Por: Bernardo Moncada Cárdenas…

«No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús» (Lucas 1,12-13).

El tiempo de Adviento, la gran Espera, con mayúscula, nos sitúa cada año en preparación, no solamente para recibir la Natividad, sino para los grandes acontecimientos en que se nos ofrece la salvación. Sin embargo, en estas dos semanas del fuerte tiempo litúrgico han predominado otras preocupaciones y dos imperiosas sensaciones: la negación y el miedo. Éstas, aunque parezca haber motivos razonables para experimentarlas con fuerza, se alimentan precisamente de nuestra irracionalidad. La irracionalidad, perversamente, crea, alimenta y mantiene esta angustiosa situación de ausencia y desconcertado temor.

Vivimos colectivamente el “nihilismo alegre”, el “todo vale y nada importa”, el “mejor no pararle a la vida” que parecieran liberadores, en el fondo dejándonos desnudos e indefensos frente a los inevitables dramas de esta azarosa y caótica existencia. Y así llegó la tragedia de una pandemia que ya parece permanente, invencible hasta frente a la omnipotente tecnología científica de hoy. Cada paso en contra del peligroso virus aparece de inmediato politizado, rodeado de sospechas y amenazas, mientras todos vemos aumentar el número de los que caen, peligrosamente cerca. Pareciera que la frase “el virus vino para quedarse” significara la eternización de esta parálisis que nos deprime y mortifica.

En política, estallidos de insensatez y virulencia llaman nuestra atención desde muchas partes del mundo: inesperadas crisis políticas en grandes países tradicionalmente estables, atentados por toda Europa, guerras interminables en Oriente Medio, inmensos flujos de migrantes desplazándose por un planeta que, pregonando apertura y tolerancia, no sabe cómo recibirles y reacciona con abierto o disimulado rechazo, son sólo algunas de las convulsiones sociales que nos sacuden.

¿Cómo está Venezuela frente a ese mundo? En un trance que entrelaza la mayor carencia de liderazgo político de su historia con una creciente catástrofe financiera, entró la agobiada nación en el Adviento presionada por las elecciones legislativas que, planteadas en el lapso constitucional, estuvieron llenas de vicios montados por un Ejecutivo que controla el resto de los poderes, desanimando la participación de partidos y votantes, y –por otra parte- por la llamada “consulta popular” con que se intenta descolocar los resultados de las elecciones legislativas.

El domingo, los centros de votación estuvieron casi vacíos, y las calles desiertas, en un ambiente que, en vez de mostrar firme y activo rechazo a las elecciones, mostró una especie de letargo social, inducido por la incertidumbre y desorientación. Los obispos habían denunciado los vicios del proceso, pero en modo alguno recomendaron esta momentánea defunción como respuesta. Respecto a la consulta, aún no se ha dado, pero es ya un triste acierto el de uno de los dirigentes opositores, diciendo: “Si algo demuestra la descomunal abstención en este proceso, es que el gobierno no cae porque no tiene a nadie enfrente. Es un gobierno destruido contra la nada

La nada, un estancado pantano de arenas movedizas, producto de reducir la política a un gran diálogo de sordos, donde «se crean nuevas barreras para la auto-preservación, de manera que deja de existir el mundo y únicamente existe “mi” mundo, hasta el punto de que muchos dejan de ser considerados seres humanos con una dignidad inalienable y pasan a ser sólo “ellos”…», como lo ha escrito el Papa Francisco en su crítica al miedo que entorpece las relaciones humanas e impide una verdadera dinámica política.

Desfiguramos la gran Espera del Adviento convirtiéndola en  gran desesperanza, en gran desesperación.

¿Cómo apoyarnos y qué hacer? Recuperemos el contenido del Adviento. Llevemos, cada uno, un llamado que reivindique la dignidad e integridad de la persona por encima de los fanatismos impuestos por grupos de poder, rescatemos el corazón de Venezuela, el alma nacional, de la desmoralización que la acosa poniendo al pueblo en la disyuntiva del hambre o el destierro. Difundamos un mensaje de valentía y confianza basado en una nueva óptica: « ¿No se venden cinco pajaritos por dos monedas? Pues bien, delante de Dios ninguno de ellos ha sido olvidado. Incluso los cabellos de ustedes están contados. No teman, pues ustedes valen más que un sinnúmero de pájaros.» Lucas 12, 7) “Armar juego”, venezolanos. ¡La pelota está en el campo!

Y desbloqueemos el juego desde abajo, como escribe un estudiante peruano que ha entendido la raíz profunda de su crisis nacional: «todos tenemos el deseo de salir, pero no a las calles, sino al encuentro del otro, pues hemos sido alcanzados por Otro (con mayúscula). Y es justamente esto lo que significa un encuentro», salir al encuentro, tomar pues conciencia del espíritu del Adviento.