Crónica desde el Ávila: Las renuncias de José Rafael Pulido Méndez

Por: Cardenal Baltazar Porras Cardozo…

El 9 de octubre de 1958 falleció en Roma el Papa Pío XII. Meses antes, el 21 de junio, el Prelado Doméstico de Su Santidad, el Pbro. Rafael Pulido Méndez recibió la notificación de que el Papa lo nombraba obispo de Maracaibo. Por diversas fuentes consta que él había renunciado a aceptar ser obispo pues “ayudándome en este propósito la experiencia que he adquirido muy de cerca de las múltiples cualidades y enorme responsabilidad que comporta el régimen de una diócesis”. El cargo de Canciller-Secretario del arzobispado de Mérida al lado de Mons. Acacio Chacón Guerra, le dio suficientes razones y su talante de hombre humilde y nada engreído, lo llevó a no buscar honorificencias.

Recuerdo como si fuera hoy, cuando Mons. Pulido ordenado obispo en Mérida el 19 de octubre de 1958 de manos del Nuncio Rafael Forni, y como coconsagrantes los dos prelados merideños, Mons. Chacón y Mons. Quintero, titular y coadjutor de la ciudad serrana; visitó Caracas y celebró misa en la capilla del Seminario Interdiocesano. Debió ser a fines de octubre o comienzos de noviembre. Cursaba, quien firma esta crónica, el tercer año de bachillerato en el Seminario Menor. Me llamó la atención cuando nos dijo: “soy obispo porque no puedo discutir con los muertos”. Hacía alusión a su negativa a aceptar la mitra zuliana. Seguramente que lo hizo por escrito y dicha misiva fue enviada a Roma. Pero en esos días murió el Papa, y la respuesta que recibió del Vaticano fue “que no podía oponerse a lo decidido por el pontífice difunto, por lo que tenía que aceptar ser ordenado obispo”.

En carta dirigida a Mons. Felipe Rincón González, arzobispo de Caracas, de fecha 15 de julio de 1939, el Padre Pulido Méndez se dirige a él como “Excelentísimo Señor y Padrino”, pues probablemente, pienso yo, fue quien lo bautizó ya que era párroco de la matriz de San Cristóbal en aquellos años previos a su nombramiento para la mitra caraqueña. En una larga carta de cuatro páginas a máquina, le manifiesta su negativa para aceptar el obispado del Táchira, ya que, “veo claramente que ni muchachos ni cierta clase de gente mayor sirven para el efecto, pues la experiencia de años no se suple con talento, sino por milagro (¡), ni el tacto para regir almas se improvisa o suple con fiestas de parroquia. En consecuencia, no encuentro en mí capacidad para el cargo”. Tenía, entonces, 32 años.

Por haber nacido un 24 de octubre le pusieron por nombre Rafael como el arcángel. Fue diputado a la Constituyente de 1947, y posteriormente nombrado administrador apostólico de la diócesis de Cumaná (1948), vacante desde hacía varios años. Tenía entonces 41 años. Tampoco aceptó la mitra oriental pues debía ceñirla quien conociera bien la región para pastorearla convenientemente. Regresó a Mérida, continuando en el servicio cercano al Arzobispo Chacón Guerra y al Vicario General, José Humberto Quintero.

A la tercera va la vencida, pues, renunció a la mitra, ya con 51 años a cuesta, pero no pudo evadirla esta vez por la muerte del Papa Pío XII, cuya voluntad debía acatar. Rigió la diócesis de Maracaibo desde finales de 1958 hasta enero de 1961, siendo trasladado como Arzobispo Coadjutor a Mérida al lado de su mentor Mons. Chacón Guerra. Participó en el Concilio Vaticano II, y en diciembre de 1966, con la disposición del Papa Pablo VI de la renuncia obligatoria a los 75 años, sucedió al anciano arzobispo quien estuvo al frente durante cuarenta años. Al poco tiempo su salud se resintió notoriamente, no pudiendo ejercer la función episcopal, siendo atendido por las Hermanas Dominicas en Adícora (Falcón). Rigieron la arquidiócesis durante sus últimos años de vida en los que conservó el título de arzobispo, Mons. Domingo Roa Pérez, Arzobispo de Maracaibo como Administrador Apostólico, y Mons. Ángel Pérez Cisneros como Arzobispo Coadjutor sede plena. Falleció el 30 de agosto de 1972, y está sepultado en la cripta de la Catedral de Mérida.

Doctor en filosofía, teología y derecho canónico. Hombre culto y brillante. Ejerció su ministerio sacerdotal, episcopal y ciudadano, como un servicio desinteresado, cercano, con olor a oveja, ejemplo de desprendimiento, amor a Dios y al más necesitado.

Tengo noticia cierta de otro sacerdote, también merideño, que renunció a ceñirse la mitra aunque había recibido las bulas correspondientes como obispo de Mérida que reposan en el Archivo Arquidiocesano de Mérida. Se trata del Pbro. Tomás Zerpa, clérigo santo y sabio según las crónicas de la época, en la década de los setenta del siglo XIX. Acerca de él escribimos una crónica hace unos cuantos años.

22-6-23 (4673)