La invasión de 60 soldados venezolanos a territorio colombiano provocó una crisis que pudo terminar en tragedia. SEMANA relata cómo fueron las 24 horas de alta tensión diplomática y explica por qué puede volver a ocurrir.
El martes pasado, cuando los habitantes de la vereda Los Pájaros, de Arauquita (Arauca), fueron hasta las Bocas de Jujú no daban crédito a sus ojos. En la finca de Edgardo Camacho había un destacamento de 60 militares venezolanos, y la bandera de ese país se elevaba por encima de 300 matas de plátano que habían tumbado para construir su campamento de paso. Ese día la noticia se regó como pólvora y tanto la personera de ese municipio como el alcalde encargado fueron hasta el lugar para comprobar lo que estaba ocurriendo. Los militares venezolanos, encabezados por el coronel Franklin Varela, les contestaron que ese era territorio de su país y que no se irían de ahí.
Al día siguiente, el miércoles 22 de marzo, la noticia estaba en Bogotá. A las dos de la tarde no paraban de sonar los teléfonos tanto de la canciller, María Ángela Holguín, como los del ministro de Defensa, Luis Carlos Villegas. En la Casa de Nariño había revuelo y en Arauca todos estaban aterrados con una situación que nunca se había presentado y que temían podía terminar en una confrontación militar.
La canciller y el ministro de Defensa iniciaron de inmediato contactos con sus colegas en Caracas, Delcy Rodríguez y Franklin Padrino. Ambos funcionarios del gobierno bolivariano adujeron que los soldados estaban en territorio venezolano y acordaron que al día siguiente los dos países enviarían sendas comisiones para verificar la situación en el terreno.
En Colombia estaba claro que las tropas venezolanas estaban violando la soberanía del país, pero era necesario ir hasta allá con todo un equipo técnico para que no hubiese lugar a ninguna duda. Por eso esa misma noche viajaron a Arauca dos de los grandes expertos que tiene el país en materia de límites: el jefe de Soberanía de la Cancillería, Ricardo Montenegro, y el contraalmirante John Carlos Flórez de la Armada.
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Ese mismo día Santos empezó a combinar dos estrategias, la del algodón y la del acero, es decir la diplomática y la militar. Hizo varias llamadas a países amigos y a Unasur, entre otros organismos multilaterales, para ponerlos sobre aviso de la situación. Se abstuvo de comunicarse con la OEA. Al mismo tiempo, 400 soldados adscritos a la Brigada 18 se movilizaron hacia la región, varios aviones hicieron sobrevuelos y otras unidades realizaron maniobras de inteligencia.
En Arauca, el comandante de la Brigada 18 estaba en contacto con su par, el comandante del Ejército en el estado Apure. Este último le informó en la noche del miércoles que el coronel a cargo de las tropas en el río Arauca había decidido levantar el campamento y moverse hacia territorio claramente venezolano para evitar incidentes. Sin embargo, esa misma tarde ocurrió todo lo contrario. Al amanecer del jueves, había más tropa bolivariana en el lugar y, según dijeron a los colombianos, habían recibido órdenes de Caracas de permanecer allí.
Ese jueves amaneció lloviendo a cántaros y el jefe de Soberanía y el contraalmirante Flórez decidieron viajar por carretera hasta el sitio invadido. La comisión enviada desde Caracas, en cambio, nunca llegó pues el mal clima les impidió arribar en helicóptero. La de Colombia comprobó hacia media mañana que el lugar donde ondeaba la bandera venezolana era territorio colombiano. No había ni islas ni brazos que dieran lugar a confusión. Cuando Montenegro llamó a la Casa de Nariño ya el presidente Santos estaba reunido con la canciller Holguín, el ministro de Defensa y la cúpula militar en una jornada que duró más de cinco horas. Todos escucharon por el altavoz cuando Montenegro dijo: “No hay ninguna duda. Es territorio colombiano”.
Con esta convicción y luego de un concienzudo análisis diplomático y militar, Santos llamó por teléfono al presidente de Venezuela, Nicolás Maduro. En pocas palabras le exigió retirar de inmediato sus tropas. La idea que tenía el gobierno venezolano era que comisiones de ambos países se sentaran a verificar la situación de los límites. Pero Santos dijo que no habría ningún tipo de reunión hasta que los soldados no salieran de allí. Debían salir ese mismo día o quedarían, se infería de su tono, agotadas las vías diplomáticas.
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Maduro aprovechó para reclamarle por su posición en la OEA donde cursa una resolución contra Venezuela por la violación de la Carta Democrática. Colombia apoya una serie de medidas que conducirían a abrir un diálogo político con la oposición de ese país, lo cual el gobierno venezolano interpreta como una injerencia indebida en sus asuntos internos por parte no solo de este, sino de otros países del hemisferio. Santos, en un tono muy enérgico, le dijo que el único tema que tratarían en esa conversación, que por cierto se extendió por 20 minutos, sería la salida de los soldados. Santos además le recordó a Maduro que durante los siete años su gobierno había hecho ingentes esfuerzos y grandes sacrificios políticos por mantener una relación respetuosa y cordial.
Finalmente Maduro se comprometió a mover las tropas de inmediato y así sucedió. Horas después, los soldados salieron del territorio araucano, tal como lo notificó el propio Santos en Twitter, y la canciller venezolana leyó un comunicado en el que expresaba que los cambios del río Arauca habían producido esta situación y que “en el pasado, debido a las condiciones de terreno hemos tenido diferencias de interpretación que deben ser solucionadas diplomáticamente, no de otra forma”.
Las hipótesis
Así quedó superado muy pronto el episodio militar más grave en las relaciones entre los dos países en los últimos años. Ese mismo día los militares colombianos, acompañados de varios campesinos, izaron el pabellón nacional en el lugar. Pero nadie en Colombia ha quedado tranquilo del todo. La pregunta que queda en el ambiente es qué hay detrás de este episodio. Al respecto hay dos hipótesis y ninguna de ellas da cabida a pensar que este fue un hecho fortuito.
La primera hipótesis es la de la provocación. El gobierno colombiano cree que Venezuela buscaba un pretexto para generar una crisis entre los dos países y así levantar una cortina de humo sobre la crisis política que atraviesa su país, y de paso decretar un estado de excepción o emergencia. Esto ha ocurrido en el pasado, o por lo menos así fueron interpretadas muchas de las peleas que el presidente Hugo Chávez casó tanto con Colombia, en tiempos de Álvaro Uribe, como con Estados Unidos, país con el que mantuvo una constante confrontación. Respecto a Colombia, incluso al final del gobierno de Uribe se llegó a hablar de un estado de preguerra, y ambos países se dotaron de armas de defensa nacional para precaver un escenario bélico.
Si esa fuera la apuesta de Maduro, le habría salido muy mal. La conversación entre ambos presidentes y la subsiguiente salida de las tropas le ha costado duros cuestionamientos de quienes en los círculos radicales de Caracas creen que debió pelear por una redefinición de los límites en Arauca. “Hay cierta molestia de este lado de que el gobierno ni siquiera haya esperado para determinar conjuntamente dónde está la frontera, sino que prácticamente Santos mandó a sacar a los militares y Maduro obedeció”, dice Philip Gunson, analista sénior del International Crisis Group para el área andina. “Esto es una humillación para Venezuela”, agrega.
La segunda hipótesis es que esta fue una jugada de los militares venezolanos, que por tradición han tenido un papel crucial en las relaciones internacionales de ese país. No cabe duda de que el límite entre Colombia y Venezuela es el río Arauca. Así está definido desde hace casi dos siglos. Ahora, el río cambia. Eso es una realidad. Lo que no ha cambiado es el tratado ni la definición de la frontera.
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En 1931 existían cuatro islas, y una comisión binacional decidió que se le asignarían dos a Colombia y dos a Venezuela. Esas islas han desaparecido parcialmente, se han fragmentado y algunas se han adherido a las riberas de un lado y de otro. Por eso Venezuela arguyó que los militares estaban en una isla, en el entendido de que es un terreno que se pegó a Colombia, pero que sigue siendo suyo. Algo que suena absurdo en el derecho internacional y que de ninguna manera modifica el tratado fronterizo, según el cual el río, con islas o sin ellas, marca el límite entre ambos países.
Para muchos observadores no deja de ser preocupante que una tropa pequeña, que está patrullando un río, de repente ice la bandera de su país en un campamento de paso. Ese gesto ha llamado la atención y da pie a interpretar que se pueden combinar las dos hipótesis: la de los militares venezolanos de volver sobre el tema de los límites, y la del gobierno de Caracas de encontrar algún pretexto para cambiar la ecuación política frente a la crisis doméstica, donde ha perdido espacios tan importantes como la mayoría en la Asamblea Nacional, o en el terreno internacional, donde está a punto de salir del club de las democracias por cuenta de sus eventuales incumplimientos a los principios de la OEA.
En el mundo entero se presentan este tipo de problemas con los ríos límitrofes. Pero a nadie se le había ocurrido hasta ahora mandar tropas y plantar la bandera antes de entablar un diálogo razonable sobre una realidad sin duda compleja. Para el excanciller Julio Londoño ese es el paso que sigue. Porque, según él mismo señala, desde hace 40 años hay discusiones sobre estas islas, y seguramente van a continuar.
Está prevista una reunión binacional para hablar de este tema pero aún no están claros los alcances de la misma, ni si Venezuela aspira a que se redefinan los límites.
El problema, además, es que los incidentes en el río Arauca son frecuentes pues ambos países pueden usar su cauce en operaciones, especialmente contra el contrabando. A eso se suma que de ambos lados operan grupos armados, tanto guerrillas colombianas como grupos de autodefensa bolivariana en Venezuela. En el vecino país, la crisis política e institucional se siente en forma de desgreño en algunas regiones como Apure. Y del lado colombiano, es conocida la dificultad del Estado para controlar su territorio. Esto le da una particular porosidad a la frontera, y exige un diálogo más refinado entre los representantes de ambos países.
Hay quienes piensan que tanto a Maduro como a Santos, un incidente fronterizo les daría oxígeno ante sus problemas internos. Eso está descartado porque como se pudo ver esta semana, la diplomacia funcionó como debía ser, para que no se escalara un problema que pudo haberse convertido en Troya.
El asunto es que con el deterioro tan dramático de la situación política, económica y social de Venezuela, cualquier incidente de soberanía con Colombia, que encienda la llama nacionalista allá, ofrece al gobierno de Caracas una oportunidad para cohesionar un país fragmentado que se está desmoronando. Dadas las diferencias históricas sobre el tema limítrofe, cualquier incidente o escaramuza puede ser un fósforo al aire en un ambiente cargado que podría llegar a ser explosivo.
Tomado de la revista Semana