Crónica desde el Ávila: La paz es posible

Por: Cardenal Baltazar Porras Cardozo…

La paz ha sido una constante en el pensamiento pontificio a lo largo del siglo XX y lo que va del actual milenio. Al final del pontificado de San Pío X (1914) fue preocupación del anciano papa, seguido por Benedicto XV (1914-1922) quien fue un adalid de la paz en medio de la primera y terrible primera guerra mundial. Pío XI (1922-1939) tuvo que enfrentar las tensiones entre las dos guerras y los conflictos bélicos en otras latitudes como la guerra cristera en México. A Pío XII (1939-1958) le tocó vivir el asedio germánico y a Mussolini, su postura ante el holocausto y sus mensajes radiofónicos clamando por la paz. De San Juan XXIII (1958-1963) su encíclica Pacem in terris (1963) pocos meses antes de morir insistió en que la paz se debe fundar sobre la verdad, la justicia el amor y la libertad. Durante el pontificado de San Pablo VI (1963-1978), el Concilio Vaticano II en su constitución Gaudium et Spes (1965), en muchas de sus intervenciones y la creación de las jornadas mundiales de la paz al inicio de cada año fueron entre otras, parte de su aporte en los complicados años de la guerra fría. San Juan Pablo II (1978-2005) venido de golpeada Polonia bajo la dominación comunista fue protagonista en los cambios políticos que se dieron en la llamada cortina de hierro y nos dejó también muchos mensajes y llamados a la paz mundial. El Papa Ratzinger, Benedicto XVI (2005-2013), tanto en los mensajes de las jornadas de la paz como en numerosos gestos, algunos mal entendidos, fue también un preocupado por la paz.

A nivel latinoamericano, una ojeada a los documentos del episcopado continental en Medellín, Puebla, Santo Domingo y Aparecida, son abundantes las reflexiones en torno a la paz en medio de las dictaduras y los conflictos entre nuestros países. No podía ser menos que el actual Pontífice, Francisco, con su herencia latinoamericana y su perspicacia jesuítica salpicada a lo largo de su historia de situaciones extremas, no fuera sensible al tema que nos ocupa. En su carta emblemática Evangelii Gaudium (2013) su contribución a la paz está “particularmente presente en tres campos de diálogo en los cuales debe estar presente, para cumplir un servicio a favor del pleno desarrollo del ser humano y procurar el bien común: el diálogo con los estados, con la sociedad -que incluye el diálogo con las culturas y con las ciencias-, y con otros creyentes que no forman parte de la Iglesia católica” (n. 238).

Además, esta última década está atravesada por numerosos desencuentros bélicos que lo ha llegado a afirmar que estamos a las puertas de una tercera guerra mundial. Los actuales escenarios bélicos tanto en los límites de Europa y Asia, como en el medio oriente, en Asia y en África, son muestra clara de una escalada armada de dimensiones impredecibles que lo ha llevado a reclamar la inoperancia de los organismos internacionales en esta materia.

En su reciente alocución al cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede, el 8 de enero 2024, después de hacer un rápido recuento de los conflictos bélicos entre Ucrania y Rusia, en el medio oriente, en el extremo oriente, en África y en América, concluye “Detrás de este cuadro que he querido esbozar brevemente y sin pretensión de ser exhaustivo, se encuentra un mundo cada vez más desgarrado, pero sobre todo se encuentran millones de personas -hombres, mujeres, padres, madres, niños- cuyos rostros nos son por lo general desconocidos y que con frecuencia olvidamos. Por otra parte, las guerras modernas ya no se desarrollan sólo en los campos de batalla delimitados, ni afectan solamente a los soldados. En un contexto en el que ya no parece observarse una distinción entre los objetivos militares y civiles, no hay conflicto que no termine de algún modo por golpear indiscriminadamente a la población civil”.

“Por otra parte, las guerras pueden proseguir gracias a la enorme disponibilidad de armas. Es necesario aplicar una política de desarme, porque es ilusorio pensar que los armamentos tienen un valor disuasorio. Más bien ocurre lo contrario; la disponibilidad de armas incentiva su uso e incrementa su producción. Las armas crean desconfianza y desvían recursos. ¿Cuántas vidas se podrían salvar con los recursos que hoy se destinan a los armamentos? ¿No sería mejor invertir en favor de una verdadera seguridad global?”.

Desde la realidad venezolana, el conflicto del Esequibo y la intransigencia en el lenguaje y en los hechos al desconocer el valor de la pluralidad y el disenso, ponen en peligro la convivencia pacífica y el respeto a los derechos humanos. Es una forma de guerra solapada que atenta contra la paz que no se encuentra pero hay que construir día a día como afirmaba Medellín hace más de cincuenta años. “El camino hacia la paz exige el respeto de los derechos humanos, según la sencilla pero clara formulación contenida en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, cuyo 75 aniversario hemos celebrado recientemente”.

“Es importante que los ciudadanos, -habla el Papa-, especialmente las generaciones más jóvenes que serán llamadas a las urnas por primera vez, sientan que es su principal responsabilidad contribuir a la construcción del bien común, mediante la participación libre e informada en las votaciones. Por otra parte, la política debe entenderse siempre no como la apropiación del poder, sino como la «forma más elevada de caridad» y, por tanto, de servicio al prójimo dentro de una comunidad local y nacional”.

Pongamos nuestras barbas en remojo para que la cultura belicista e intransigente no se adueñe de nuestras mentes y corazones, destruyendo la posibilidad de vivir en paz y libertad.

1.- 25-1-24 (5691)