Black Out de Redes Sociales

La vida de miles de personas en el mundo entero se paralizo una vez más con la caída de algunas redes sociales. Facebook, Instagram y WhatsApp, que son espacios para el comercio electrónico y la comunicación entre familiares, amigos y parejas dejaron de prestar servicio por más de seis horas. El efecto del apagón de estas redes sociales se sintió con más fuerza en la bolsa de valores, causando perdidas incalculables, así como una ansiedad colectiva ante la incertidumbre del retorno de la conectividad.

Desde sus orígenes, el hombre, sintió la necesidad de manifestar sus emociones, esa inquietud por el mundo que le rodea y la manera de controlar lo desconocido. Este proceso fue evolucionando con su misma transformación, convirtiendo la comunicación en una necesidad individual y colectiva.  Así, la comunicación es el proceso que representa la expresión más compleja de las relaciones humanas.  Es la única manera de relacionar a las personas.

El hombre comenzó a hacerlo mediante gesto, señale de humo, tambores, pinturas hasta producir sonidos articulados. La historia de esa comunicación y los esfueros para que permanciera en el tiempo  es inseparable de la historia de la humanidad. Los primeros intentos de ese oficio se hicieron aproximadamente hace 70.000 años a través de imágenes, conocidas como pinturas rupestres, ubicadas en cavernas de Europa, Asia y África. Esta necesidad de establecer conexión, marcó los inicios del arte. Aquellos bocetos o dibujo figurativo prehistóricos indican que ya existía una capacidad para construir historias, impregnadas de un pensamiento mágico religioso, siendo la primera forma de trasmitir conceptos con la intención de perdurar en el tiempo. Queda claro que no solo pintaban lo que veían, fueron símbolos también. La Caverna    de Altamira se convirtió en la Capilla Sixtina Paleolítica. El arte se usa como un medio de comunicación en múltiples contextos.

Hace poco más de 50.000 años, surge la escritura cuneiforme en África, Asia Egipto y China. A esa invención le siguió la aparición del papel. y luego la imprenta, dando la posibilidad de masificar el conocimiento mediante los libros. Con ello llegan las revistas y los periódicos. A partir del siglo XIX la prensa se va expandiendo, impulsando las comunicaciones. Aparecen la radio y la televisión. Pero las comunicaciones se hacen globales con el lanzamiento de los satélites, permitiendo la transmisión en vivo de eventos que se pueden ver y escuchar al instante en que ocurren, en cualquier lugar del planeta.

A esa tecnología de comunicación se le junta las redes informáticas y digítales con un desarrollo acelerado y aparecen los ordenadores, el internet, los teléfonos inteligentes. Hoy en día las redes sociales permiten   la transmisión de información causando una revolución que aún no ha concluido. Hoy llevamos nuestro teléfono a toda parte como si fuera nuestro oso de peluche. Dormimos con él, no lo dejamos en casa. Si sucede entramos en pánico. Nos comunicamos ansiosamente con conocidos y no tan conocidos. Una imperiosa necesidad de estar conectados nos acompaña, mientras dejamos de lado el contacto con quienes tenemos cerca. Estamos aferrados a esos equipos electrónicos, sin darnos cuenta de que son los informantes que vigilan a los usuarios, perdiendo así la libertad de manera voluntaria. Las redes son   nuestros amos. Crean la adicción desde los primero “like”. No somos nosotros quienes usamos el teléfono, son ellos quienes nos controlan.

Seis horas sin plataformas, en la incertidumbre, en la gran espera, nos han mostrado cómo cambiaron los tiempos. Nos sentimos solos, perdidos, en vacío, aislados. Sin embargo, algunos pudimos reflexionar sobre la necesidad que tenemos de hacer ayuno digital y volver nuestra mirada hacia nosotros, hacia los otros, quienes están de manera “invisible” en nuestro entorno. La caída de las redes nos regaló tiempo para encontrarnos, para realizar otras actividades, para conversar con los nuestros. Hacer presencia fue el mejor obsequio de esta falta de conectividad. Rompimos la burbuja y nos vimos en la necesidad de salir a la realidad y convivir en ella.

Ha sido un llamado de atención en el aspecto psicológico, debido a la fuerte dependencia que estamos viviendo con los adminuculos tecnológicos que nos conectan con las redes sociales.  Pareciera como si la sociedad ya no pudiese vivir sin ellas.  Es hora de reconocer que, a pesar de estar tan conectados, la comunicación requiere de mucha más presencia, que nos haga sentirnos cerquita del corazón.

 

Rosalba Castillo

rosaltillo@yahoo.com

09 09 21