Madres venezolanas: “Cuando hay amor no hay sacrificio”

En este día tan especial, nuestro medio digital,  Comunicación Continua,  encontró un ejemplo maravilloso para expresarles a todas esas mujeres extraordinarias que son madres, la más sincera demostración de que las queremos, las valoramos y que conocemos las circunstancias que enfrentan día a día para mantener a salvo a sus hijos.

Las madres venezolanas han estado sometidas en estos dos años que llevamos bajo la sombra de una pandemia mundial, a innumerables retos, difíciles de sortear. Han tenido que explicarle a sus niños por qué deben cubrir sus caritas con un tapabocas, por qué ya no pueden asistir a clases, por qué no les permiten reunirse con sus amiguitos. Las madres venezolanas han tenido qué ingeniárselas para hacer las tareas, recordar los juegos infantiles y enseñárselos, compartir con ellos mucho tiempo de calidad para hacer más llevadero este ambiente diferente al cual todos nos hemos tenido que adaptar. Ellas con un morral al hombro esperando un transporte que no llega nunca, y entonces hay que caminar. Ellas que conversan con sus adolescentes, buscando afanosamente alguna actividad que les sea útil y que puedan realizar para “aprovechar el tiempo”, mientras se mantiene el “estado de sitio” causado por un virus microscópico llamado el nuevo coronavirus; amén de la terrible situación económica y social de nuestro país en la actualidad.

Cuando hay amor no hay sacrificio

La imagen que acompaña este saludo, acrisola el sentimiento que caracteriza a las madres venezolanas: un sentimiento profundo y verdadero de amor incondicional. Ya verán por qué decimos esto. La Vega de San Antonio, en el Arenal, es una comunidad semirural, enclavada en una zona muy hermosa, donde la naturaleza es exuberante, con casitas, algunas con huertos sembrados de cambures, mangos, naranjas y hortalizas. Es una región donde sus habitantes se conocen desde hace mucho tiempo. Para los vecinos es común observar cada mañana cuando hay buen clima, a una madre abnegada, la Nena Monsalve, quien pasea con su hija, Dayana Desiré Mesa, conocida cariñosamente como “Chiqui”. La Nena empuja una silla de ruedas, muy destartalada, para que su niña respire aire fresco y reciba los beneficios del astro rey”.

La hemos visto poniendo toda la fuerza de sus brazos para mover “la troquita”, como llama jocosamente  a la silla de ruedas, que ya de tanto recorrer caminos con baches y subidas empinadas, y por el tiempo de uso, tiene las ruedas desgastadas. En verdad, requeriría un cambio que le ofreciera mayor comodidad tanto a la Chiqui, como a su mamá”

Con la intención de llevarles a nuestros lectores una historia entrañable, pudimos conversar con esta súper mamá. La señora Nena nos cuenta que la joven sufre de parálisis cerebral  desde su nacimiento hace ya 33 años. A partir de ese instante, la Nena se dedicó en cuerpo y alma a prodigarle todos los cuidados necesarios para “hacerle la vida más feliz”. “Antes, cuando no tenía la silla era peor, porque la cargaba sobre mis hombros”.

Hasta la fecha, solamente la familia y los buenos vecinos han colaborado para ayudar a cubrir las necesidades de una condición de salud tan dura como lo es la parálisis cerebral. Sin quejas ni recriminaciones, la Nena Monsalve dice: “Lo único que recibo del gobierno es la pensión de la Misión José Gregorio (1 millón, setecientos mil bolívares), de resto, ni la Gobernación, ni la Alcaldía, ni ningún organismo público o privado, se han manifestado para auxiliarme.

A.E-¿Tendrás alguna petición qué hacer al respecto?

N.M -Bueno, a mí no me gusta pedir, pero si fuera posible necesito una silla de ruedas nueva, eso me hace mucha falta porque ésta “camina chueco”, pero lo que más me cuesta conseguir es el tratamiento, básicamente, fenobarbital, aunque ella tiene ya 22 años que no me convulsiona, pero debe tomar esa medicina obligatoriamente. Igualmente, usa pañales de adulto, pero solamente de noche, porque de día se los pongo de tela.

La Nena, es sin duda alguna, una mujer optimista, valiente. Su cuerpo denota el entrenamiento físico al que se somete diariamente. Ahora lleva puesto un collarín porque presenta una lesión en la cervical que le produce mucha molestia.

-A.E- ¿Este problema se deberá a las largas caminatas empujando la silla y atendiendo a la Chiqui?

-N.M -No, qué va -contesta con total convencimiento- es que una abusa del cuerpo y siempre se busca achaques. Estoy segura de que si yo hago esto por amor a mi hija, pues no me voy a enfermar y Dios tiene que tenerme alentada. Yo jamás diré que es culpa de la niña,  sino que yo no me cuidé como debía haberlo hecho, y le pido a Dios que me de salud para seguir viendo de ella. Soy devota de José Gregorio Hernández, y estoy segura de que él no nos abandona.

La Chiqui es una muchacha preciosa, con un cabello negro azabache, una piel suave, rosadita. Se nota limpia, arregladita y sabe sonreír con picardía.

En realidad, la “Chiqui”, gracias a las atenciones de esa madre, generosa y dedicada, luce muy feliz, pese a su condición. Se le nota que disfruta del paisaje y de su rutina matinal, mientras su madre se prepara para seguir empujando con fuerza la vida de su hija, al igual que lo hace con la destartalada “troquita”.

Gracias, Nena, gracias Chiqui, por ese rato maravilloso que nos brindaron para conocer un poco más sobre el verdadero espíritu de las madres venezolanas, que como dice la Nena: “cuando hay amor no hay sacrificio”.

No importa el grado de instrucción, ni la labor a la que se dediquen, las madres son realmente la gran creación de Dios cuando hizo el mundo, de eso no tenemos la menor duda.

Feliz día, hoy y siempre.

Redacción: Arinda Engelke. Leo León. C.C.

09-05-2021