Venezuela en su laberinto

PIDO LA PALABRA

Por: Antonio José Monagas

Tal ha sido la crisis política sobrevenida de tanto odio, revanchismo y resentimiento, utilizados como recursos de gobierno, que la situación del país hizo agua.

No hay duda de que la situación nacional se salió del cauce. De un cauce que ya venía desbordándose entre tempestades y aluviones de distinta intensidad. Pero que de igual manera, ha causado estragos no sólo políticos. También, sociales, económicos y hasta culturales toda vez que el régimen de fuerza ha querido imponer criterios que en nada se compaginan con la lenidad de las artes. Su mal calculado proyecto de gobierno, sumado a la incapacidad del gobernante para entender el significado del Estado democrático y social de Derecho y de Justicia, determinaron resultados espasmódicos. Peor aún, sus acciones equivocadamente aplicadas, fustigaron la institucionalidad de la democracia al punto que la gobernabilidad que pudo lograrse en el fragor de serios tropiezos de toda índole, hasta 1998, se vio condenada dando al traste con la mediana ordenación de la administración pública. Y llegándose por esta vía a alcanzar descomunales niveles de corrupción. Tanto, que el Índice de Percepción de la Corrupción, según Transparency International, 2013, ubican a Venezuela en el lugar 160 entre 177 países.

Tal ha sido la crisis política sobrevenida de tanto odio, revanchismo y resentimiento, utilizados como recursos de gobierno, que la situación del país hizo agua. La ineptitud del gobernante superó cualquier posibilidad de contener el caos imperante. La sed de poder sobrepasó los límites de la razón. Tan inicua realidad, permitió que este gobernante, con ínfulas de reyezuelo, disfrazado de ciudadano, adoptara abiertas posturas de intolerancia y arbitrariedad que al final sirvieron para fijar los caminos expeditos que han conducido a asumir el execrable papel de tirano o dictador. A pesar del maquillaje aplicado a procesos electorales por cuya manipulación han terminado convirtiéndose en demagógicos festines o espectáculos de baja categoría, dado los sucesivos arreglos al antojo del gobernante.

Este gobierno revolucionario, mejor parecido a un circo de orilla, representa el mascarón de proa de una embarcación llamada “Patria Socialista” cuyo rumbo es el acantilado existente al final del curso de aguas río abajo. Su engañoso juego de legitimidad democrática, no pudo terminarlo ya que su apuesta inicial no llegó a concretarla por causa de sus mismas trampas. Ni siquiera superó la primera prueba de confianza lo cual hizo que sus procesos de gestión se vinieran a pique en momentos que las exigencias internas demandaban decisiones de mayor precisión ante la ola de problemas que vinieron acumulándose sin evitarlo.

En fin, al actual régimen de fuerza le quedó grande el compromiso asumido de establecer la conciencia histórica necesaria para conseguir un desarrollo económico y social que se compadezca de un proyecto político debidamente vinculado con la esencia de la venezolanidad. Por el contrario, el embrollo al que se ha llevado al país por culpa de los mismos defectos que padece quien nunca aprendió a reconocer al otro, a tolerar al otro, a respetar al otro, por cuanto siempre ha actuado según el principio de la fuerza del poder, tiene hoy al país al borde del más crudo derrumbe político e histórico que le habrá tocado experimentar al país. Más, cuando éste se ha desgastado por la mediocridad la cual considera su razón de vida. Por eso y otros tantos motivos que igualmente tienen una gruesa cuota de maldad e inmoralidad, es que el país está como está. O sea, que está metida Venezuela en su laberinto.

“Cuando el caminante, por presuntuoso o bravucón, obvia las dificultades de la senda que transita, corre el riesgo de verse atrapado por las circunstancias que las mismas contingencias animan. Es cuando puede confundir el camino y extraviarse en cualquier recodo” AJMonagas