Ayuno por la paz

Cardenal Baltazar Porras

Por: Mons. Baltazar Enrique Porras Cardozo

Vivimos en un mundo de “saciados”. Unos porque lo tienen todo y se olvidan de los demás; y otros porque a través de la publicidad o del abuso del poder pretenden comprar conciencias y voluntades. Se trata de no dejar pensar a la gente, de no darles oportunidad a que piensen, de humillarlos al tener que arrodillarse ante quien intenta manipular, “bozalear” a los humanos.

El ayuno, cuando es privación voluntaria y generosa de algo propio, es un mecanismo liberador y sanante de muchas heridas. La convivencia entre personas, instituciones o sociedades es tarea ardua porque los puntos de vista y las realizaciones de cada quien no coinciden con los gustos o necesidades de los otros. El tema de la paz en el medio oriente es espinoso. La violación a los derechos humanos es hábito de vieja data en gobiernos que se sienten dueños de todo, incluida la vida de los ciudadanos, sobre todo cuando son disidentes.

Por otra parte, nuestra patria está transida por una violencia creciente que no sólo se manifiesta en el escalofriante número de muertes, sino en el abuso permanente y compulsivo del poder en todos los campos. Se tienen derechos si se acatan sin chistar las directrices gubernamentales. El silencio y la inmovilidad se compran con miedos y con prebendas. Se aprueban leyes y se activan mecanismos que hacen del poder el esclavista de los tiempos modernos.

El Papa Francisco nos sorprende ante la inminencia de una guerra en Siria. “Dirijo un fuerte llamamiento por la paz, ¡un llamamiento que nace de lo íntimo de mí mismo! ¡Cuánto sufrimiento, cuánta devastación, cuánto dolor ha traído y trae el uso de las armas en aquel martirizado país, especialmente entre la población civil e inerme! ¡Pensemos en cuántos niños no podrán ver la luz del futuro!”.

Ayunar es desterrar de nuestro corazón todo sentimiento de odio y exclusión. Así la oración y la penitencia adquieren sentido. “El 7 de septiembre, en la Plaza de San Pedro, nos reuniremos en oración y en espíritu de penitencia para invocar de Dios este gran don para la amada nación siria y para todas las situaciones de conflicto y de violencia en el mundo”. Empeñémonos, pues, en “construir cada día y en todo ambiente una auténtica cultura del encuentro y de la paz. María, Reina de la paz, ¡ruega por nosotros!”