Crónica desde el Ávila: Para qué vivir

Por: Cardenal Baltazar Porras Cardozo…

La cifra de suicidios a nivel mundial es espeluznante. Pareciera que no vale la pena vivir, ni siquiera en la edad dorada de la juventud, donde, así lo creíamos, nos sonreía la vida y nos sentíamos inmortales. El mayor número de casos es de jóvenes desilusionados y de ancianos solitarios para quienes ya la vida no vale nada. Las estadísticas señalan 700.000 suicidos al año en el mundo entero. Algo así como si anualmente desapareciera una ciudad como Maracay. En Estados Unidos, donde es más fácil adquirir un arma que comprar un medicamento sin récipe, el 9% de estudiantes de secundaria ha intentado suicidarse y el 20% ha pensado en hacerlo. No se trata de un problema ajeno a la realidad venezolana. Tenemos un índice demasiado alto de intentos y de hechos reales de jóvenes que se quitan la vida. Y otro grupo, también numeroso, en su mayoría de jóvenes se lanzan al éxodo, sin seguridades. Leo que se estima en 80.000 venezolanos los que en el primer cuatrimestre del 2023 han cruzado el tapón del Darién.

Afortunadamente, crece la conciencia sobre esta catástrofe y se ha comenzado un incipiente plan de respuesta. El tema es tratado por especialistas en las redes universitarias y otras ligadas a la Iglesia, pero es una gota de agua en el inmenso océano de la cotidianidad. Da la impresión de que los gobiernos dan poca o ninguna importancia al tema. Pero las causas son profundas, el problema es el modelo de sociedad. “El discurso de la globalización y las agresivas prácticas socioeconómicas han convertido el consumo en una forma obligatoria de inserción social”. Los medios acogen las tendencias, normas y valores sociales, convirtiéndose en instrumentos para modificar la conducta de las personas.

Los valores se pueden articular en tres grandes grupos: los valores del yo, que agrupan las tendencias egocéntricas de la persona que están centradas en conceptos como el éxito, la comodidad, el placer o la seguridad. Los valores colectivos, los que nos unen a los demás: novedad, juventud, tecnología, progreso. Y los valores transitivos, que implican salir de uno mismo para abrirse solidariamente a los demás: amistad, convivencia, servicio, solidaridad.

La insensata e inútil cultura de la competitividad generan un impacto negativo en la salud mental. Es mayor el estrés y la ansiedad en jóvenes y adultos, provocando un hastío de la vida que lleva a la depresión y a los intentos de suicidio. A ello hay que unir la creciente pobreza y desigualdad que rompe todo horizonte de futuro y lleva al aumento de la soledad. No deja de ser preocupante la imposición y aprobación de leyes como la de la eutanasia, el aborto, pues es una proclama de que hay vidas que no merecen ser vividas, incluida la propia. El abandono social conduce a pensar que la existencia carece de sentido. Urge un giro ante un mundo que se mata, “se autosuicida”, pues nada tiene sentido y futuro, ni en la vida de las personas ni en el medio ambiente que nos rodea.

El Papa Francisco (5-12-2018) sobre este vidrioso tema afirmó: “El suicidio es un poco cerrar la puerta a la salvación, pero yo soy consciente que en los suicidios no hay plena libertad. Al menos así creo. Me ayuda lo que el Cura de Ars dijo a aquella viuda cuyo marido se había suicidado lanzándose del puente al río. Dijo: ‘Señora, entre el puente y el río está la misericordia de Dios’. Porque creo que en el suicidio la libertad no es plena, pero es una opinión personal”. Es un tema abierto, pero no podemos obviarlo, hay que reflexionar y hacer propuestas sensatas porque lo que se nos vende como exigencia de la libertad ajena a toda consideración ética o religiosa, es pábulo para la autodestrucción de la humanidad.

29.- 13-7-23 (3747)