Con fundamento: El templo en el tiempo: nueva década de la consagración de la Catedral

Por: Bernardo Moncada Cárdenas…

“…un lugar en el que Dios pide que todo se lleve a cabo como signo de Su relación con el hombre y del hombre con Él, y que, por consiguiente, esté totalmente en función de la voluntad de Dios en la historia.” Luigi Giussani, ‘Crear huellas en la historia del mundo’

Un templo es, por definición desde la antigüedad, un área demarcada donde espacio y tiempo se cargan de especial significado, una porción consagrada, separada del contexto, desde donde el mundo es contemplado de manera especial, donde se experimenta el sentido del mundo. Como bien escribe Monseñor Giussani, el templo cristiano es un lugar cuya impactante caracterización Dios pide como signo de Su relación con los hombres en la historia. El templo es un producto humano donde el visitante experimenta cierta liberación de las condicionantes y limitaciones humanas.

Desde el lugar definido por la fuerte presencia de la Catedral Basílica de La Inmaculada Concepción, podemos decir que Dios, quien se encarna en la persona del Hijo y adquiere así una fisonomía, una consistencia, una nueva manera de perdurar y de involucrarse, ha observado las vicisitudes históricas de Mérida y Venezuela por más de cuatro siglos y medio, acompañando y protegiendo al pueblo merideño, como reservándolo para un especial destino.

Desde su humilde fundación siendo la pequeña iglesia matriz de San José, en la Mérida de los orígenes, es evidente la fuerza evolutiva de lo que hoy es este monumento, orgullo ciudadano. Basta con mirar fotografías de sus etapas en el siglo XX. Leyendo con interés la crónica de sus derrumbamientos y reconstrucciones, queda uno convencido de que una energía sobrehumana ha decidido la permanencia del templo a través de todo tipo de complicaciones, y que un pueblo y sus prelados han adoptado tal decisión como suya.

La más reciente reconstrucción fue inaugurada en 1958, precisamente después de la caída del régimen dictatorial del General Marcos Pérez Jiménez e, independientemente del difícil periodo de reacomodo que inmediatamente siguió, pudo culminarse la espléndida obra para ser consagrada de nuevo en 1960.

Desde aquel 12 de mayo, la fresca penumbra de su interior suscita siempre una sensación de paz y su augusta belleza coadyuva en la meditación y la oración, sin ignorar lo que suceda en la sociedad y el país de puertas para afuera. Esta semana se han cumplido sesenta años de la feliz ceremonia. Sobradas razones tiene Mérida para celebrar con devoción las seis décadas de este imponente símbolo de fe y de historia y para conocer mejor su profundo significado humano.