Crónica desde el Ávila: Dios te bendiga

Por: Cardenal Baltazar Porras Cardozo…

Si de algo nos podemos sentir orgullosos los católicos venezolanos es la difusión generalizada de pedir y dar la bendición. Desde que nacemos se nos inculca que lo primero que debemos hacer al levantarnos, al acostarnos, al encontrarnos con nuestros padres o padrinos, o con el sacerdote o la persona mayor de confianza, es pedirle la bendición antes de dar los buenos días o el saludo del momento. Tiene varias expresiones que indican veneración y respeto: juntar las manos o cruzarlas en el pecho. Hace muchos años le escuché al Padre jesuita Genaro Aguirre afirmar que la bendición tan repetidamente oída cada día a todo el que se encontraba era una gracia muy bella, pues se trataba de sentir la cercanía del buen Dios que necesitamos en medio de las diversas circunstancias de la vida.

No es un acto exclusivo del sacerdote, más aún, el ser sacerdote no exime de pedir la bendición a sus mayores. Al contrario, es una muestra de agradecimiento a quienes nos dieron la vida o nos ayudaron en el transcurso de la existencia, para manifestar que queremos ser arropados por la misericordia del Señor, aunque no seamos muy santos que digamos. Recuerdo haberle oído al cardenal José Alí Lebrún que cuando murió su mamá que lo acompañó largos años hasta siendo obispo que le pedía la bendición a su progenitora. Al fallecer reunió a sus hermanas y les dijo que ahora ellas tenían que darle la bendición a su hermano obispo como continuidad de la gracia que recibía al recibirlo de los labios amorosos de su mamá.

Recientemente, estando en Argentina, un sacerdote porteño me confesó que le era fácil reconocer quien era venezolano porque la persona que se le acercaba y primero le pedía la bendición tenía que ser nativo de nuestra tierra. Como dice la reciente declaración del Dicasterio de la fe, “las bendiciones pueden considerarse entre los sacramentales más difundidos y en continua evolución. Ellas, de hecho, nos llevan a captar la presencia de Dios en todos los acontecimientos de la vida y recuerdan que, incluso cuando utiliza las cosas creadas, el ser humano está invitado a buscar a Dios, a amarle y a servirle fielmente”.

Me llena de inmensa alegría al visitar cualquier parroquia o barrio porque muchas personas al verme, antes de pedir la bendición, me la dan. Todos estamos necesitados de esa presencia amorosa de Dios en nuestra vida cotidiana. No preguntamos a quien nos la pide si es digno o no. La dignidad la da la fragilidad y la confianza en quien nos acoge a pesar de nuestras debilidades y yerros.

Ir a la búsqueda de la oveja perdida es salir al encuentro de quien está fuera de la norma. Más allá de la ley está la actitud samaritana para quien está al borde del camino. Se bendice a las personas dejando a su conciencia la decisión final sobre su forma de vida. Como el buen ladrón no podemos negarle a nadie la posibilidad de conversión. No nos rasguemos las vestiduras por el pecado ajeno, pues hay que ver la paja en el ojo ajeno, pero primero la viga que está en el nuestro. Recordemos a Jesús acurrucado en el suelo cuando le pregunta a la mujer adúltera: “¿nadie te ha condenado?, yo tampoco. Anda y no peques más”. “La Iglesia acoge a todos los que se acercan a Dios con corazón humilde, acompañándolos con aquellos auxilios espirituales que permiten a todos comprender y realizar plenamente la voluntad de Dios en su existencia”. Bendigamos y no maldigamos a nadie.

3.- 25-1-24 (3464)