La Crónica desde El Ávila: No dejar a nadie fuera

Por: Cardenal Baltazar Porras Cardozo…

La alimentación es un tema de actualidad pues es parte de vida de cada ser humano y hoy día se ha convertido en un problema político y ético de enorme importancia. Cada año se celebra la jornada mundial de la alimentación, pero se avanza poco, tanto en la toma de conciencia de toda la población, la que está bien alimentada como la que está viviendo día a día la carencia del alimento restaurador de la salud y la vida. Sin una política clara, con estrategias concretas en un mundo en el que crece la población, en el que surjen nuevos problemas por el cambio climático, la desertización del planeta y la falta de iniciativas concretas y firmes, caminamos hacia una tragedia de dimensiones insospechadas.

No puede quedar nadie fuera sin mirar y actuar hacia una mejor y mayor producción, una mejor nutrición en todas las etapas de la vida, desde el vientre materno, con especial atención a los primeros años de la existencia, no encontraremos los caminos para superar la pobreza y la creciente desigualdad, que lleve a la humanidad a transitar por el sendero de un desarrollo humano integral, de un crecimiento económico que sea realmente inclusivo, para el bienestar del planeta en el que no haya más excluidos y marginados.

El derecho humano a la alimentación y al desarrollo integral tiene que ver con la bioética que se ocupa del estudio del comportamiento humano a la luz de los principios morales y racionales en el horizonte de la vida y de la salud. La bioética es mucho más amplia que los temas del aborto, los trasplantes de órganos, la eutanasia. Elderecho a la vida y a la salud son parte integral de la bioética. Millones de personas en el mundo no comen lo suficiente y esto incide en la vida, la muerte y la salud de cada persona humana. La dignidad de la persona humana se ve herida cuando no se dispone de lo necesario para satisfacer las necesidades nutricionales, y surge el hambre, la enfermedad y la malnutrición que es, evidentemente, una pérdida de la dignidad de la persona.

No es tiempo de hablar de derechos y deberes, sino de respuestas, de responsabilidad. Gozar del derecho a la alimentación, conlleva que todos los individuos tengamos el derecho de alimentarse y a la propia familia con dignidad. Respetar este derecho significa obrar de tal modo que todos tengan el conocimiento, la capacidad, los recursos para procurarse por sí mismos el alimento.

No son solamente deberes de la política, sino de todos: en el ámbito de la familia, de la economía, del trabajo, de la política, de la comunidad local, nacional e internacional. Tenemos el deber de exigir a los gobiernos respetar el acceso a una alimentación adecuada, de no poner obstáculos que impidan dicho acceso, ocupándose y protegiendo principalmente a los grupos más vulnerables, los niños, los enfermos, los ancianos, los excluidos.

Un derecho primario es el de la centralidad del trabajo. Tener acceso al mismo para sí y para los suyos. Sin la promoción de trabajos dignos, bien remunerados, protegidos por las leyes laborales, no podemos progresar. Hay que revisar los modelos de desarrollo y la accesibilidad a todos de obtener sin tantas cortapisas un puesto de trabajo. Como nos recuerda el Papa Francisco que nos salvamos juntos, que la centralidad del trabajo para todos incide cada día más en la vida de las personas y de la economía.

No solo somos consumidores, sin otro fin que gozar ya de los bienes de la tierra. Ese modelo es diabólico, pues la mesura, el ahorro, el sentido de una cierta austeridad que no significa privarse de nada, sino pensar que hay muchos otros que no tienen ni siquiera posibilidad de comer y de subsistir.

“El mundo existe para todos, nos recuerda Francisco, porque todos los seres humanos nacemos en esta tierra con la misma dignidad. Las diferencias no pueden anteponerse o utilizarse para justificar privilegios de unos sobre los derechos de todos” (Fratelli tutti, 118).

15.- 20-4-23 (3975)