Es inexplicable, es asombroso, pese a todas las dificultades que estamos confrontando los merideños, hoy más que nuca y al menos una buena parte de la población tienen un comportamiento, aún más amistoso, animoso, que antes que se desatara la pandemia del coronavirus que tiene al mundo al revés. Una especie de solidaridad “viral” porque es contagiosa.
Por las mañanas, al salir a caminar por los senderos rurales cercanos a la ciudad, hay muchas personas que saludan como si nos conocieran desde hace tiempo. Hay una señora que pasa diciendo “Dios la bendiga”. Una profesora de yoga que sale de su casa para el encuentro con sus alumnas, está convencida de los beneficios de la práctica que enseña. Igualmente, un grupo de damas, de diversas edades, lindas y arregladitas, que hacen deportes todos los días,” ejercicios para la salud”. Está Fermín que vende sus botellas de leche recién ordeñada, y la Gata (Ana), con esos ojos azules, y esas manos maravillosas que saben sembrar y cosechar las mejores lechugas, “sin venenos , son criollitas y sanitas “, dice orgullosa cuando las entrega a sus compradores. Más allá cerca del puentecito, está doña Herminia que sabe cómo curara hasta el mal de amores con brebajes hechos de plantas que ella misma cultiva: Mejorana, Salvia, Hinojo, Árnica Albahaca, Limoncillo…Usted le dice lo que quiere y ella le hace su combinación. Así poco a poco, estas personas buenas, de esta tierra maravillosa, van llevando la vida que les ha tocado, que además del coronavirus, desatado por todas partes, tienen que padecer los miles de problemas que los aquejan. Por allí y por allá se escuchan los comentarios. Conversan y se cuentan sus cuitas.
“Todo está muy caro, se lamenta una abuela que con su tapabocas bien puesto, busca un pan para su nieta que no deja de pedírselo para desayunar “los niños no entienden de carestía y de pobreza-dice la señora- mientras busca infructuosamente, el preciado alimento».
Yo tengo carnet de la patria- comenta un señor, bastante mayor que va acompañado de su esposa a quien le cuesta caminar porque está cojita, pero a mí no me llega ningún bono de esos que “mienta el presidente”. Nada. Muchas veces lo único que tenemos para comer es yuca, y esa la siembro yo. Mis dos hijos están en Colombia, pero la cosa allá también está muy difícil”.
Una joven sufre por el precio de los huevos y del queso ¿qué vamos a comer, esto ya es insoportable, se pregunta , mientras regresa a su casa con su bolsa de compras vacía.
Así, son muchos casos, muchas historias de vida en pandemia, mucha carga emocional para tantas personas, pero la llevan con una entereza digna de admiración.
Claro que “de todo hay en la viña del señor” y no falta el “venezolano feo” como los llamó, Adriana Pedroza, en su libro titulado “El venezolanos Feo”
Sí, esos venezolanos que se dedican al bachaqueo, que engaña, que miente, que especula y quieren hacerse ricos a costa de los demás. Ese venezolano feo, representado por esos compatriotas que bien sea por obras u omisiones han dejado que el país “más próspero de latino américa, se esté cayendo a pedazos.
Adriana señala en su libro : “La generación que vivió los años setenta recuerda con nostalgia a Renny Ottolina, un visionario del mundo del espectáculo quien –entre otras tantas cosas- se dedicó a realizar micros en televisión donde enviaba mensajes simples de convivencia ciudadana, como no botar basura en la calle, cruzar por el paso peatonal, respetar el semáforo, etc. Todo el mundo recuerda aquella época, cuando el venezolano era más civilizado…”
Y nos preguntamos ¿a qué se deberá que ya no seamos tan civilizados y qué podríamos hacer para dejar de ser venezolanos feos y volver a ser bonitos? La respuesta a esta pregunta puede tener muchas opiniones, qué interesante sería conocerlas.
En todo caso, lo que nos está tocando vivir es sumamente complicado. Hemos tenido que soportar esta cuarentena sin luz, sin agua sin gasolina, sin dinero en los bolsillos, sin gas para cocinar. Hemos retrocedido en el tiempo a la edad media, o peor aún a la edad de piedra, porque hasta nos ha tocado cocinar con leña y cultivar nuestros propios alientos, amén de iluminar nuestras cuevas, perdón hogares, con mecheros, porque electricidad no hay.
Pero lo que hay que resaltar, lo más rescatable de todo esto, es la actitud de los venezolanos bonitos, de los merideños amables que todas las mañanas al levantarse, sonríen, dicen buenos días y agradecen con “un Dios le pague”, la vida, que es un regalo y por eso se llama presente.
Por: Arinda Engelke. C.C.