Con fundamento: La depre como hábito

Por Bernardo Moncada Cárdenas…

«Cuidado con la tristeza, es un vicio.» – Gustave Flaubert

«Te confieso que me siento en soledad, triste, deprimido, con una total pesadez que me mantiene como atado a un silencio abrumador y paralizante.

Ayúdame a escuchar lo que Tú quieres decirme y enseñarme a través de esta depresión por la que estoy atravesando y viviendo…» – Papa Francisco, ‘Oración para alejar la depresión’.

Es posible constatar, en la actitud vital de muchos venezolanos a quienes nos ha tocado vivir este momento de nuestra historia, la gradual caída en estado de indefensión y quejumbre permanente. Resulta explicable, después de más de diez años oscilando entre el optimismo de una mejora total de la situación, (bien fuera por un inminente cambio político, o porque finalmente tuviera éxito el experimento populista-militarista el que muchos apostaron) y el impacto notorio y cotidiano de la catástrofe existencial en que el país ha venido a parar.

Que sea comprensible, sin embargo, no implica que sea admisible o justificable. Frente a la adversidad todo ser viviente es capaz de respuestas, aun el elemental protozoario que se aleja de medios demasiado ácidos, alcalinos, calientes o fríos, y mucho más el ser humano, dotado de creatividad e ingenio por la Providencia. Lo que sería de esperarse es que nos levantásemos y respondiésemos activamente.

Aunque subsista algo del típico humor y bullicio en los venezolanos, se observa el avance de una dolorosa desesperanza. Algo tiene que haber generado el cambio que paulatinamente va desmontando mecanismos de defensa, sumiendo al pueblo en lo que Michael Ende, en su ‘Historia Interminable’, llama Pantano de la Tristeza. El estado depresivo individual puede ser frecuente por la cantidad de factores que afectan a la persona hoy, pero que ese estado se socialice, se haga colectivo, da qué pensar. Pareciera que hasta dirigentes políticos que asumen la responsabilidad de cambiar el panorama gubernamental se dejaran deprimir por la cerrazón del presente.

Por una parte, yacen en lo profundo de la mente mecanismos de negatividad que, como pecado original, acechan nuestro ser y destruyen nuestro actuar.

Por ejemplo, la psicología llama ‘impotencia aprendida’ (o ‘indefensión aprendida’) a una actitud en la cual aprendemos a sentirnos impotentes, a no ser capaces de afrontar problemas, a creer en la inutilidad de nuestros esfuerzos. Nos resignamos pensando que nada podemos cambiar. Hasta nuestra fisiología se adapta a esta actitud cuando ésta se torna permanente. Propensión interna que, estimulada por mensajes y eventos bien manejados, puede llevar a una colectividad, individuo a individuo, a caer en este estado. Estrategias comunicacionales y sencillas tácticas de premio-castigo han logrado encarrilar pueblos enteros a entregarse apaciblemente a genocidios o a hegemonías inaceptables. A medida que nos vamos sintiendo de forma duradera ‘impotentes aprendidos’, investigaciones han mostrado que finalmente el balance hormonal que afecta nuestras reacciones cae deformado, habituándose. En un sintético artículo sobre el tema leemos: «Puede que se sienta desbordado hasta tal punto que por una situación devastadora que ya no se fíe de sus propias capacidades. Esto va a influir en en su capacidad de resolución y puede llevarle a un estado de preocupación extrema. Este estado de preocupación extrema hace fluir las ideas a un ritmo tan rápido en el cerebro que la parte responsable de las soluciones y de la acción se ve desbordada y confusa.» (mis15minutos.com/depresion/). ¿Cuántos de nosotros experimentamos en el presente esta sensación?

Pero no solamente se cae en esta especie de astenia por inducción. Ésta se aprovecha del letargo de falsa placidez de quien se entrega a una depresión que le paraliza, resignación que autojustifica su inacción conformista. Puede que no solamente nos acomodemos a lo inaceptable, sino que lo aceptemos. Así, la “depre” se convierte en un hábito justificativo de la inacción.

Combatir ese hábito resulta imperativo, no solamente para reactivar a los individuos masificados en la “depre”, recuperándoles como personas, sino para garantizar un mínimo de preparación para la gigante tarea de rescate que la historia nos pondrá delante. La terapia para vencer el hábito de la depre tiene, a nuestro juicio, dos pilares: la educación y le difusión de una conciencia esperanzada (no ilusa ni optimista, es otra cosa), incluso independientemente de los procesos político-partidistas formales, y no hay tiempo que perder.

Es cobrar conciencia histórica, conciencia del destino bueno. Como afirmaba Vaclav Havel, brillante líder de la democratización checoeslovaca: «siempre nos planteamos si el “futuro más luminoso” no sería en realidad sólo la tarea de un “allá” lejano. Pero ¿no será, en cambio, algo que ya está aquí desde hace tiempo y que sólo nuestra miopía y nuestra fragilidad nos impiden ver y desarrollar alrededor nuestro y dentro de nosotros?»