Una “conversión ecológica” es cada vez más urgente

Por Ricardo R. Contreras…

La palabra ‘conversión’ tiene un uso extenso en el ámbito de la teología, y la inmensa mayoría ha escuchado sobre ella especialmente en el marco de la predicación de los valores del Evangelio adelantada desde los púlpitos o el ambón de las iglesias cristianas. Sin embargo, el papa Francisco, en su carta encíclica Laudato si’ del año 2015, retoma la palabra conversión en relación al tema del cuidado de nuestra ‘casa común’, es decir, de cara a la compleja temática de la conservación del medioambiente, haciendo un profundo llamado sobre la necesidad de una ‘conversión’ hacia la ecología. De hecho, la palabra ‘conversión’ aparece trece veces en la encíclica como ‘conversión ecológica’ o ‘conversión ecológica global’. En este último sentido, el papa Francisco reiteró lo que se ha convertido en una clave del magisterio reciente de la Iglesia: “San Juan Pablo II se ocupó de este tema con un interés cada vez mayor. En su primera encíclica, advirtió que el ser humano parece «no percibir otros significados de su ambiente natural, sino solamente aquellos que sirven a los fines de un uso inmediato y consumo». Sucesivamente llamó a una conversión ecológica global. Pero al mismo tiempo hizo notar que se pone poco empeño para «salvaguardar las condiciones morales de una auténtica ecología humana»” (Laudato si’, Nº 5).

Estrictamente hablando, la palabra ‘conversión’ se refiere, como lo señala la RAE, a “hacer que alguien o algo se transforme en algo distinto de lo que era”, y por esta razón el papa Francisco y sus predecesores Juan Pablo II y Benedicto XVI insistieron en varios documentos, homilías y alocuciones sobre la necesidad de transformar esa mentalidad heredada de aquellos tiempos en los cuales se pensaba que los recursos naturales no tenían límite y podían ser explotados indefinidamente. Esa mentalidad, fuertemente impulsada por el industrialismo decimonónico, no tenía conciencia de lo que la intervención desmedida del hombre en el medioambiente podía generar para las generaciones futuras. De hecho, a partir de la finalización de la Segunda Guerra Mundial, y especialmente con el uso de la energía nuclear, las actividades humanas comenzaron a tener tal impacto sobre medioambiente global que se comenzó a hablar de la ‘época del hombre’, es decir, del ‘antropoceno’, una nueva época geológica dentro de la historia de la tierra, profundamente marcada por el impacto de las actividades humanas sobre la geología y los ecosistemas de la Tierra. La ciencia y la tecnología de la mano con los nuevos esquemas de desarrollo económico y cultural, crearon un escenario de cambios en lo medioambiental sin precedentes en la historia humana, y comenzaron a surgir a partir de la década de 1960 varios grupos y círculos de intelectuales que, contando con sólidas bases científicas, llevaron hasta la palestra pública la necesidad de cambiar el histórico paradigma de ‘producir/consumir/desechar’ por un novedoso esquema de ‘sostenibilidad’, entendido como el uso racional de los recursos naturales, pensando en el bienestar de las generaciones futuras. Durante las últimas década del siglo XX quedó muy claro que el destino de la sociedad humana entraba en una especie de ‘contingencia planetaria’, y la contaminación ambiental, la disminución de la biodiversidad, la deforestación, la desertificación y el cambio climático, entraban en la ecuación que definía el futuro de la humanidad, y los resultados de esa ecuación parecían poco alentadores si no se conseguía un cambio, lo que se traducía en la necesidad de una conversión hacia una nueva relación entre el hombre y el medioambiente global.

En tal sentido, el magisterio pontificio apuntó hacia la necesidad de entendernos como ‘administradores’ de una naturaleza, espléndida y exuberante, que se manifiesta en una variedad de climas y de ambientes geográficos, pero que al mismo tiempo está sujeta a un fino equilibrio de interacciones, tan delicado que las acciones humanas (antropogénicas) de los hombres en una región del planeta afectan la estabilidad del clima del globo terráqueo. Es interesante notar que, siendo consistentes con ese magisterio, la Santa Sede decidió su adhesión a la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC), con la cual el número de naciones que suscriben este acuerdo alcanzó los 198.

Debemos resaltar que desde el 6 y hasta el próximo 18 de noviembre, se está realizando en la ciudad de Sharm el-Sheij, Egipto, la 27 Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 2022 (COP 27), una convocatoria mundial para debatir los alcances de las acciones que las naciones vienen adelantando respecto de los ‘objetivos climáticos’, y que pasan por la reducción de las emisiones de CO2 o descarbonización, la implementación de energías sostenibles, finanzas climáticas, y agricultura sostenible. El seguimiento de estos acuerdos es fundamental, y se espera que las naciones firmantes de la CMNUCC siguán tomando acciones y promocionando cambios paradigmáticos que, al final de cuentas, terminan por enmarcarse dentro de la ‘conversión ecológica’.

La urgente necesidad de una conversión ecológica se pone de manifiesto cada día más, especialmente cuando podemos apreciar con mayor preocupación los estragos que un cambio climático que afecta a todas las naciones sin distinción. Por ejemplo, solo en Venezuela las ondas tropicales, que afectan recurrentemente el territorio nacional, han aumentado su magnitud y sus efectos han sido cada vez más devastadores, especialmente tomando en cuenta que se suma el deterioro de los servicios públicos, lo que genera como resultado una magnificación del efecto. Se podrían seguir mencionando otros casos a nivel mundial como las temperaturas extremas de los veranos o inviernos, la desertificación, el número y poder de los ciclones y huracanes, entre otros hechos.

Parece que la conversión ecológica se ha convertido en una necesidad apremiante para la humanidad, pero el contexto internacional se ve poco proclive a darle un mayor valor, especialmente con eventos como la guerra ruso/ucraniana que cambia las reglas de juego del mercado energético mundial.

Así las cosas, nos corresponde seguir con atención los resultados de la 27 Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 2022 y esperar que, ante un clima que da signos claros de cambios sin precedentes, los jefes de Estado y máximas autoridades de los gobiernos reaccionen apropiadamente ante el llamado del sector científico y de aquellas entidades que como la Santa Sede hacen un llamado apremiante a trabajar por la protección de la casa que compartimos, la Tierra, nuestra única ‘casa común’.

13-11-2022