Sirvamos, aunque de momento estemos lastimados

Jesús estando ya ataviado para lavarle los pies a sus discípulos, (llevar las sandalias del maestro terciadas al hombro era más bien un honor para el seguidor), y puesto en dicha faena, luego del diálogo con Pedro, a quien le incomodaba lo efectuado por el Señor, Juan subraya algo ya dicho por Jesús, «como sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: ‘No todos están limpios’» (Jn 13, 11); de aquí surge el título de esta reflexión.

Aun padeciendo desencantos, desganos, impotencias, lo interesante es examinar cómo en tales situaciones nos envolvemos, a imitación de Cristo, en una actividad con sentido: servir. Esta actividad no exige clarificar quién es el más idóneo para realizarla, sino quién en tal realización quiere sentirse realmente libre.

Asimismo, tal actividad impide convertir lo sagrado, por ejemplo, la Eucaristía, hoy rememoramos su institución, en una repetición monótona de ritualismos que a la larga la convirtamos en una mera mitología; más bien, fijémonos en esta frase del Éxodo, «de generación en generación celebrarán esta festividad, como institución perpetua» (13, 14).

La palabra “festividad”, no recalca el dicho “en medio de cuánta falsedad vive el hombre”, pues quienes reconocemos la institución del mismo Cristo, “esto es mi cuerpo”, “ésta es la nueva alianza que se sella con mi sangre” (1 Cor 11, 24-25), ella tampoco va convirtiéndose en mero recuerdo, mucho menos en un planificar cuánto le agregamos de comediante, porque el que ofrece su cuerpo y su sangre puede volvérsenos una seca excepción; o sea, puramente en alguien que sabía muchas cosas y las sabía bien. Al contrario, este genuino alguien es Jesucristo, y él instituyó la Eucaristía también el sacerdocio, sacramentos por los cuales a todos garantiza no martirizar el espíritu haciendo cansancio de la verdadera honestidad; mejor lustremos ésta, y así enaltezcamos, «te ofreceré con gratitud un sacrificio e invocaré tu nombre» (Salmo 115).

En este sentido, el mandamiento del amor, esclarecido en el gesto de lavar los pies, de ningún modo se nos quede en el simple signo que indica algo, pero oculta mucho más; en muchos silencios incoherentes adormecemos la caridad; el amor más que un signo susceptible de muchas interpretaciones, tiene un significado que lo despoja de solas intenciones, que evita dejarlo todo para el prójimo y nada para mí, ya que justamente el que dona “todo” aconsejó, «“les he dado ejemplo, para lo que yo he hecho con ustedes, también ustedes lo hagan”» (Jn 13, 15), además él motiva encararnos con nuestra conciencia en ocasiones entumecida e invitarle a dar respuestas de caridad más sincera (Cf. 1 Cor 13, 4-7).

 

28-03-24

Pbro. Horacio R. Carrero C.