La crónica menor: El valor de la palabra

Por: Cardenal Baltazar Porras…

En mis primeros años de sacerdote tuve oportunidad de asistir a las tradicionales peleas de gallos que luego de la celebración de la eucaristía dominical tenían lugar en varios de los campos en el extenso llano guariqueño. Antes de iniciar cada pelea se casaban las apuestas sin otro documento que la palabra pronunciada en público. En medio de la algarabía durante la lid, los apostadores vociferaban nuevas apuestas, que tenían más valor que un documento notariado. Faltar a esa palabra era delito grave que no pocas veces se arreglaba con sangre. Pero, lo más sorprendente para mí, era observar el cumplimiento sobre lo apostado. Los pagos, en efectivo, se entrecruzaban en medio del público asistente. Tal cultura denotaba el valor casi sagrado de la palabra empeñada.

Los seres humanos en cuanto racionales nos comunicamos a través del lenguaje, variopinto y multicolor, que requiere ser decodificado por el interlocutor, no sólo para ser entendido, sino para poder generar el intercambio. El mundo de hoy, en buena parte por la avalancha de la tecnología, ofrece infinitas formas de comunicación, favorece la manipulación, y cambia las reglas de juego, porque el valor ético de lo proferido, no siempre está claro y responde más bien a los intereses, buenos unas veces y bastardos en ocasiones, que requieren un aprendizaje porque no todo lo que brilla es oro. Somos analfabetos del lenguaje, necesitamos ser formados en lectura crítica para no tragarnos todo lo que no es presentado bajo formas atractivas pero encierran veneno corrosivo, convirtiéndonos en juguete de otros. Pensemos nada más en el señuelo de las propagandas y publicidades que nos llevan como borregos a elegir los espejismos que nos ofrecen.

La multiplicación de medios y redes sociales agiganta el volumen de palabras y mensajes. Hoy todos somos productores de contenido. No hay más filtros que los que uno quiera o esté dispuesto a ponerse. Y como la mayoría vive del inmediatismo pone a correr cualquier bulo. Un ejemplo patente lo tenemos en el gobierno: cadenas, publicidades gratuitas y obligatorias, mensajes emponzoñados de odio y violencia, medias verdades y megamentiras porque vivimos en el mejor de los mundos y los males son productos maliciosos de los enemigos del régimen.

Se quiebra la credibilidad y la confianza, abono de alto calibre para el desánimo y la desmovilización. Los creyentes debemos alimentarnos y generar la virtud del discernimiento que no es otra cosa sino tragarnos el camello y escupir el mosquito. No hay palabra más creíble que la palabra de Dios en la biblia. Lo primero que descubrimos es precisamente su perdurabilidad y su capacidad de volar en el tiempo hasta nuestro hoy. La Palabra, con mayúscula, no anula nuestra libertad, sino que nos abre a la posibilidad de una libertad más honda. No nos dejemos robar la libertad de la palabra sincera y veraz.

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