Con fundamento: Mérida: Abrir los ojos al bien aunque haya molestias

Por: Bernardo Moncada Cárdenas…

«Yo hago lo que usted no puede, y usted hace lo que yo no puedo. Juntos podemos hacer grandes cosas.»  Madre Teresa de Calcuta

Nunca falta el que todo critica: espera que los demás hagan para buscar los peros. Ninguna iniciativa parece estar completa sin ese importante factor.

Esta semana, entre las actividades que están dinamizando nuestra ciudad, hemos presentado y presenciado en Mérida la muestra “Cor Magis, el bien de todos: los frescos del Bien Común de Ambrogio Lorenzetti”. Los paneles, originados en una exposición de la Compagnia delle Opere italiana, presentan las bellas e imponentes pinturas murales que ornamentan el Palacio Público de la ciudad de Siena.

Ejecutadas en tiempo lejano, estos murales siguen siendo de actualidad. No son pocos los que usan sus imágenes para ilustrar temas de economía y de ciencias jurídicas en conferencias y lecciones. La razón es que su finalidad no fue solamente ornamental. Como todo arte público, fueron encomendadas y realizadas con conciencia social; se dirigen a quienes llegaban a gobernar Siena, unen armónicamente su atractiva belleza con un mensaje profundo: (a) los gobernantes no están allí sino para la felicidad y el bien de sus ciudadanos; (b) el poder se ejerce por una misión trascendente, es decir, es conferido por mandato divino, Dios lo apoya pero también lo supervisa y dicta consecuencias; (c) gobernar bien no es tarea única del mandatario, sino de cada ciudadano, quien tiene la responsabilidad de su propia labor, colabora en la tarea de servir a los demás y edificar el Bien Común con sus buenos resultados. El Bien Común, pues, no es responsabilidad del individuo que ejerce el poder, sino de todo individuo en el pequeño poder que ejerza: es COMÚN.

La exposición llega a Mérida en un momento de especial conveniencia, pues la ciudad y la región viven situación única. Los factores más importantes de poder efectivo, ese poder que está más allá de lo que deciden los gobiernos, actúan convirtiendo a Mérida en una vitrina ejemplo para el resto de Venezuela. Y la imagen que esa vitrina muestre no depende solamente de los gobernantes. En eso es la exposición que se montó es muy pedagógica.

Mérida no ha dejado de padecer los sufrimientos de todo el país. Hay graves carencias de servicios públicos, la locura de la hiperinflación acosa por igual a todos los estados y tampoco se salva la ciudad de la inseguridad reinante. Sin embargo, la mayoría de quienes la visitan declaran “esto parece otro país”, pues los males que la aquejan quedan proporcionalmente por debajo de como se presentan en el resto de esta sufrida patria. Pareciera que las montañas la protegen además de aislarla. Pero ello no bastaría; aunque la costumbre de quejarse de todo hace que sean ignorados los pequeños avances que se van logrando. Con muy pocos recursos provenientes van obteniéndose adelantos. Sobre todo, crece la participación de emprendedores, asociaciones civiles, y la Iglesia, en la atención a los problemas públicos. La celebración de los 460 años de fundación de la ciudad costó muy poco al menguado presupuesto estadal, pues una cascada de nacientes emprendimientos se puso al servicio del evento para llenar la agenda diaria con lucidas actividades, sin importar distinciones partidistas, pues todos disfrutamos los beneficios que brinda la capital emeritense.

Dos factores impiden que se disfruten y aplaudan estos hechos: (1) La poca incidencia que tienen los medios tradicionales de prensa, silenciados y ya poco consultados, en la opinión pública y (2) la tendencia a la lloriqueo, la desidia, la desconfianza y el derrotismo.

Adictos a las malas noticias y víctimas de ellas, necesitamos una terapia de rehabilitación que nos ponga en camino. No todo lo que ocurre en nuestro país y nuestro estado está determinado por los gobernantes y la reflexión que promueve la muestra de que hablamos exalta la disyuntiva que cada ciudadano tiene ante sí para ayudarse y ayudar a los demás. Necesitamos abrir los ojos al bien, aunque nos caiga una que otra basurita.