Ensayo sobre la lucidez universitaria

Por Francisco Morales Ardaya….

Un libro muy conocido del gran escritor portugués José Saramago, _Ensayo sobre la lucidez, narra lo que ocurre cuando, durante las elecciones presidenciales de cierto país, los habitantes de un pequeño pueblo, descontentos con los candidatos que les son ofrecidos por los partidos políticos, deciden votar todos en blanco. No pretendo hacer _spoiler_ para los que aún no han leído el libro, de modo que no seguiré relatando cómo se desarrolla la trama y mucho menos contaré el desenlace. Mi intención es destacar solo esa idea, ejemplificada magistralmente en la novela de Saramago: el voto en blanco como expresión legítima de protesta.

En el país del relato de Saramago, el voto en blanco es ilegal, y esto da la excusa al gobierno para tomar medidas contra el pueblo “rebelde” (ups, lo siento; prometo no seguir “espoileando”). En nuestro país no se llega a tanto, pero, como en muchos otros del resto del mundo, el voto en blanco no está contemplado como expresión de opinión válida en las normas electorales, lo cual priva a los ciudadanos de un medio legítimo de protestar de modo totalmente pacífico y cívico y, en consecuencia, de ejercer su libertad de expresión, supuestamente consagrada en un librito que suele tener tapas azules. No sé si los politólogos habrán estudiado especialmente este punto, pero parece acertado creer que la carencia de la opción del voto en blanco, reconocido y reglamentado, podría ser un estímulo para la abstención, tan vituperada últimamente por tirios y troyanos.

Es cierto que ningún sistema electoral alcanza la perfección, pero existen no pocas propuestas para mejorar los que ya existen; si acaso no para hacerlos más eficientes o expeditos, al menos sí para hacerlos más confiables como manifestación más verosímil de las voluntades de los pueblos. Y siendo las universidades, según podría alegarse, la vanguardia intelectual de las naciones, sorprende más que las nuestras, en especial las de más edad y experiencia, no hayan mejorado lo suficiente sus propios sistemas para tener en cuenta verdaderamente todas las opiniones de sus miembros, incluidos aquellos que pueden estar en desacuerdo con todas las opciones que los partidos universitarios les ofrezcan.

Sin duda, los reglamentos, desde hace al menos dos décadas, han ido incorporando novedades como la representación proporcional, la inclusividad más allá del profesorado, y, según entiendo, aun la segunda vuelta electoral; pero el voto en blanco como expresión legítima y reglamentada sigue, como dice el dicho, brillando por su ausencia.

Para muchos de los descontentos que no desean recurrir a la abstención como expresión negativa, sino ejercer su derecho al voto como manifestación positiva, la opción del voto en blanco no solo es un deseo, sino también una necesidad. Una necesidad aún más apremiante cuando la “opción” se reduce a un solo candidato para determinado cargo. Pues, cuando para un cargo se postula un solo aspirante, deja de haber opción propiamente dicha, y, como ha explicado acertadamente cierta académica muy nombrada y citada durante los últimos días, en esa situación, se _vota,_ pero no se _elige._

Cada candidato único —aunque ustedes no lo crean, tal caso ha ocurrido, y más de una vez, en nuestros predios académicos— podrá decir, con razón, que no tiene la culpa de que sus respectivas “oposiciones” no hayan inscrito un candidato que le haga frente, para que la votación sea efectivamente una elección. Hay que decir, no obstante, que la culpa recae no solo en el partido opositor que opta por el _forfeit,_ sino también en el sistema electoral universitario, cuyas sucesivas reformas se han negado a reconocer el voto en blanco como manifestación de una opinión, tan válida como el voto por cualquiera de las opciones con candidato visible. Sin ese reconocimiento, lo que se obtiene es que los supuestos ganadores, sean o no candidatos únicos, logren sus victorias apenas con los escasos votos que les dan sus círculos más cercanos, aunque la suma de las papeletas no supere al verdadero ganador: el partido de quienes, no teniendo la opción reglamentada del voto en blanco, decide expresarse sobre todo mediante la abstención, equivocadamente interpretada como consentimiento tácito.

Así pues, los supuestos triunfadores en las votaciones, en esas circunstancias, deberían entender que asumen sus cargos sobre bases muy endebles, y deberían ejercerlos con mucha humildad, plenamente conscientes de que solo son, en realidad, una minúscula minoría frente al disgusto mayoritario.

Profesor de la ULA Táchira

02-03-2024