Por: Rosalba Castillo…
Si algo hemos descubierto, en estos últimos tiempos, es que necesitamos reinventarnos. Se nos abrió una nueva ventana de oportunidad. Perdimos la magia de vivir en medio de esta aldea globalizada y el costo lo estamos sufriendo todos. Sin embargo, a pesar de que no podemos editar el pasado, tenemos la buena noticia de que podemos minimizar los efectos colaterales, antes de que perdamos este momento. Por esta autopista de las redes, hemos podido ser el público de todo lo que acontece en el globito. Vivimos tanto las alegrías, como las tristezas, de tantos hechos significativos en lo que hemos podido participar, en medio de oscuros e iluminados instantes. Las lecciones nos han llegado mediante imágenes que se han hecho virales a la velocidad de la inmediatez tecnológica y en medio de tanta incertidumbre. Nunca entre tanto individualismo humano, nos hemos contenido como ahora. La necesidad de apoyarnos los unos a los otros nos ha cambiado la perspectiva del vivir.
En Latinoamérica hemos vivido situaciones más agudas en todas las esferas sociales. La pandemia de la violencia, del hambre, de la pobreza, de la discriminación, de la deserción escolar, del desempleo, de la migración, del escaso acceso a la salud y la educación y ahora el cambio climático. Todo ello se instaló desde tiempo atrás. Las adversidades se convirtieron en el camino a seguir. Somos del tamaño de ellas y somos capaces de transformarlas para sobrevivir. Tenemos tantos talentos, pero somos los últimos en reconocerlo. Y es que justo allí, en la posibilidad de conocernos y ser capaces de encontrar nuestra fuerza y la manera de potenciarla, está la real magia de hallarnos. Nos enfrentamos ante un mundo nuevo, que requiere de seres diferentes. Despertamos cada amanecer buscando la posibilidad de anclarnos a elementos que nos brinden estabilidad, desconociendo que la manera de conseguirla consiste en viajar en nosotros mismos para construir esas herramientas que nos harán comprender la existencia de una nueva normalidad donde la inseguridad estará presente. Seremos más vulnerables que antes.
La certidumbre se asocia a la seguridad, generando tranquilidad mientras que la incertidumbre genera inquietud y ansiedad, los grandes virus que nos abruman. La confianza absoluta nos produce bienestar. Estamos en tiempo. de desasosiego. Tal vez el más grande nuestra historia. Todos los escenarios se han visto invadidos. El pánico es colectivo, sin embargo, hemos salido sigilosamente a asomarnos al nuevo mundo. La plasticidad de nuestro cerebro hace que tengamos la posibilidad de adaptarnos a los cambios. La ausencia de certeza termina siendo un gran obsequio para la transformación que veníamos necesitando. Esta incertidumbre nos desafía hacia un pensamiento nuevo. Se trata de un cambio de foco de lo negativo a lo positivo, pero sin fantasías, con los pies sobre la tierra. Reformando nuestras fortalezas en pro de reconstruirnos como personas y ciudadanos del mundo. Podemos aprender herramientas para superar momentos adversos en ese proceso de superación. Adaptarnos al entorno partiendo de abrirnos a cambios radicales. Buscando información para lograr interiorizarlos. Aprender a desaprender y volver a aprender es un arte que nos enseñara a trabajar y relacionarlos de manera diferente. Partiendo de un trabajo personal, de absoluta reflexión, introspección, de toma de decisiones.
Estamos sensibles a nosotros mismos y a los demás, a aquello que nos sucede y a toda la información de nuestro entorno, a esa incertidumbre que es nuestra nueva manera de vivir. Nos queda desarrollar una personalidad más resiliente. Todo ello produce ansiedad y más angustia mientras los nuevos hábitos se hacen automáticos, mediante la repetición y nos acostumbramos a ellos. Lo desconocido no es una amenaza. Solo se trata de aflojar nuestra manera de controlar
Hemos descubierto que podemos ser más empáticos y solidarios de lo que pensábamos. Saldremos siendo mejores personas a través de tanta resiliencia hasta llevar la vacuna directo al corazón. Nos hemos encontrado con pequeñas sobredosis de dar, recibir, pedir y perdonar. Siempre comenzando en nosotros. Sacando del closet a esa persona que habíamos dejado de ultima. Despertamos del sueño del olvido. Nos encontramos con ese niño interior que habíamos secuestrado. Se trata no solo de la tolerancia sino de la aceptación y validación hacia nosotros y los demás. Se trata de morir y volver a renacer, cuantas veces sea necesario. Vivimos en estas privilegiadas tierras, sin embargo, intentamos dañarlas. Ignoramos cuánto afortunados somos de poder vivir bajo este cielo. Realmente somos el poder. Solo tenemos que descubrirnos y transformarnos. Tenemos la responsabilidad de hacer cambios y convertirnos en realidad más cercanas al bienestar y por ende a la felicidad.
Nos enfrentamos a situaciones más complejas como el de la salud, la economía mundial, el cambio climático o los autoritarismos políticos, generando procesos muy altos de estrés en cada uno de nosotros. Nuestra estructura social se está desmoronando. Estamos bajo asedio, sin embargo, debemos darle una mirada diferente a esta nueva forma de vivir. Todos somos seres resilientes, y con esa capacidad nos hemos ido transformando, haciendo uso de nuestras herramientas y experiencias pasadas. Estamos gestionando nuestra incertidumbre, sin darnos cuenta. Hacerlo de una manera consciente, nos ofrecerá mejores y mayores resultados. Dejar de sentirla como una amenaza y explorarla como una posibilidad de soltar el control sobre la vida. Tolerándola, dándole un carácter de flexibilidad y no de rigidez.
Rosalba Castillo
29 10 2022