Tomó en sus manos los cinco panes y los dos pescados

(Lucas 9, 11-17)

El lenguaje eucarístico encontrado hoy en las distintas lecturas muestra cómo cada una implica a las demás. Con tal sentido eucarístico una está en la otra.

En el evangelio encontramos algo absolutamente importante: que Jesús, pan vivo bajado del cielo, es seguro que también estará aquí hoy, en esta solemnidad del Corpus Christi 2025, pues, nos aseguró el vernos asistidos por su presencia como jamás hallaremos ninguna otra.

De hecho, en la Misa la madre Iglesia no nos lleva a hacer lo que la casualidad ofrece, esto sería insensato, sino a hacer y vivir con fe y lealtad lo más sincero que tenemos siempre a disposición: aquellos relatos sagrados los cuales nos comprueban un Jesús preocupado, no en gastar lo suyo, sino en ofrecernos la seguridad de una perenne y suficiente generosidad, aun cuando pequeña sea nuestra ayuda.

En efecto, los apóstoles le presentan, no más que cinco panes y dos pescados, y Jesús, viendo la multitud, al momento les pide: hagan que se sienten en grupos como de cincuenta.

La “perenne y suficiente generosidad” de Cristo, como nos aclaran los textos bíblicos de este domingo, no son opiniones de las cuales unas tenemos en cuenta y otras no; son el eco de la energía de esta dicción de Melquisedec delante de Abram relatada en la primera lectura (Gn 14, 18-20): bendito sea Dios.

Esta pequeña frase de Melquisedec unida a la del imperativo pronunciado por Jesús antes de la multiplicación de los panes, nos lleva a considerar que lo más trascendente de la Eucaristía no es vivirla, sino vivirla bien.

En ella así vivida evitamos este tipo de actitud: si nos parece chévere su liturgia, intentémosla, pero si no, dejémosla.

Al contrario, la riqueza de ser el sacramento por excelencia de la comunión con Cristo, repele tal actitud, porque a Cristo en ella no lo tenemos en unos casos sí y en otros no.

Por ende, muchísima razón tiene Pablo al enfatizar en la segunda lectura (1 Cor 11, 23-26), luego de registrar las palabras pronunciadas por Jesús sobre el pan y el cáliz, hagan esto en memoria mía.

Este inagotable imperativo nos lleva nuevamente a esta sentida descripción, tomó en sus manos los cinco panes y los dos pescados, pues, a partir de ellos interpelamos la acción del sacerdote, ¿qué tiene intención de hacer?

Que en su corazón y manos al momento de la consagración y de la fracción del pan eucarístico, no está teniendo valor la acción de la mayoría o de la minoría, sino real y efectivamente la de Jesucristo; así, en la última estrofa del Salmo 109, leído en la Misa de hoy, su autor expresa:

Juró el Señor y no ha de retractarse: Tú eres sacerdote para siempre como Melquisedec.

En la Eucaristía quien es adorado absolutamente es Dios, pero ella es venerable, santa y digna, porque en ambiente de fiesta, nos acerca al corazón que hace, no como hacen los demás, sino como él solo sabe:

Levantando su mirada al cielo, pronunció sobre ellos [sobre los cinco panes y los dos pescados] una oración de acción de gracias, los partió y los fue dando a los discípulos para que ellos los distribuyeran entre la gente.

22-06-25

Pbro. Dr. Horacio R. Carrero C.

horaraf1976@gmail.com