Por: Giovanni Cegarra…
Palpando cada rato, en cualquier lado, esquina, calle, avenida, de esta ciudad, en la que la anarquía sobrepasa el límite de la tolerancia de propios y extraños, se burla flagrantemente de la autoridad municipal gubernamental, nadie se queja como debieran hacerlo, se calan entre otros, los abusos comerciales, la especulación diaria bachaquera en la venta de los productos básicos de la dieta diaria, los cortes intempestivos de energía eléctrica y del servicio de agua potable, robos e hurtos en la calle por la inseguridad reinante en esta urbe andina, el humillante y desconsiderado trato de los pocos buseteros que prestan servicio de transporte público, cuando les viene en gana, pienso que somos y no somos pueblo.
Cierto amigo lector, somos y no somos pueblo, pareciera que en el ambiente se inhala valeriana que mantiene sumisos a los merideños y a los que no lo son, que sufriesen de torticolis colectiva, no se mueven para ningún lado, mientras los mal llamados dirigentes políticos en funciones o no de gobierno, andan preocupados de otras cosas para lo cual no fueron elegidos por voluntad popular, pese que una que otra vez, echan alas al vuelo, trabajo municipal gubernamental como para justificarse y si alguien se ofende con esto, cuando lo siento, duela a duela, “al que le caiga el guante que se lo plante”.
Es la realidad que se vive a diario en esta Mérida ”la ciudad vertedero público de basura de Venezuela”, duele escribirlo pero mentiras no son, producto de la indolencia de su propios habitantes a lo que suma el de sus autoridades y por eso, junto a otras múltiples penurias que sufre el colectivo merideño, un pueblo que se cala todo como si nada, el que protesta por lo que no debe protestar y no protesta por lo que debe protestar, en fin, una ciudad, un Estado, carente de liderazgo comunal vecinal político municipal gubernamental, pues nada, somos y no somos pueblo, tan verídico como que el sol sale todos los días, brillante o nublado y punto en boca.
