El caminante: Lo bueno, lo malo y lo feo

Por: Valentín Alejandro Ladra…

Recordando el célebre film de Sergio Leone, un clásico del llamado “espagueti western”, trasladamos las escenas a la Caracas de hoy.

El viento arremolina el polvo, lleva unas ramas secas y espinosas cruzando las calles embarradas hacia un destino incierto, mientras unas puertas de madera golpean en forma casi rítmica la entrada a un salón semioscuro.

Una tenue llovizna predice problemas para los pocos carromatos que tratan de llevar sus mercancías a destino. La tarde es color gris plomo y las pocas personas, la mayoría mal vestidas, sujetan los sombreros para que el viento, in crescendo, no sean pisoteados por los fatigados caballos, y buscan refugio del mal tiempo.

Claro, hoy día los caraqueños ya no usan sombreros. No hay caballos en las calles y avenidas de la capital venezolana. El asfalto y cemento cubren la tierra y el barro. Pero todos los demás sortilegios podemos plasmarlos en el hoy.

Hay polvo. Hay basura por doquier. Sabana Grande y Chacaito pueden ser los peores poblados fílmicos del Oeste de los cowboys: llenos de basura e inmundicias, con olores nauseabundos, mientras alimañas agradecidas escarban y se alimentan de los deshechos, al igual que las pobres personas que hurgan en sus entrañas: hombres, mujeres y niños desnutridos, sucios, harapientos.

En la película Lo Bueno, lo Malo y lo Feo no vemos escenas de los desválidos, a no ser los soldados heridos en combate de la terrible Guerra de Secesión, que produjo posiblemente más muertes norteamericanas que en la mismísima Segunda Guerra Mundial, Norte contra Sur. Pero mi corazón primero se contrajo para terminar en absoluta indignación: ¡jamás he visto tantas personas deambular en sillas de ruedas, tanto en el apocalíptico Metro como en las calles y cruzando aterrados las avenidas!

Con muletas, bastones y sillas de ruedas. ¿De dónde salieron tantos? ¿Heridos en confrontaciones, duelos de pistola atadas en sus cartucheras al costado de la cintura, robos, diabetes, accidentes y otras calamidades? Sólo faltó la sensible y pegadiza música de Enio Morricone, galardonado compositor italiano por dar colorido sonoro a sus numerosos filmes, para trasladarme a la mitad del siglo XIX al “salvaje oeste” .

Los bancos me hicieron recordar otra película inmortal de vaqueros: “Duelo en OK Corral”. Tenemos nuestro propio “corralito argentino”. Creo que este, el nuestro, puede ser peor. Colas interminables para recibir el mendrugo, menos de un “diezmo evangélico o bíblico”, como quieran llamarlo. Ancianos, tercera edad, mujeres con bebés en brazos, encintas, para poder entrar. Algunos gerentes se apiadan y logran producir otra cola. Aquellos que pueden caminar a duras penas son gentilmente conducidos a los cajeros de primeros. Todavía, aunque un poco a regañadientes luego de estar esperando una, dos o tres horas, los de la tercera edad dan ejemplo a los más jóvenes.

Caras estoicas, confundidas, desesperadas, agresivas, depresivas, fatigadas, somnolientas, miradas vacías, lagrimosas en algunos ojos, otros ya secos, abandonados a su incierto destino, de sufrimientos, de esperanzas fallidas… sólo algunos jóvenes, colegialas bullangeras que aun no han sido atacadas por la crueldad que ya no son filmes sino una realidad que se palpita en cada rincón, cada árbol seco en las calles de la desesperanza.

Después de las siete de la noche, sálvese quien pueda, Las pocas luces que apenas alumbran las solitarias calles dan paso al reino brujeril de la oscuridad y los espíritus del Mal Como me dijo un amigo ingeniero de hace muchos años que vive en la Boyera, y tuvo que vender su vehículo para poder mantener su familia, cuando le pregunté “¿por qué te vas tan temprano?”:

“Tengo que hacerlo –eran las 4:30 de la tarde-, las camionetas que salen de Chacaito se llenan de gente, y ya casi no salen después de las 5. Todos tenemos miedo”. Asaltos, robos y pare de contar.

Abastos vacíos. La mitad de los negocios cerrados en pleno día. Como si en las películas western los “malos” con sus cortes de bandidos estuvieran al acecho para el saqueo, o comprarlos a precios de gallina flaca.

Ya no hay trancas grandes en calles y avenidas. Pocos carros. Sus dueños los vendieron para comprar alimentos o remedios necesarios para mantenerse con vida, los abandonaron por falta de repuestos o no poder pagar y mantenerlos, o muchos de ellos, especialmente los jóvenes, cerca de 4 millones de ellos, emigraron a otras fronteras en busca de mejor calidad de vida. Como si dejaran atrás la peste bubónica, la plaga negra, el mal en potencia. La desesperanza y el caos. El engaño.

Hay mucho más. Pero aquí vemos las dos partes del film nombrado con anterioridad: …Lo Malo y lo Feo.

¿Y lo Bueno? Hay que estudiarlo con pinzas. El venezolano, y todos quienes aquí viven, están aprendiendo a ser fuertes en alma, mente y corazón, para que el espíritu de la vida y el Bien no sólo esté más allá de las praderas celestiales, sino en su propia capacidad humana.

¿Difícil? Sí. ¿Imposible? No.

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