La crónica menor: Otro primero de mayo

Por Cardenal Baltazar Porras Cardozo…

El primero de mayo nació como día del trabajador marcado por la sangre de los manifestantes de Chicago en 1886. Jornada reivindicativa y campanada para que no sea la muerte la que ronde el derecho a manifestar y reclamar derechos. La de este año en Venezuela tuvo como sello el clamor popular por un cambio en paz, por el derecho a vivir mejor, por el derecho al trabajo y a la convivencia familiar rota por el éxodo masivo de nuestros jóvenes talentos. Pero como la de 1886 también estuvo manchada por el irrespeto a la vida, con una terrible represión en la que parecía más bien una cacería inmisericorde. Escenas como la de la tanqueta persiguiendo, pisando y atropellando a gente cuyo único delito y la única arma era su propio cuerpo, destrozado por la acción de unos conductores sin entrañas. La otra imagen de una señora entrada en años, arropada con la bandera nacional y el rostro ensangrentado por los golpes recibidos por quienes debían ser sus custodios y no sus verdugos, parten el alma, producen indignación, pero sobre todo, son la muestra fehaciente de lo que no debe ser.

Un país destruido por quienes se aferran al poder sin escuchar ni prestar atención al grito de multitudes que reclaman sus derechos y sobre todo la voluntad férrea de vivir en paz, en concordia, en fraternidad, es el antisigno de lo que debe ser una sociedad que pretende llamarse democrática, y unas autoridades que en lugar de satisfacer las necesidades de la gente se convierten en sus verdugos.

La capacidad racional de intentar solucionar los problemas con respuestas que tienen que surgir del consenso en el que todas las partes queden involucradas pareciera que no está en el horizonte de quienes están de espaldas a la realidad. La represión, la tortura, el uso indebido de la fuerza no doblega los espíritus que reclaman libertad sin los grilletes de ser sometidos a vivir en dictadura. El país se desangra, la economía se estanca, la escasez se enseñorea en todos los órdenes, el cierre de emisoras como RCR o la FM de Apure, son muestras de una actitud inhumana que pisotea los derechos humanos como si el poder fuera una patente de corso para actuar a placer.

La fuerza de la esperanza, el coraje de la verdad que se impone sobre la mentira y la manipulación, mantiene en pie a una sociedad que no se entrega en manos de sus depredadores. Urge encontrar una salida para que no crezca la mengua de vida y la desolación de lo que puede ser un vergel apacible. Se trata de estar a favor de la vida, sin distingos ni exclusiones; hay que pensar y actuar en función de la paz y no de la violencia. Recobremos la sensatez y la cordura. Recuperemos la fe que nos llama a ser samaritanos y no caínes que no dan cuenta de la vida del hermano. Solo legitima el uso del poder todo lo que conduce a la armonía y el progreso. Es la tarea que no da pie al desánimo ni al desaliento sino a la búsqueda creativa del bien común.

23.- 6-5-19 (2977)