Acompañando a Jesús en esta segunda etapa de la pasión, del Lunes Santo al Miércoles Santo

Hay dos elementos acentuados con bastante intensidad en estos días santos: 1) no hacer al otro lo que no queremos para nosotros mismos; y 2) el corazón humano es un campo de lid donde el bien lucha con el mal. Notemos, por ej., cuántos impulsos de hostilidad refieren los evangelios de estos días, y cómo al amor donado por Jesús, aunque tales impulsos no lo desgastan, con ellos le damos la espalda en situaciones específicas y de este modo al amparo y seguridad que nos ofrece.

El cuidado divino, al respecto el Deuteronomio dice «abajo están sus eternos brazos» (33, 27), no es una píldora para dormir; por ende, ante los padecimientos de la tensión y del insomnio repitámonos esa frase con esta otra de la primera lectura del Lunes Santo, «el Señor Dios […] el que dio aliento a la gente que habita en la tierra y la respiración a cuanto se mueve en ella» (42, 5). Aquel tipo de afecciones patológicas trastornan y paralizan, además pueden hacernos sentir rechazados en un mundo en donde más bien ha de resonar la promesa de que el amor es más fuerte que cualquier error; de hecho, el salmo del Martes Santo anunció, «Señor, tú eres mi esperanza, que no quede yo jamás defraudado» (70).

Evitemos durante estos días multiplicar los problemas; sigamos el ejemplo de Jesús, aunque uno mismo o los demás hagamos de tal tarea algo fatigoso y casi inaccesible; cuando turbaban al otro con dureza y severidad, tal es el caso de Judas en relación a María hermana de Marta y Lázaro, no se dejó intimidar y con increíble temple soltó este vibrante imperativo: «“Déjala”» (Jn 12, 7).

En realidad, estamos invitados a amar al prójimo, y dijo Jesús en el evangelio del Martes Santo: «“todavía estaré un poco con ustedes”» (Jn 13, 33), por lo que tal frase suscita la pregunta, ¿qué es lo que aún, en este “un poco”, debemos amar? Porque procuramos en tornearnos un reflejo de lo que amamos. ¿Amamos el dinero? Entonces nos volvemos materialistas, y este impulso, de no trancarlo, conduce a mercantilizar al otro; por cierto, pregunta Judas, «“¿cuánto me dan si se los entrego?”», a lo cual acto seguido anotan, «ellos quedaron en darle treinta monedas de plata» (Mt 26, 15). ¿Amamos el poder? Entonces los instintos belicosos irán poco a poco imperando en nosotros. ¿Amamos a Dios y al prójimo? Aquí podemos responder tranquilos y decimos: “entendámonos mansamente” escuchando, «el odio del que te odia, en mí recae» (Salmo 68), para reconocer que, aunque los hombres en ocasiones consintamos situaciones más odiosas que el odio, éstas no logran sofocar por completo el aliento vital de la caridad en medio de una anarquía insensata de sentimientos y emociones. La verdad es que, el amor de Cristo, no ha fracasado en nosotros, porque «mi Dios [es] mi fuerza» (Is 49, 4).

24-03-24

Pbro. Horacio R. Carrero C.