Por: Mons. Baltazar Enrique Porras Cardozo…
En la madrugada del lunes 8 de agosto entregó su alma al creador el “Padre Parrita” en su residencia de la población de Ejido. Desde hacía varios años estaba retirado por incapacidad física. Estaba cercano a cumplir sesenta años de ordenado (29-9-1956), ministerio que recibió de manos del Arzobispo Coadjutor José Humberto Quintero Parra. Natural de El Llano en la ciudad de Mérida, donde vino a la vida el 19 de abril de 1932, en una familia numerosa de honda raigambre cristiana.
Inició sus estudios primarios en la escuela pública de Santiago de La Punta, e ingresó en el Seminario menor de Mérida en 1943 donde concluyó sus estudios secundarios. Desde 1948 hasta 1956, primero con los Padres Jesuitas y los últimos años de teología con los Padres Eudistas, hizo sus estudios de filosofía y teología en el Seminario Interdiocesano de Caracas.
Ejerció su ministerio sacerdotal en la Arquidiócesis de Mérida durante medio siglo, primero como Vicario Cooperador en la parroquia Nuestra Señora de Regla de Tovar, y luego fue párroco en Canaguá, Mucutuy, Mucuchachí, Mesa Bolívar, Santa María de Caparo, Pueblo Nuevo, Santa Bárbara de Mérida,, Chiguará, Mucuchíes, Timotes, Chachopo, Santo Domingo y Las Piedras, y Nuestra Señora de Coromoto en Mérida. En la última década, por motivos de salud, vivió en Ejido a la sombra de meritorios hermanos sacerdotes en Montalbán y la Matriz, y en su pequeño apartamento al cuidado de sus familiares.
Fue uno de los “sacerdotes camineros” que abrieron a pico y pala, en cayapas con la gente de los Pueblos del Sur, las primeras carreteras que llevaron, a finales de los años 50 y comienzos de los 60, los primeros jeeps a las poblaciones aisladas del sur merideño. Es una de las páginas más hermosas promovidas por el clero, conscientes de la necesidad de incorporar vastas regiones al progreso. Junto a ello, edificó en varios de los curatos, capillas y casas curales.
Sacerdote ejemplar, piadoso, sencillo, desprendido y generoso para con los pobres y el Seminario, fue un ministro del Señor con olor a oveja. Calladamente pero de manera efectiva promovió la catequesis y el culto, y fue uno de los pioneros de la renovación carismática católica en la arquidiócesis. Todos los recuerdan por ese testimonio silencioso que habla a gritos del presbítero entregado a su vocación. El ejemplo dado durante sus últimos años, sin quejarse ni exigir nada, en medio de sus limitaciones, y queriendo estar presente en las celebraciones a las cuales era llevado a petición propia, hablan de su espíritu fraterno y de su honda espiritualidad. Sus restos esperan la resurrección final en el Panteón Sacerdotal de El Espejo en la ciudad de Mérida. Gracias por su permanente testimonio, ejemplo para las actuales generaciones de sacerdotes y alegría para los muchos seglares que pasaron por sus manos. Descanse en paz.
39.- 9-8-16 (2923)