La crónica menor: ¿Paraíso o infierno?

Por: Cardenal Baltazar Porras Cardozo…

El tiempo cuaresmal está concebido como tiempo de desierto, atravesar el camino de la vida en medio de incertidumbres, tropiezos, caídas, miradas hacia atrás y atisbos de futuro mejor. Así lo describen los libros de la biblia en el tránsito de Egipto a Canaán del pueblo elegido conducido por Moisés. Nada más parecido a lo que estamos atravesando en Venezuela: una crisis sin precedentes en toda su historia, ante la irresponsabilidad de quienes asumieron la tarea de conducirlo al mar de la felicidad y sin ser capaces de reconocer que las carencias tienen su origen y consecuencia en un sistema inadecuado para obtener los resultados anunciados. Veinte años de desierto, entre ofertas populistas, mensajes cargados de emotividad, referido todo a un futuro que nunca llega. Todo poder terrenal tiene razón de ser si logra resultados en esta vida. Toca a otras instancias encargarse del más allá y del futuro. Pero la mezcla explosiva de un lenguaje hueco pero lleno de espejismos que engañan y seducen, nos tiene donde estamos que no era el puerto deseado.

Nuestra tierra al ser avistada por vez primera por el ojo europeo fue calificada como “tierra de gracia”. La belleza y exuberancia del paisaje cautivó a aquellos atónitos y atrevidos marineros. Ciertamente resultó una profecía en acción. La tierra de lo que hoy es Venezuela es la región más biodiversa del continente americano. A su vez, la ubicación geográfica la convierte en punto apetecible para comunicación con el mundo. El siglo XX encontró en los hidrocarburos el motor de una riqueza y desarrollo jamás imaginado. Fuimos tierra acogedora para millones de emigrantes venidos de la vieja Europa, de nuestro propio continente y de más allá. Aportaron mucho en todos los órdenes y cambiaron hábitos, costumbres y cultura. La bonhomía caribeña les abrió los brazos y se hicieron parte de nosotros, sin más dificultades que las originadas por la diversidad. Fuimos y somos una tierra de gracia, paradisíaca porque al esfuerzo humano se sumó las facilidades del medio.

Hoy día, recibimos mensajes de gente desesperada y desalentada. Unos huyen a otros lares, pensando que todo iba ser como fue entre nosotros. El mundo es otro, y la avalancha de compatriotas que llegan a otras fronteras generan problemas geopolíticos de diversa índole. Más bien debemos agradecer que el rechazo ha sido menor de lo que normalmente debió haber sido. Si no, comparémonos con lo que sucede en el Mediterráneo y el alud de gente que muere en el mar o no encuentra puerto acogedor en las cosas europeas. Se oye el grito de que “Venezuela es un infierno”, por lo que hay que buscar una solución en la que lo primero sea el respeto a la vida humana, a la libertad y a la pluralidad de opciones. Esto está negado por quienes detectan el poder, aferrados en la fuerza, en la incomunicación y manipulación, o en la tortura y amenaza permanente. Es ciertamente lo más parecido a un infierno porque reina el mal, el odio y la violencia, aunque se predique una paz que solo se mantiene con las armas.

Sin embargo, las potencialidades son muchas y las buenas noticias también. Pero el escándalo vende, mientras que la solidaridad no es noticia. La generosidad de nuestra gente es proverbial. Las ollas solidarias, para nombrar solo este programa, es fruto del aporte de infinidad de personas que dan de su pobreza, de su limitación, pero con largueza, lo que tienen. Y así, son miles de compatriotas que prueban un alimento que le es negado sistemáticamente por el régimen. Se dice que somos un pueblo pasivo, y no es verdad. Si pagáramos con la misma moneda, a cada ataque de los colectivos armados y sin alma, o a los abusos de los órganos de seguridad, tendríamos atentados, linchamientos, actos terroristas o anarquistas. Y no es así. Se respeta la vida hasta la del enemigo más temido.

La semana santa nos asemeja a Jesús el Nazareno, mejor nos convierte a cada uno de nosotros en Nazarenos. Pero el dolor y el sufrimiento no se aceptan con masoquismo sino como camino a la vida, a la resurrección. Seamos protagonistas del cambio que anhelamos porque sólo con nuestra participación activa, serena, pacífica, pero con prudencia, coraje y creatividad podremos tener la Venezuela de todos, la que soñamos y por la que luchamos. Que la Semana Santa nos llene del vigor de la gracia del Señor para poder cantar a la vida, el aleluya de la igualdad y la fraternidad.