eso significaban, Ca los evangelistas cuatro que los dictaban, Cuando los escribían, con ella se fablaban» (Del Rio, Angel – De del Rio, Amelia A., «Siglo XIII: Mester de Clerecia. Gonzalo de Berceo. (h. 1197-d. de 1264)», en: Antología general de la literatura española, Tomo I (Desde los orígenes hasta 1700), Revista de Occidente, Madrid, 1954, 33).
En fin, que a ejemplo de María elevemos con fe y amor esta noble estrofa de su poema, «mi alma glorifica al Señor y su espíritu se llena de júbilo en Dios, mi salvador, porque puso sus ojos en la humildad de su esclava» (Lc 1, 46-47).
Pbro. Dr. Horacio R. Carrero C.
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16-07-24