Pido la Palabra: La “Cola del Diablo”

Por Antonio José Monagas…

Lo acaecido con la gasolina, confina libertades que son expresiones del Estado democrático y social de Derecho y de Justicia que exalta la  institucionalidad del Estado venezolano.

Aunque sobran razones que justifican la naturalidad como la base sobre la cual se sustenta la vida del hombre, las realidades muestran lo contrario. Es de reconocer que, lamentablemente, así suceden estas cosas. Más, cuando los criterios que las generalidades argumentan como propios -dada sus justificaciones  para desentrañar los enredos y embrollos que, en la superficialidad, opacan los procederes políticos, sociales y económicos más cotidianos- caracterizan la educación (cartesiana) impuesta por el carácter binario sobre el cual se ha sustentado el desarrollo tecnológico de los últimos años. Especialmente, desde el mismo momento que dicho criterio se hace propio en términos de su diaria utilización.

He ahí la razón que la dinámica de la vida expone como motivación para validar fatuidades, necedades y ligerezas que, muchas veces, dan consistencia a las improvisaciones de las cuales se vale el hombre para asentir sus satisfacciones y comodidades. Sobre todo, cuando incursiona en la política. Pero particularmente, para desde la política desviar controversias que dificultan el inmediatismo a partir de cuyas bondades se permite escalar para alcanzar la cima del poder.

De esa manera, comienzan las dificultades a hacer de las suyas. No obstante, la alevosía con la que ese hombre, ganado por la tentación del poder, maneja sus propósitos, lo aproxima groseramente al centro de sus apetencias. Muchas de las cuales rayan con perversiones y estolideces requeridas por el ejercicio corrupto de políticas viciadas. Además, vaciadas de valores. 

A decir por lo que viene aconteciendo en Venezuela, desde el mismo instante en que se confundieron medios y fines, sin que el régimen hiciera lo posible por diferenciarlos en virtud del caos que comenzó a depararse de tan crítica situación, no caben muchas dudas de que todos los problemas que alimentaron la crisis que se esparció rápidamente en todas las direcciones, no fueron fortuitos. 

Al parecer, interesaba al autoritarismo socialista en curso para que la vida del venezolano se viera sacudida. Pero no a consecuencia de una verdadera revolución que clamara cambios positivos. Se hizo al revés. Todo ello fue por el establecimiento de necesidades que irían a desvirtuar el talante democrático y la cualidad sosegada y forjadora del venezolano. 

Y era lo que el régimen requería en aras de la descomposición que debía procurar a los efectos de armar un cuadro nacional de desajustes y desbarajustes que condujeran a encubrir el saqueo que comenzaría a fraguarse. Así el país se vería desguarnecido de razones tan significativas como las que compromete el concepto de Estado que le da formalidad al segundo precepto constitucional. Pero también al tercero, cuarto y los sucesivos compromisos que perfilan tan magno Acuerdo Social como en esencia encarna la Constitución Nacional. Hoy, bastante menospreciada.

Al entender lo arriba expuesto, no es difícil comprender que lo que en lo grueso ha derruido a Venezuela, tuvo una motivación elaborada al calor de específicas intenciones maléficas. De un ideario que desdeñaba los límites jurídicos y operativos que infunden el respeto necesario a la autonomía sobre la cual se cimienta la funcionalidad de actores políticos, sociales, económicos, culturales, militares, sindical y educacional. O lo que se llama, independencia de poderes.

Cualquier tendencia a violentar sus respectivas cuotas de soberanía funcional, iría en detrimento de la consagración de la República a la que se debe la vida sociopolítica y socioeconómica de la nación. Como en efecto sucedió hasta llegar a los hechos tristes que colocaron a Venezuela en los últimos lugares de todo cuanto representa el desarrollo económico y social de cualquier país que se precie de sus capacidades y potencialidades. 

Lo acaecido con la gasolina, es una forma de mancillar derechos tan fundamentales como el de la libre movilidad, toda vez que coarta libertades que son expresiones del Estado democrático y social de Derecho y de Justicia que exalta la institucionalidad del Estado venezolano. O acaso ¿es que tan impúdica restricción busca reducir al venezolano a una situación de trastorno tan intolerable, capaz de aplastar la dignidad, la ética y la moralidad del venezolano a niveles de inaguantable humillación y convulsionada realidad?

Lo que vive el venezolano por el caos de la gasolina, que si bien ha sido explicada y argumentada desde distintas ópticas, es la consumación de lo peor que puede ocurrirle a un país que busca crecer y desarrollarse basándose en el tiempo productivo de su población activa. Pero esa población, se halla sumida en un escabroso y espantoso vertedero por donde se cuela el combustible que le imprime sentido y velocidad a los procesos de reconstrucción de cualquier sociedad. 

En el caso venezolano, el problema se reduce a exprimir de cada surtidor, lo que por derecho patrio corresponde a quien lo merece y se esfuerza por obtenerlo. Además de necesitarlo para movilizarse en libertad por los caminos de la nación. Pudiera parafrasearse como algo tan propio en términos de lo que se pronuncia cuando algún discurso político exalta libertades y derechos humanos. Todo ello luce parecido a lo que pudiera simbolizar el aberrante hecho de someterse a una realidad colapsada y siniestra. Es decir, padecer la humillación por tener que sufrir el suplicio de agarrarse de  la “cola del Diablo”.

“Cuando un gobierno reduce libertades que se corresponden con el sentido amplio de lo que debe entenderse por democracia, está confinándole al ciudadano derechos fundamentales de los que depende su tiempo, su espacio y hasta su misma vida”

AJMonagas