Las rutas de la noche

Crónicas insomnes

Por: Omar Molina

Sucedió lo que se veía venir. A fuerza de debates, atajaperros,  fuertes discusiones, amarguras concentradas y rencores recónditos, el sábado por la noche el calor de la controversia política hizo explosión. Esa noche la tristeza inundó las honduras de mis fibras más íntimas, aquellas donde encuentran escondrijo mis dolencias del alma: las carencias afectivas, las crisis existenciales, los golpes del desamor y el abandono. El sábado por la noche se armó una feroz discusión política entre la tía Gertrudis y el tío Emilio, y yo tuve el atrevimiento de opinar en defensa de la posición que sostenía el viejo sátiro en relación a la dura crítica que sostenía sobre la Ley Habilitante que el señor Maduro ha solicitado a la Asamblea Nacional y también con la creación de un viceministerio “para la suprema felicidad”.

La situación de mis asuntos vitales se volvió a complicar cuando la tía Gertrudis tomó la decisión de botarnos de su casa al tío Emilio y a mí. “La referida Habilitante, sin justificación alguna, sólo sirvió para alardear de un supuesto liderazgo de aparato, que por más que se empeñe el señor Maduro, no calza para nada ni siquiera en sus seguidores”, expresó el tío, y refirió alzando un tanto la voz que “de la cabeza del señor Maduro –aconsejado, sin dudas, por los cubanos-sólo brotan ridiculeces que lamentablemente dejan muy mal parado al país en el ámbito internacional, porque lo que es en lo interno, hay que reírse de tanta payasada, y con tanta hambre que hay aquí, con tanta escasez de alimentos, con tanta crisis de desempleo, de inseguridad y de vivienda, resulta una crueldad crear una instancia burocrática para procurarle a la fuerza la felicidad a los venezolanos. ¡Qué bolas!, ni que la gente fuera pendeja”. La tía Gertrudis estalló en gritos destemplados, “Maduro hace muy bien en darle un parado a la corrupción y en procurar la felicidad suprema de los venezolanos, y fíjense que sin tener todavía poderes especiales ha empezado por limpiar la casa y bastante duro le está dando a los corruptos del proceso, ahí tienen los ejemplos de Cadivi y el alcalde de Valencia”.

En eso, el tío Emilio replicó que el pueblo venezolano ya no se come esas truculencias, trapos rojos para confundir, puro chivo expiatorio es el que cae, por qué no se mete con los pesados, losverdaderos responsables de las maletas de droga en el avión de Air France, parece que los tontos son los que pagan, Maduro quiere la Habilitante para perseguir a la oposición y a sus principales líderes, a fuerza de hacer colas en abastos y supermercados para conseguir los productos de primera necesidad, quiere acostumbrarnos a las delicias del comunismo, que es la única felicidad suprema que la revolución tiene en mente”.

 “Se me van ya de la casa, traidores, golpistas, contrarrevolucionarios”, dijo la tía, y se sentó a llorar de rabia en el butacón de la sala.

Ahora en mi soledad, casi a la intemperie en el cuartucho que me aloja, escribiendo abrumado esta crónica insomne, no hago sino lamentar mi precaria situación de desempleado perenne, mi condición de paria, mis conflictos existenciales y mis carencias afectivas. Entonces pienso que vivo en un miserable país, aun cuando no se puede llamarse país, a un país que permite que mueran literalmente de hambre sus escritores y artistas. Esto no es un país sino una aberración.

Para olvidar un poco las desgarradoras escenas del pasado sábado por la noche, me puse a ordenar los manuscritos “Del libro de Manuela”, poemario concluido hace tiempo; me dediqué a tratar de corregir el libro de relatos “La noche en el alma” y la novela “Mi vida es mi vida”, pero me asaltó a cada rato el recuerdo de la tía Gertrudis y pensé en su testarudez cuando sostiene sus convicciones, en su soberbia grandilocuente, en su incansable afán de llevar la contraria y no dar su brazo a torcer. Mas todo ello se diluyó y se difuminó en los espacios del aire cuando caí en la cuenta del gran amor y bondad que prodiga a propios y extraños, y me invadió el agradecimiento por todos los favores que me ha concedido a lo largo de mi existencia. Entonces la añoré con fuerza pertinaz, y no vaya a creer el lector que es porque rememoro su despensa, su bar y su cocina, cuestión que por lo demás sí me hace falta, más en estos momentos en que mis asuntos vitales de sobrevivencia entran en conflicto, sino por el afecto que me profesaba y que yo sé, cuando le pase la rabia, me volverá a llamar para manifestarme la grandeza de sus sentimientos.

Añoré también al tío Emilio, quizás ahora solo errabundo por las calles, maleta en ristre buscando donde asentar sus adoloridos huesos, y me vino a la mente una vez más, con grande pena y dolor, el momento en que se marchó abriéndose paso entre Matilde, la lengua larga y de Anselmo, el marido de ésta y salió a enfrentarse con la noche, y yo detrás.