Por: Germán Rodríguez Bustamante…
El término “tocando fondo” se asocia a una experiencia traumática que puede llevar a un cambio de actitud. Algunas personas, empresas y naciones que en algún momento tocaron fondo, reflexionaron y comenzaron a luchar por recuperar su camino. No obstante, muchos se quedan en el fondo y mueren en la adversidad. Por ello nunca se puede permitir el descuido; por el contrario, hay que estar alerta a cualquier señal de que algo no está bien para hacer los ajustes necesarios inmediatamente.
Lamentablemente el gobierno venezolano no ha terminado de comprender que las naciones siempre pueden estar en una posición peor a la actual; en consecuencia, las decisiones diferidas, apostando a la providencia, no resuelven las dificultades presentes, en todo caso las agravan.
Poner el debate de la crisis sobre la mesa es indispensable si queremos presionar los cambios necesarios para que el país no siga cayendo por el despeñadero: exigir racionalidad en la política económica, proponer acciones conjuntas entre el sector privado y el gobierno, entender que no habrá salida fácil y que independientemente de quién sea el culpable, todos, sin excepción, vamos a pagar. El gobierno debe estar dispuesto a provocar y participar en los acuerdos nacionales necesarios para validar un ajuste que se hace indispensable, pero que será costoso, muy costoso, y que nos obligará a colocarnos en posición de impacto para capear el temporal de calamidades que se avecinan.
Lo fundamental es hacer los esfuerzos colectivos para detener la caída acentuada que vivimos los venezolanos en nuestra calidad de vida. Para ello el gobierno debe mostrar disposición de enmienda y rectificación, de lo contrario los problemas se profundizarán con repercusiones destructivas para los ciudadanos.
Venezuela ha entrado en un peligroso torbellino de ingobernabilidad y destrucción institucional que amenaza seriamente la frágil legitimidad jurídica y política del gobierno, visto su trágico naufragio económico. Las evidencias prácticas del desastre económico trascienden las fronteras nacionales y el mundo observa con estupor el cuadro desolador que distingue el precario aparato productivo venezolano. La comandancia de la revolución socialista, influenciada por ideas tóxicas del llamado socialismo del siglo XXI, confiscó, expropió irracionalmente empresas, haciendas, hatos, galpones, comercios, estacionamientos, playas, complejos recreacionales y vacacionales para satisfacer una ligera unión cívico-militar autocomplaciente de un individuo o grupo de venezolanos iluminados, quienes pregonaban un marxismo trasnochado sin sustento en la realidad histórica venezolana. El Estado dadivoso y paternal fracasó estruendosamente, convirtiéndose en un esperpento monstruoso de ministerios, en una maquinaria absolutamente inútil, únicamente concebida para premiar lealtades partidistas con becas y migajas.
Mientras, los ciudadanos observamos: la destrucción institucional que ha producido la subordinación de los poderes al ejecutivo; la condición precaria de la infraestructura física, expresada en vías de comunicación riesgosas, servicios vulnerables y parques industriales en total abandono; un entorno macroeconómico turbulento e incierto, con inflación galopante y restricciones cambiarias; una inseguridad jurídica y personal, con tasas de homicidios no envidiadas por otros países, expropiaciones y nacionalizaciones violentando el marco jurídico; las condiciones para el desarrollo del capital humano limitado por áreas particulares de conocimiento, universidades cercadas financieramente por vía presupuestaria y fuga de talento; los mercados sometidos a controles que producen distorsiones perversas, con impactos negativos en la calidad de vida de los ciudadanos; la baja capacidad de innovación del país en su conjunto, que produce un incipiente nivel de su tecnología y una corrupción inimaginable.
Cada uno de estos aspectos tienen sus indicadores para señalar la proximidad con el fondo, lo triste es que a pesar de estar cerca de tocarlo, en la medida que caemos, el fondo se profundiza aún más. Este gobierno irresponsable pareciera rezar para que el destino resuelva la problemática sin tomar decisiones. Los tiempos de la política no son los tiempos de la gente; los venezolanos exigimos medidas inmediatas urgentes que detengan la caída y poder aprovechar el impulso del rebote. La élite política revolucionaria dilapidó una masa de dinero cuantiosa, castrando las esperanzas de un pueblo que creyó en su promesa.
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