Para los que nacimos y vivimos mucho tiempo en democracia recordar Navidades remotas, en estos momento, tan distintos y adversos que estamos viviendo, se nos hace muy difícil. La nostalgia por épocas pasadas, se hace presente, porque con la llegada del mes de diciembre, se sentían en cualquier lugar de  nuestra hermosa geografía, los aromas, sabores, y costumbres propios de un país con muchas potencialidades donde, desde el más acaudalado hasta el más humilde podía participar en las celebraciones, prácticamente sin restricciones y de acuerdo a las posibilidades de cada familia, eso era nuestra tradición.

Los niños hacían desde temprano su carta al Niño Jesús, o a San Nicolás, dependiendo de su creencia, y las conversaciones eran siempre las mismas, pero en torno a los regalos que habrían de recibir el 25 de diciembre.

-¿Ya le hiciste la carta al Niño Jesús?

-Claro, chico, y se la di a mi mamá que sabe dónde entregarla.

-Y…qué le pediste?

-Uffff, bueno muchas cosas, pero lo que más me gustaría es un camión de bomberos, que prende y apaga y que hasta tiene su sirena.

-Mi hermanita le pidió una muñeca que abre y cierra los ojos, y yo un maletín de médico, porque cuando sea grande quiero ser doctor.

Paralelamente estaba la emoción de salir a patinar ¡qué efecto tan especial! la de encontrarse con los amiguitos, compartir unas carreritas. Si no tenías patines, alguien te prestaría unos, para darte una “colita”. Las mamás siempre pendientes, traían unos termos con chocolate caliente y dulcitos para cuando tocaba descansar.

Siempre había los niños tremendos que hacían sus travesuras, pero nada qué lamentar, en verdad eran momentos maravillosos los de esas Navidades que no volverán.

Los días fríos y de noches estrelladas, o las madrugadas de patinatas eran propicios para la llegada de ese amor de adolescentes, que consistía, básicamente,  en miraditas furtivas en misa, o la entrega de una flor encontrada en un jardín: un suspiro profundo y si había suerte, un besito en la mejilla. Eran amores platónicos, llenos de ingenuidad pero hacían latir el corazón aceleradamente.

Y así,  cada quien, que tuvo el privilegio de vivir momentos parecidos, recordará y sonreirá al evocar sus navidades, sus amores, las mejores “hallacas que hacía su mamá”, el dulce de lechosa de la abuela, y a su papá tocando el cuatro acompañado por su tío en la guitarra mientras, entonaban un villancico, junto con los vecinos, de aquí y de más allá. Dicen que todo tiempo pasado fue mejor”, y tal y como está el panorama en nuestro país, ese dicho como que tiene la razón.

Entre celulares, pandemia e inflación: un país “deshilachado”

La Navidad era sinónimo de reunión en familia, de compartir lo mucho o lo poco que se tenía, de preparar las hallacas, de cenar disfrutando de la compañía de los seres queridos.

Pero ahora los niños y jóvenes, salvo excepciones, solamente están interesados en sus celulares y sus “video juegos”, los que los tienen… Es impresionante ver cómo en una familia, cada quien está en su lugar, lejos de los que tiene cerca y muy pegaditos de los que están chateando con ellos. La tecnología y sus avances, son importantes, de eso no hay duda, pero nada se compara con una conversación personal, donde se escuche la voz y se mire a los ojos de nuestro interlocutor.

Por otra parte, la terrible pandemia de un virus que llegó para transformar todo lo que nos era grato: los abrazos, los besos, los saludos cariñosos. Nos encerró en soledad, nos robó la calma. Sentimos miedo de contagiarnos y nos alejamos por seguridad, de quienes sufren la enfermedad. El coronavirus es un bicho muy letal, que nos aísla, nos separa y es una amenaza constante que no conoce fronteras ni hace distinciones de ninguna especie. Hay luto en el planeta, en esta Navidad.

Y nuestra empobrecida y depauperada Venezuela, plagada de hambre, desnutrición, muchas enfermedades, y no hay cómo curarlas porque los medicamentos hasta para un simple dolor de cabeza son costosísimos y en dólares. En nuestra Venezuela donde hay injusticias, malos tratos a los ciudadanos por parte de las fuerzas del orden público; donde ahora la gente cocina con leña, no para hacer las hallacas” porque quedan más sabrosas”, sino porque es la única manera de preparar o calentar una comida porque no hay gas, y tampoco electricidad. En este país en el cual las brechas sociales se han hecho más profundas, y hay quienes todavía piensan que el coronavirus es un invento y que a ellos nos los tocará y participan en fiestas alocadas sin protección, contagiando con su conducta irresponsable a los inocentes, y ponen en peligro la vida de los médicos, y enfermeras que los deben atender  porque su vocación no tiene límites: en  esta Venezuela “deshilachada”, transcurren nuestros días decembrinos.

Tun, Tun ¿Quién es?

-Tun tún, -¿quién es? -Gente de paz, ábranos la puerta que ya es Navidad. (bis) Así es la letra de uno de los aguinaldos más conocidos y cantados, y sí, los venezolanos somos gente de paz y queremos paz. Deseamos un cambio significativo y trascendente que nos permita mejorar las condiciones de vida y proyectar un futuro maravilloso. Con la llegada de la Navidad tenemos que seguir confiando en Dios, y tener fe que volverá a nuestra tierra el progreso y la armonía para que todos juntos bajo nuestra idiosincrasia valerosa podamos disfrutar de un país que se levantará de sus cenizas como el ave fénix y volverá a gritar a los cuatro vientos :”Feliz Navidad”.

Redacción. C.C.7-12-2020