La antigua Grecia en la Venezuela contemporánea

Por: Frank Gavidia…

De acuerdo con la mitología griega Procusto era un antiguo ateniense de profesión posadero, que acostumbraba atar las extremidades de sus huéspedes por las noches con el propósito de hacer que su medida se ajustase a la perfección a la cama, bien cortando aquello que sobresalía o bien estirando hasta alcanzar la medida. El síndrome de Procusto se utiliza para hacer referencia a la uniformidad, a la intolerancia frente a la diversidad, implica que todo debe ajustarse a la medida de un pensamiento.

Procusto está muy presente en la Venezuela de hoy. En medio de la catástrofe humanitaria que atraviesa el país, cada día crece en paralelo y a iguales niveles que la hiperinflación, la intolerancia. Nos hemos vuelto intolerantes frente a nuestros iguales, ya no es sólo el gobierno quien procura imponer su visión y criterio, sino que todos en medio de las urgencias de la cotidianidad, rehusamos el debate y rechazamos la divergencia, crece la antipolítica y se alimenta un clima increíblemente toxico para el abono de la democracia.

Desde las altas esferas del poder se corta cualquier extremidad que no se ajuste a sus designios, divergir no está permitido, pluralismo es un vocablo que no tiene entrada en el diccionario oficial. De otra suerte, en la oposición muchas veces nos vemos tentados a seguir esa conducta y en medio de nuestras diferencias, ahondamos en ellas para alejar puntos de coincidencia, la unidad termina por ser una entelequia y los egos, insalvables obstáculos para acordar una ruta en común. Cualquier camino está bien, siempre que ese camino lleve a mí y no ha otro, aunque eso implique relegar la urgencia nacional y acrecentar la desgracia de un pueblo que sufre, ama y espera.

Un pueblo que espera. Al igual que esperaba la amada Penélope a Ulises, para guardarle fidelidad a la promesa de hacerlo su esposo, destejía por la noche todo cuanto había tejido con esfuerzo durante el día, debido a su promesa de casarse una vez finiquitado el lienzo. Los venezolanos hemos acogido este síndrome con particular terquedad. En las noches, destejemos con notable facilidad lo que con tanto esfuerzo construimos durante el día.

Briceño-Iragorry, ese trujillano insigne y profundo enamorado de Mérida, lo captó con genialidad. Tenemos una enorme inclinación al inmediatismo, “un deseo de llegar antes de tiempo (…) un tropicalismo desbocado que nos impele a la ruptura de los frenos que pudieran guiar el impulso hacia la racional conquista”. “Olvidados de la lógica de la vida y de la necesidad de madurar las circunstancias, jamás hemos sabido esperar”. Esa impaciencia nos ha llevado a los brazos consoladores de personalismos, antes que atemperar los deseos para refugiarnos en las instituciones, que deberían ser nuestros auténticos gendarmes.

Procusto y Penélope parecen pues la pareja ideal del nuevo siglo venezolano. Uniformismo e intolerancia a la divergencia, angustia en la espera y trabajo arrojado a la borda. Produce una desolación nostálgica profunda pensar que nuestras instituciones han entrado en una crisis que incluso hace dudar si es válido usar el termino (instituciones) para referirse a ellas, ahogados en mar de inmundicias, nuestra crisis mayor es la moral. ¿Qué nos sucedió? ¿En qué fallamos?

Hoy vemos revividos nuestros mayores males: el paternalismo acompañado de un odioso populismo demagógico, el culto al personalismo, y lo que es aún peor: el autoritarismo y militarismo que asfixian el Estado de Derecho y actúan en fraude a la democracia y la Constitución. Menos de dieciocho años bastaron para acabar lo que, con esfuerzo, duros consensos y amplió dialogo se extendió por cuarenta años, y si bien fallamos en un punto de nuestra historia, el camino que elegimos para enmendar los viejos entuertos, no fue el correcto. Al menos así lo demuestran los últimos lustros de esta eterna paradoja.

La tarea pendiente la definió muy bien Cecilio Acosta, por allá en 1867, haciendo gala de visión de futuro y pintando el cuadro en palabras maravillosas de la Venezuela deseada, de esta manera “Viene la inteligencia a ocupar su puesto, que es la del maestro, viene el verbo a subir al suyo, que es la tribuna, y deja de ser la constitución un libro de letra muerta que se entierra con el partido que lo hace, para ser un código que perdura con la noción que obedece”. Es decir, debemos generar las condiciones para modernizar y hacer funcional nuestra democracia, consolidarla y hacerla perdurable en el tiempo, que sean las instituciones nuestros gendarmes, la ley eficaz es la mejor policía y no los favores congraciados de quienes en un momento determinado por una coyuntura específica detenten el poder. ¡Estamos a tiempo de corregir! ¡Ojalá sepamos hacerlo!@FrankGavid1a